EL NACIONAL - Lunes 04 de Febrero de 2013 Escenas/2
Salmerón Acosta, recóndito y despierto
PALABRAS SOBRE PALABRAS
LETRAS
FRANCISCO JAVIER PÉREZ
Como si tuviera siempre que salir de un letargo, una penalidad incomprensible para un autor de su renombre, el poeta Cruz Salmerón Acosta emerge nuevamente en La canción recóndita (Fundarte, 2011). Antes, lo había ya conseguido en Vida somera. Cantos al mar, al amor y a la muerte (Monte Ávila Editores, 1993), una rigurosa y amorosa antología a cargo de Gustavo Luis Carrera, durante el festejo nacional, un tanto inadvertido, por el centenario del nacimiento del escritor, que había nacido el año 1892 en playas del estado Sucre, hechas mito por los versos del propio poeta, en sus más celebradas líneas: "Azul de aquella cumbre tan lejana/ hacia la cual mi pensamiento vuela/ bajo la paz azul de la mañana,/ ¡color que tantas cosas me revela!". Y, mucho más atrás, lo vislumbra ya en esta prisión de letargos, el estudio y repertorio Azul de Manicuare. Cruz Salmerón Acosta (UCV, 1971), obra de Oswaldo Larrazábal Henríquez, su cultor más devoto (Salmerón Acosta, itinera- rio de un poeta, 1979; Yo, Cruz María Salmerón Acosta, 1982; Reencuentro azul. Presencia de Cruz Salme- rón Acosta, 2004). Fuente de amargura sería el título que Dionisio López Orihuela daría, en 1952, para ofrecer la primera compilación de la poética de Salmerón Acosta y que se ha reeditado, sin cambios, cuatro veces más.
El recuento provisional llega a término en 2011, cuando se presenta "Cruz María Salmerón Acosta. Obra completa comentada", trabajo de William Rodríguez, profesor de la UCAB, núcleo de Los Teques, que permanece inédito.
La edición de Fundarte despierta al poeta de su último sueño y nos lo presenta en 52 piezas, sonetos en su mayoría, que permiten que el lector desprevenido ante la obra de este autor lo conozca en pureza y lo admire desde el primer verso: "Yo fui Quijote por algunos años" (primero del poema: "De mis andanzas"), hasta el último: "con la serena luz de sus semblantes" (último del poema: "La hora melancólica"), como si se trataran del primero y del último de un único poema, pues completan un círculo perfecto desde la andanza quijotesca (siempre un asunto de agónica melancolía y de realidades confundidas) hasta la hora final en la que el corazón del poeta destrozado de tanta vida (o de tanta necesidad de ella) cede "a los tranquilos rayos de la luna" para llamar al amor que más nunca habrá de pertenecerle: "Música de placer para el dichoso/ que dulces esperanzas atesora,/ música para mí como el sollozo/ de mi solitario corazón que llora".
La leyenda, fortalecida por la película La casa de agua (1984), de Jacobo Penzo y en la que Franklin Virgüez protagoniza al desdichado (en virtuosa nómina: Doris Wells, Hilda Vera y etc.), nos hace verlo leproso y doblemente carcomido por la enfermedad y la soledad (ecuación alfa en donde cuerpo y alma se hacen un fluir de idénticas verdades), escribiendo en su rústica morada frente al mar; espera agónica de una muerte que no tarda en llegar.
Una de las mejores piezas, "El perro", dedicada a don Dionisio, su albacea lírico, ofrece las claves de su vida de poeta: "Duerme por siempre junto al mar sombrío,/ que para mí tanta poesía encierra,/ en tu lecho de tierra/ por el cual con placer cambiaría el mío". El poeta recóndito, despierta.
Fotografía: Aleksandr Ródchenko.
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