domingo, 10 de febrero de 2013

TÍMIDAMENTE, RL

EL NACIONAL - Domingo 10 de Febrero de 2013     Opinión/8
A Tres Manos
Miradas múltiples para el diálogo
La enfermedad del fanatismo
RIGOBERTO LANZ

"Me imagino una ciudad inmensa...
podría ser Nueva York.

¿Qué hacer allí dentro?
Una sola cosa: vender y
comprar mercancías o imágenes,
lo que viene a ser lo mismo,
porque son símbolos planos,
sin profundidad...".
Julia Kristeva:
Las nuevas enfermedades del alma, p. 35


Un fanático es una persona inhabilitada en una amplia proporción para funciones básicas como pensar, crear, ejercer la crítica, tener opinión propia y actuar autónomamente. Cuando esta anomia se hace fenómeno colectivo estamos en presencia de una verdadera tragedia para toda iniciativa de convivencia democrática, para el fortalecimiento de la ciudadanía, para que la multitud se posicione autónomamente de la gestión de la sociedad.
Cuando el fanatismo se entremezcla con religión y política nos enfrentamos a un revoltillo ideológico-político sencillamente letal. Hoy observamos con gran "normalidad" las aberraciones de Estados confesionales, de partidos directamente religiosos, de universidades definidas por su naturaleza religiosa, de medios de información expresamente identificados con sectas de variada procedencia.
Todo ello revela la dificultad mayor de desarrollar la conquista moderna consistente en la neta separación entre el Estado y cualquier iglesia, entre las legítimas inclinaciones religiosas de la gente y la manipulación de los aparatos eclesiásticos en el seno del espacio público.
Esta perversión de Estados confesionales se combina con modalidades más sutiles en las que las prácticas y discursos religiosos se asumen de hecho como ingredientes del desempeño público del Estado. Ello es de suyo muy preocupante y lo es más aún cuando la deriva del fanatismo político se ve legitimado por las incrustaciones de iglesias y sectas que deberían permanecer en el estricto ámbito de la vida privada. El delirio ciego de las muchedumbres no tiene remedio.
Los niveles de irracionalidad son variables. Dependiendo de los ámbitos donde nos fijemos, el fanatismo político constituye un campo de manipulación donde los argumentos han sido desplazados por el griterío, las buenas razones ceden el paso a las pasiones histéricas, las empatías psicológicas se vuelven patologías y las pautas de identidad o pertenencia ya no pasan por la discusión y la crítica.
Cuando la política está muy centrada en las disputas electorales, este fanatismo encuentra cauce en la algarabía de calle que transmite la dudosa sensación de fuerza, de arrastre de masas, de fortaleza de los aparatos; la autogestión política verdadera es desplazada por el bullicio del gentío excitado; el gregarismo de la calle suministra la falsa percepción de una participación orgánica en los asuntos públicos: si no hay posicionamiento verdadero de la multitud en las decisiones públicas, ello quiere decir que estamos lejos de cambios revolucionarios.
La deriva fanática va en el sentido opuesto de la toma de partido consciente y crítico. El consignismo de una gentarada fanatizada no sirve para casi nada. Una manifestación pública de la multitud no es necesariamente una reunión de fanáticos. No confundir una y otra cosa. Lo que es preciso combatir es la mezcolanza entre la afinidad política intensa, que es perfectamente legítima, y los arrebatos histéricos de muchedumbres que sólo consumen consignas, banderolas y estridencias. Los esfuerzos por construir verdaderos mecanismos de participación de la multitud en los asuntos públicos (autogestión) son mucho más lentos y exigentes que la agitación propagandística.
El desmantelamiento del capitalismo de Estado que padecemos pasa por el creciente posicionamiento de la gente en los espacios de decisión que les conciernen. Ello no tiene nada que ver con conductas fanáticas ni con dogmas políticos. Al contrario, se trata de poner en juego con máxima intensidad la voluntad de cambio, la creatividad política y la capacidad crítica de la gente.
El espejismo de las empatías histéricas ­en la izquierda y en la derecha­ distrae un tiempo y una energía que deben ser revertidas hacia la formación y el empoderamiento de la gente en la conducción de sus asuntos. La voluntad política ciega no va a...


Fotografía: Noticiero Digital (Camatagua).

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