Ante la democracia traicionada
Luis Barragán
Desde los tiempos más remotos, herederos de las distintas rebeliones que hicieron nuestra etapa colonial hasta desembocar en la gesta independentista, rehaciéndose constantemente con posterioridad, la libertad y la democracia constituyeron demandas por siempre vivas e infranqueables que, de un modo u otro, expresamos los venezolanos. E, incluso, puede aseverarse con Carlos Fuentes al escribir sobre el Quijote, en tiempos que el Premio Rómulo Gallegos fue un referente de real trascendencia internacional, recibimos también las frustraciones de lo que resultó la España que arribó a América, perdiendo la oportunidad de democratizarse con la derrota de los comuneros de Villalar, por 1521, y la expulsión de los árabes y judíos, como no ocurrió, ni podía ocurrir, con la heredad harto absolutista de incas o aztecas, por ejemplo.
Procuramos superar el sistema censitario e irrumpió un hecho de fuerza, en 1945, a objeto de imponer la elección universal, directa y secreta de nuestros gobernantes. Luego del duro y largo interín militar, desde 1958 definitivamente prosperó la fórmula tercamente oportuna, además, cerrando el siglo XX con demandas de un mayor perfeccionamiento que tendieron integrarse a nuestra cultura política promedio.
Lucía impensable que alguien se declarase pública e impunemente partidario de los comicios de segundo, tercer o cuarto grado para seleccionar las autoridades públicas, incomodando el mecanismo en cualesquiera organizaciones de la sociedad civil, aunque – detrás, muy detrás, delictivamente escondida – estuvo la interpretación de una tal democracia participativa o directa, orientada a la fulminación de toda una conquista histórica. Poco a poco, plebiscitándose con un infinito ventajismo, convertidas las triquiñuelas en una hazaña tecnológica, este régimen, en esta y no en otra centuria, pacientemente fue minando nuestras convicciones democráticas y, chantajista, afincándose insólitamente en el hambre, jura que elegimos, por el sólo acto de votar, y hace llamar “poder popular” a la clientela política de la que no siente ya con el deber de proteger, pues, mafioso, todos quedan a su suerte.
Lo peor es que, huérfanos de las más elementales condiciones y garantías, un sector de la oposición concurrió a las elecciones regionales y municipales, aparentemente reacio a hacerlo para las presidenciales, en abierta contradicción consigo mismo y, obviamente, con el mandato del 16 de julio de 2017, descalificando y atacando a los inconformes tras el discurso fetichista del sufragio, aunque no tuviese sentido alguno, porque ahí están los cuatro gobernadores juramentados por la tal constituyente, colaborando “inocentemente” con el poder central. Muy pocos parpadean porque hay un cambio “democrático” en Cuba, mediante unos comicios, bajo la égida de la rosca de un solo partido, que dará con un parlamento que, faltando poco, no es tal, para que “elija” el gobierno de “reemplazo” de Raúl Castro, dándole carta de legitimidad a un modelo inconcebible e incompatible con la devoción democrática de los venezolanos.
En medio de tan inaudito retroceso, culturalmente nos empinamos con una de nuestras banderas históricas: la democracia y la libertad que, por lo menos, una vez tuvimos y que, llamada a su perfeccionamiento con la nueva centuria, fue abiertamente traicionada por los epígonos del poder establecido al que, voluntaria o involuntariamente, contribuyen aquellos que pretenden reemplazarlos desde partidos resueltamente antidemocráticos, por mucha estridencia que hagan, pretendiendo versionar y modelar un frente tan amplio como lo pauten sus intereses. Por ello, el planteamiento de Soy Venezuela, sintetizadas en un conjunto de propuestas bajo el común título de Tierra de Gracia: una coalición política y social que aporta iniciativas y planteamientos diferentes a la rutina y al convencionalismo que hace estragos.
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