jueves, 14 de febrero de 2013

CONTRASTE

La Iglesia necesita un milagro
Hermann Alvino

La renuncia de este Papa constituye un cisne negro, esto es -de acuerdo a Nassim Taleb, quien acuño el término-, un evento que ocurre muy raramente, que nadie había previsto, y cuya presencia súbita es un revulsivo a una situación que casi nunca se corresponde con el mundo real.
Y es que estos eventos ocurren no solo por el azar de la vida, de la naturaleza, y del impredecible comportamiento humano, sino también cuando se tensa demasiado la cuerda que mantiene el equilibrio social. Ejemplo de ello son las convulsiones financieras de este siglo y los apaños aplicados por quienes dominan al mundo, que no tienen nada que ver con la realidad de las personas, mientras decenas de multinacionales o bancos despiden a miles de sus empleados para luego indemnizar a los directivos con millones de dólares, o euros, libras y prebendas, por no contar las tribulaciones de millones de familias para llegar a fin de mes, mientras que en otros ámbitos, los futbolistas, famosos de la televisión o políticos oportunistas, se embolsillan dinero que a todas luces es inmerecido, al margen de la legalidad de su proveniencia.
Estar entonces fuera de la realidad, y extremar las tensiones que ello causa son motivo de apariciones de cisnes negros, por ello a nadie se le ocurrió que Benedicto podría renunciar, sea por salud, por lo que ocurre a su alrededor en ese mundo de la curia, o por ambas cosas, en una rendición de cuerpo y espíritu que ha sido la cuarta de la historia. La última vez que ocurrió fue en 1294 con Celestino V, quien considerándose no apto para el cargo lo dejó para retirarse a orar en paz, cosa que hizo, pero solo luego de pasar  por la cárcel, ya que su sucesor Bonifacio VIII lo mandó a ella en una rocambolesca historia llena de conspiraciones, donde justamente destaca Bonifacio como representante de lo peorcito del culto romano.
Pero este cisne negro vaticano solo es la etapa evolutiva final del elefante que ha encarnado este Papa durante sus ocho años de mandato, en una constante contradicción entre su profunda preparación teológica y su torpe entrada a la tienda de porcelana representada por las realidades planetarias que ha sido incapaz de comprender y que ha contribuido al declive en el número de creyentes católicos.
Por ejemplo, un Papa no puede ir a África -concretamente Camerún- y afirmar allá que “el SIDA no se combate distribuyendo preservativos”, como no puede ir a la Universidad de Ratisbona en Bavaria y dejar caer en su lectio magistralis “Fe, razón y universidad – Recuerdos y reflexiones” la citación de Manuel II Paleólogo -emperador bizantino desde 1391 hasta 1425- que dice: “Muéstrame también aquello que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malvadas e inhumanas, como su directiva de difundir por medio de la espada la fe que él predicaba”.
Puede que haya mucha gente que crea en estas palabras, incluso si están fuera de contexto, pero aun dentro de éste, las frases son infelices y erradas, espantan a quienes luchan contra las enfermedades de todo tipo, transtornan el diálogo interreligioso, y muestran la cara oscura de la curia que informa, redacta y condiciona palabras y actuaciones papales. Todo ello indica, además, que la infalibilidad que de acuerdo a los creyentes ofrece el Espíritu Santo al Papa de turno -que cesará cuando dimita Benedicto, para volver con quien sea elegido a continuación- solo actúa dentro de las paredes vaticanas, aunque a veces tampoco es así, porque basta recordar la vez que este Papa recibió y bendijo en la Basílica de San Pedro a Rebecca Kadaga, portavoz del parlamento de Uganda, quien promovía una ley contra los “comportamientos sexuales desviados”, para los cuales se proponía la pena de muerte o cadena perpetua en los casos de reincidencia.
Pero nada de esto nos debe sorprender, porque Benedicto es, después de todo, el sucesor y continuador de la obra de su antecesor Juan Pablo II, cuyo conservadurismo lo coloca entre los grandes reaccionarios de la Historia, con pecados aun más graves que su sucesor, como aquella cercanía con el cura mexicano, delincuente y pederasta, Marcial Maciel y sus Legionarios de Cristo. Sin embargo, criticar a la Iglesia y sus papas por sus posturas frente al sexo, la homosexualidad, el matrimonio gay, la evolución, o la ingeniería genética junto a todos los avances de la ciencia, puede que sea una ejercicio de debilidad conceptual, porque después de todo la Iglesia tiene su doctrina y sus principios, y quien pertenece a esa comunidad pues los debe compartir, aceptar, difundir y defender, basándose en una de las líneas maestras de Benedicto, como ha sido el combate a lo que él ha definido como “relativismo ético”, aunque esos principios no eximen a la Iglesia de seguir el precepto aquel de Cristo: “Dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios”; porque se puede hasta aceptar que ésta se meta en política y manifieste con sus fieles por lo que consideran leyes justas o injustas, aunque luego condene las críticas que se derivan de sus incursiones en los asuntos terrenales, recurriendo al victimismo y denunciando persecusión; pero lo que no se puede tolerar es que esa misma Iglesia luche por tener un trato preferencial que, visto relativísticamente o en términos absolutos no es ético, como es por ejemplo el no pagar los impuestos por las decenas de miles de inmuebles que posee en todo el mundo, a cuenta de que los disfrazan de casas de huéspedes para sus acólitos, o los impuestos que se derivarían de un inmenso patrimonio, en una postura que siempre intentan defender con eso de las numerosas obras de caridad que se realizan, mientras que las gentes comunes son ahogadas por impuestos y tasas.
Esas cosas, en estos tiempos ya no cuelan, como no cuela su aparente incomprensión de la modernidad en general, que en realidad lo que esconden es la intención de mantener parte del poder y privilegios del que han disfrutado durante siglos a cuenta de muchos incautos, incluyendo centenares de gobernantes actuales, y nuestra la sospecha de que el verdadero dolor de cabeza de esta Iglesia no es el sexo liberado, ni la ciencia que aleja la ignorancia, sino los desvergonzados negocios que dia a dia se le van descubriendo.
Por ello, si es que ello es posible, solo un milagro, pero de los de verdad, y no de esos inventados por alucinados y desequilibrados mentales, podría devolver a la Iglesia y al Papado la fortaleza de la pobreza, la firmeza de la humildad, y la acción efectiva de la sabiduría de su iniciador. Lo cual no parece probable.

Fuente: http://vivalapolitica.wordpress.com/2013/02/14/la-iglesia-necesita-un-milagro/

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