domingo, 10 de febrero de 2013

APUESTA DE DEIDAD

EL NACIONAL, Caracas, 10 de Febrero de 2001 / Papel Literario
Manuel Felipe Sierra
"Chávez es un milagrero con habilidades de predicador protestante"
La edición de Papel Literario dedicada al 4 de febrero ha encendido los motores de la discusión. Cartas, correos electrónicos, aireadas críticas, expresiones de afecto, ceños fruncidos y sonrisitas. Un diálogo con Manuel Felipe Sierra, director de la revista Primicia, nos remitió al tema de que la pugna de Chávez, tiene también sus secuelas estéticas. Esta entrevista se realizó justo el domingo 4 de febrero, mientras el Presidente volvía a arroparnos con sus desbordados talentos telegénicos. Sierra es un agudo analista de la vida política venezolana, periodista y hombre con dotes notables para la conversación
Nelson Rivera

-¿Estamos viviendo una televisocracia desde el 4 de febrero, donde el componente de la teatralidad es más relevante que en regímenes anteriores?
-Sí, de alguna manera. Es evidente que el presidente Chávez ha usado su carisma, su capacidad de comunicarse desde la televisión, que es un medio con mucha eficacia, con mucha capacidad de influir de inmediato. Chávez es un hecho mediático en lo esencial. Cuando se da un golpe y se producen aquellas horas de incertidumbre, de suspenso, la gente suele pensar en los altos mandos militares, es decir, piensan que algún general se alzó. Cuando Chávez apareció al mediodía del 4 de febrero ya rendido, cuando aparece en televisión lo hace con una frase que revela su capacidad de comunicador, el "por ahora". Su mensaje no fue el de un hombre rendido, sino el de un hombre que había sido derrotado transitoriamente, pero que había dejado un mensaje. Cuando la gente vio a un teniente coronel vestido en traje de campaña, aquello ensambló con el planteamiento de cambio que había en el país. Ese Chávez no era sólo el Chávez que había planificado un golpe contra el Presidente de la República, sino que de alguna manera también revelaba el malestar que había en el pueblo y en los niveles intermedios de las Fuerzas Armadas. Una frase en la televisión logró acopiar toda una energía política que había en el país. En los días siguientes al golpe, el gobierno de Carlos Andrés Pérez contrató a David Garth, quien hizo una serie de encuestas diarias para evaluar la imagen del gobierno, que de alguna manera había quedado debilitada. Todas esas encuestas daban a Chávez como el personaje más importante entre todos los políticos, a un promedio entre 70 y 80%.
-¿Qué es lo que le resulta tan atractivo a los espectadores: que se trata de un espectáculo distinto, un espectáculo que va a contra corriente, o es que de verdad había en el país una actitud contenida y el intento de golpe le abre la puerta a la participación y a la protesta?
-Normalmente, cuando se produce un golpe de estado, en la televisión aparece una junta que le dice al país, a los ciudadanos: esta mañana se produjo tal o cual cosa. Entonces, el hecho de rendirse y no rendirse en un mismo acto, por un insurrecto que es un teniente coronel y no un general, produce un impacto inevitable. Luego, yo no diría que en todos los ámbitos de la sociedad venezolana, pero efectivamente en los sectores populares, Chávez empezó a encarnar un hecho cultural bien importante. Por ejemplo, está el caso de la música llanera. La música llanera en Venezuela es un fenómeno que, a lo mejor en Caracas no se siente, pero que a partir de los Teques se hace fuerte y predominante. Venezuela está sumida en la cultura de la carne en vara, de Reina Lucero y Luis Silva. Ese país que a veces nos resulta subterráneo encontró en la presencia de Chávez una referencia importante. La cultura media del venezolano, sobre todo en el interior ha sido ganada por la cultura del llano. Luis Silva logró vender hace cinco años 300 mil copias de un disco. Tiene que ver con esa cultura del Conde del Guácharo, que uno lo encuentra en los lugares más insólitos y sigue llenando escenarios. Aquí hubo una mutación cultural del país, que tiene que ver mucho con este proceso social en el que una parte del país reaccionó contra el establecimiento.
-Luis Britto García sugiere en un ensayo suyo que publicamos el sábado pasado, que el 4 de febrero, además de desatar la insurrección política y militar, generó una insurrección cultural. Habla de Alí Primera y de las banderas. Son ejemplos distintos, pero que seguramente van en el mismo sentido que los suyos. ¿Piensa usted que Chávez ha removido la escena cultural de forma profunda y consistente?
-Creo que Chávez recoge muchas cosas que estaban allí latentes y que era imposible percibirlas con la visión lineal que se tenía del fenómeno cultural en el país. El logra activarlos, y de alguna manera es beneficiario de ese proceso. Eso es indudable. En el carnaval siguiente al 4 de febrero, el disfraz más importante no fue el Zorro, fue el chavito. Y eso no es expresión del MVR, ni fue dirigido, es una respuesta del país que tenemos hoy, que es un país que está muy ganado por la cultura de la provincia. De alguna manera hay un regreso a un nacionalismo que no es inducido por las élites culturales. Cuando Chávez sale de Yare y se va al interior, ya los políticos venezolanos no hacían eso. Chávez se mete en el interior y logra compenetrarse con ese fenómeno de la cultura del llano, que está permeando y cubriendo el país. Cuando en marzo de 1998 Chávez aparece en las encuestas, ya es absolutamente imposible revertir esa tendencia. Pero viene del llano hacia Caracas, es decir, reproduce de alguna manera el fenómeno histórico y cultural de los andinos cuando ocupan Caracas en el año 99. Esa cultura que nosotros no veíamos y no entendimos, pero que estaba allí.
-El sistema que se instaura en 1958 desarrolló un lenguaje, un discurso, unas promesas, unos rituales. Chávez también es un hombre de rituales y de discursos, es decir, podríamos decir que propietario de una retórica distinta, pero una retórica a fin de cuentas. Desde el punto de vista del relato narrativo, Chávez es un perturbador. Aunque tiene un ritual, él lo exacerba, le introduce elementos sacrílegos, es decir, lo modifica, hace bufonadas, se sale del ritual y hasta violenta una de las reglas tradicionales de la escena: conversa con el público.
-También falsifica la historia.
-Abiertamente. Estos elementos tienden a molestar incluso a las jerarquías que lo acompañan y que lo adversan. ¿Qué significa que a la gente le guste tanto esta modificación del espectáculo? ¿Una expresión cultural de rechazo al formalismo? ¿Demuestra esto una lucha estética?
-Sí, una confrontación estética que va más allá del mensaje de Chávez. Evidentemente, creo que los venezolanos somos muy arbitrarios, nos gusta romper las convenciones. El venezolano de estos tiempos es mucho más abierto, y de alguna manera, es más permeable a ser tocado por esta cultura subterránea que se fue generando y consolidando en los últimos años.
-Aníbal Romero sostiene que la clase intelectual venezolana ha sido dominada por dos grandes tendencias frente al hecho del poder: o se ha entregado a suscribir el poder o se ha mantenido fuera en una actitud que llama "utopismo", que describe a aquellos que se sienten legítimos porque sueñan con la revolución.
-Vargas Llosa dice en su artículo de hoy, cómo lo imaginario, lo utópico, pesa tanto en los países latinoamericanos, que es un pensamiento útil para crear grandes novelas, para desarrollar nuevas tendencias en la pintura, pero que todo esto constituye un mundo irreal. Yo creo que la vanguardia intelectual venezolana se inmoló con el fracaso de la lucha armada. Eso tiene varias consecuencias, entre otras, una anímica: hasta sus nombres más conocidos todavía viven con el peso de la derrota, y nunca pensaron que podía haber una posibilidad de cambio político. Y por supuesto, para todos ellos, Chávez nunca podría ser la expresión de un cambio estético. Quizás esto no es un cambio revolucionario, pero sí es una alteración histórica, sí se produjo una fractura de la cual Chávez es beneficiario. Chávez no es el buen revolucionario de los años 60 que decía Carlos Rangel, Chávez no es la expresión ideal del líder de la izquierda, el revolucionario típico. Chávez más bien, para la vanguardia cultural, merece el tratamiento de un personaje excéntrico, raro. No te olvides que nuestra vanguardia cultural, fundamentalmente la caraqueña de los años 60, los grupos literarios que se gestaron en esa época eran grupos urbanos, con una visión del país más hacia Europa, más hacia las nuevas tendencias culturales. Chávez lo que hace es retrotraernos, para usar una frase muy famosa en los años 60, a una visión mucho más simple del país, pero que quizás es la visión real que tienen los venezolanos. Yo creo que en eso deberíamos reflexionar.
-Es curioso que siendo Chávez un provocador, no haya logrado conquistar a esa clase creativa, a esos sectores intelectuales que han estado por años clamando por un espacio para la provocación.
-Creo que Chávez reivindica un sentimiento, un sueño que no tiene pertinencia, que no tiene viabilidad histórica en este momento. La revolución de Chávez es una revolución del siglo XIX. Es decir, en el fondo no hay revolución transformadora, es un relevo de hegemonía política, es el aprovechamiento de una circunstancia que le permite impulsar algunos cambios y plantear algunas ideas, ideas que no tienen mayor consistencia. Por ejemplo, la reinterpretación del pensamiento bolivariano es absolutamente extemporánea, no tiene sentido. La sacralización de Zamora tampoco tiene sentido. Zamora fue un militar de un gran arrojo, un gran estratega en la batalla, pero casi no participó en los hechos más significativos de la Revolución Federal. La Guerra Federal comenzó el 20 de febrero de 1859 y Zamora muere en 1860. Todo el proceso que Chávez reivindica se corresponde a una etapa en la que Zamora estaba muerto. La Revolución Federal la dirigen, Juan Crisóstomo Falcón y Guzmán Blanco, que son los que conducen y los que protagonizan las grandes batallas. Son ellos quienes culminan aquella sangrienta fractura.
-George Balandrier habla de milagrismo, para describir la presencia en la escena del poder de una imagen que irradia una fuerza social o política, sólo a partir de propagar la esperanza.
-Hay mucho de eso. Si se pudiese apostar a una definición de Chávez, yo recordaría lo que los colombianos llaman el milagrero, que es el vendedor de feria, el que es capaz de vender sueños, una suerte de buhonero de ilusiones. Y eso tiene mucho que ver con lo que es el país ahora, con la nueva calidad de la marginalidad venezolana. Es cierto que el venezolano es mayoritariamente católico, pero si tú revisas en términos reales en los sectores marginales, hay una amplia población religiosa que es protestante, pero también es católica. Hay un sincretismo extraordinario, y Chávez de alguna manera encarna a un milagrero con habilidades de predicador protestante.
-La conexión de Chávez con el tema religioso podría sugerir una contradicción. Una lectura del libro que acaban de publicar Carmen Betancourt y María Matilde Suárez, dedicado a José Gregorio Hernández, muestra la sobrecogedora y creciente presencia del beatificado en todos los sectores sociales. José Gregorio disfruta de un reconocimiento unánime, amplio, pero su imagen parece asociada a palabras como consenso, paz, bondad, solidaridad, concentración, valores que parecen ir a contracorriente de conceptos como pugnacidad, confrontación, ruptura, dispersión, que uno podría asociar a Chávez. ¿Es arbitraria la posibilidad de interrogarse sobre las posibles conexiones entre estos dos personajes, que parecen coincidir en el entramado emocional de la esperanza de mucha gente?
-Es cierto que Dios es pacífico, que Dios no quiere la guerra. José Gregorio Hernández, sin querelo, está camino a la beatificación. Chávez, seguramente, también quiere la trascendencia.

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