Arribar al centro de Caracas, hoy, significó salir lo más rápido posible. Temprano, se hizo lento el tráfico automotor. En una esquina de la antigua DIEX, personas de franelas o chemises rojas y de colgada credencial, procuraban animar a las personas alrededor de una corneta de inmensa estridencia, cantándole a Chávez Frías. Estampa semejante, ofrecieron los despachos sobrevivientes del casco central más hacia el norte.
Obligación del bullicio. Resignación ante los bulliciosos.
La Plaza Caracas, desde temprano, exhibió una portentosa tribuna central resguardada por la Casa Militar. Los buhoneros también tomaban sus posiciones incluyendo una venta al detal, en oferta, de fotografías "reveladas" o impresas en el papel correspondiente, del mandatario nacional, dentro o fuera de la clínica.
Las estaciones del metro comenzaron a coparse. La movilización dejaba una estela nada grata en su periplo. De evidente almuerzo en tránsito, en el asfalto se anegaron los recipientes de comida, los volantes, botellas de agua mineral, "chupetas" de propaganda, envases también de cerveza.
Cierto ambiente de rumores pasó factura a la mañana que se íba. Un dejo de nerviosismo. Un no sé qué de zozobra.
Campaña electoral o no, los costos resultan inverosímiles, como inverosimil es la Venezuela actual.
Un ajetreo con vapores de "Memorias del subdesarrollo" (1968), de Tomás Gutiérrez Alea, mejor que el libro de Edmundo Desnoes, que le comentamos a un amigo, quien - nos dijo - estamos como en la punta de un iceberg: lo peor, que no sea tal flotando en aguas densas.
Un no sé qué.
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