Concluyen los días de carnestolenda. La imaginación popular, unida a la escasez de los proncia.ductos básicos y a la propia para adquirir el disfraz de los niños, se convierte también en protesta. Protesta social, así de sencillo.
El disfraz y la mascarada es la de una supuesta revolución en marcha que no se interroga, ni permite a los demás hacerlo, sobre las amargas experiencias del llamado socialismo real que versiona. Estamos hastiados y ¿resignados? ante la devaluación de la política de todas las aceras, que preceden, explican y garantizan las devaluaciones cambiarias. Hartos de mirar sin ver, la sensibilidad queda trastocada en mero instinto de supervivencia.
Finaliza el carnaval para entrar en otro: el de la perenne espectacularización de los asuntos públicos que, además, digan reducirnos al ámbito privado. Evadidos frente al absurdo allanamiento de las inmunidades parlamentarias que está pendiente, ante el armamento de guerra que corre por las calles, en medio de la verborrea publicitaria que lleva al enfermo presidencial a opinar hasta del satélite Miranda....
LB
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