EL NACIONAL, Caracas, 12 de Febrero de 2013
¿Tienen futuro los partidos?
RICARDO COMBELLAS
Lo confieso fieles lectores, soy pesimista. Sostengo que presenciamos una crisis dentro de una onda de larga duración histórica, donde los partidos han pasado del auge a la decadencia, duración variable cierto, según cada partido, según cada realidad nacional. En nuestra Venezuela los partidos históricos (liberales y conservadores, con sus respectivas variantes), fueron liquidados por la férrea y larga dictadura del general Gómez; los nuevos partidos, surgidos a partir de 1936, viven hoy sus postreros estertores; y los últimos, aparecidos en estos tres o cuatro lustros, la verdad sea dicha, muy poco es lo que le ofrecen al nuevo país.
Es el caso que en Latinoamérica, y también cada vez más en Europa, los partidos expresan una contradicción. Por una parte la gente los considera una condición necesaria (¡aunque no suficiente!) para la democracia, pero por la otra, una mayoría determinante no cree en ellos, no confía en los partidos. ¿Por qué los partidos han perdido tanto terreno? ¿Por qué la gente ha perdido la fe en los partidos?
Hagamos un somero análisis de las variables esenciales que conforman un partido y seguramente allí encontraremos buena parte de la respuesta: primero, la ideología. De las ideologías duras y rigurosas que nutrían las plataformas de los partidos en su época de oro, hemos pasado a una carencia y vaguedad de ideas, que suscita pena ajena; segundo, la organización. Los partidos venezolanos, sin excepción, no han abandonado en los hechos el principio leninista del centralismo democrático. Son partidos cupulares, oligárquicos, cerrados a la participación popular; tercero, el comportamiento ético, que se revela en una forma de vida austera, ya no abunda en los dirigentes, jaqueados entre los modernos Escila (la dependencia de los dineros públicos) y Caribdis (la sujeción al financiamiento claro u oscuro, cuando no muchas veces clandestino, del empresariado privado). Los escándalos de corrupción y el abandono del pueblo destruyeron a la república puntofijista, y amenazan con su proterva y deletérea influencia, a la alicaída república chavista.
La política, en Venezuela y en el mundo, ha dejado de ser (afortunadamente y para bien de la democracia) un asunto exclusivo de los partidos. La democracia representativa de partidos está en crisis en todas partes. La ciudadanía se siente frustrada y abandonada por ella, y rechaza furibunda todos los días en las plazas públicas de las grandes ciudades el accionar de los profesionales de la política, la malhadada partidocracia. No puede ser de otro modo: ¿cuántas veces no hemos visto en estos últimos años cómo lo que ofrecen en sus plataformas electorales lo echan sin ningún pudor por la borda cuando asumen el poder?
Una estrategia política que se encierre exclusivamente en los partidos, como la que tiende a predominar en la forma tradicional de ver la política (y por ende en sus formas organizacionales), por parte de muchos dirigentes, tanto del oficialismo como de la oposición, no tiene hoy ninguna posibilidad de éxito duradero. Por supuesto que existe una alternativa: los partidos abiertos y horizontales, engarzados con la sociedad civil y los movimientos sociales, en absoluto plano de igualdad, con liderazgos con visión de país, más allá de las estrecheces de la coyuntura, que trasciendan los límites de los partidos y se involucren profundamente con la sociedad y sus reclamos y necesidades, allí está el camino de una verdadera nueva política para una realmente nueva Venezuela.
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