martes, 12 de febrero de 2013

LA FUERZA Y FORTALEZA SIMBÓLICA DE UNA LEJANA INSURRECCIÓN

A principios de febrero de 1928, hubo un importante alboroto en Caracas. La Semana del Estudiante, movilizó a la muchachada en una ciudad modesta y taciturna: Caracas.

El semanario “Élite”, reseñó la celebración, además de informar sobre la resolución ministerial que convertía a Juan Iturbe en el nuevo rector de la Universidad Central de Venezuela.  Destacó la publicación en la que, por cierto, con anterioridad, dio participación a algunos de los que resultaron líderes de tan peculiar festejo, que el lunes 6 los estudiantes, en “patriótica romería”,  fueron al Panteón Nacional y la Reina Beatriz I hizo la ofrenda ante el sarcófago de El Libertador, pronunciando después J. Villalba Gutiérrez “un elocuente discurso”. Después, en la casa natal de Andrés Bello, habló R. Angarita Arvelo. Entronizada la reina en el Teatro Municipal, una “suntuosa velada musical y literaria” se convirtió en una “inolvidable noche de triunfo” para Jacinto Fombona Pachano, Pío Tamayo, Ada Pérez Guevara, Pardo Soublette, Juan Oropeza, J.B. Plaza, Israel Peña y A.J. Ramos.  Posteriormente, no encontramos una alusión semejante.

La jornada significó una importante y decisiva protesta contra la dictadura, velada, hábil y hasta decisiva por el despliegue de una fuerza simbólica que la trascendió. En su conocida “ “Guía de historia de Venezuela” (1977), Arellano Moreno habla de la masiva detención de los estudiantes (230), que – además – provocó una huelga de seis días en la ciudad capital. El dictador, Juan Vicente Gómez, los mandó a trabajar en las carreteras, y – asegura – hasta su hijo, José Vicente, Vicepresidente de la República, simpatizó con los eventos. El clero católico pide clemencia para los detenidos políticos.

Agrega el historiador que, en el referido año, se  crea el Banco Obrero y el Agrícola y Pecuario, con sede en Maracay, y la Escuela Militar es mudada a la ciudad de La Victoria. Es sancionada la primera Ley del Trabajo, acorde a las exigencias de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), aunque no se aplicará hasta 1935; y, promovida exitosamente, una reforma constitucional para eliminar la Vicepresidencia, yendo José Vicente al exterior. Venezuela alcanza el primer lugar como productor de petróleo en el mundo, las reservas del Tesoro llegan a Bs. 114 millones, aunque la crisis económica tiende a agudizarse. No olvidemos que el 7 de abril, fracasa el asalto del Cuartel San Carlos por las tropas sublevadas de Miraflores, donde intervienen los líderes estudiantiles.

De un lado, por su predominio de décadas, merece llamarse tal la Generación del ’28, aunque una más estricta aproximación al fenómeno lo desmiente. Por lo menos, con José Ortega y Gasset, el ejercicio nos permitiría comprobar que no hubo una compactación de coetáneos, pues, fueron distintas las convicciones y realizaciones a lo largo de la historia. Coincidieron generacionalmente Jóvito Villalba, Rómulo Betancourt, Raúl Leoni, Pío  Tamayo, Juan Bautista Fuenmayor,  Isaac Pardo, Key Ayala, Kotepa Delgado, Miguel Otero Silva (quien noveló los eventos), entre otros, pero – consabido – fueron variados los caminos tomados. Mario Torrealba Lossi se encargó del tema, a través de un libro: “Los años de la ira” (1978). Agreguemos que, desaprobando el automatismo biológico, Arturo Uslar Pietri, partidario del régimen protestado, fue indiferente, y Germán Suárez Flamericho presidió la Junta de Gobierno, luego de la muerte de Delgado Chalbaud, en compañía de Marcos Pérez Jiménez y Luis Felipe Llovera Páez, hacia 1951.

Del otro, recurrimos a Manuel Caballero para calibrar la importancia de la Semana del Estudiante.  Concluye en “Las crisis de la Venezuela contemporánea” (1998), en la mudanza de las luchas políticas del campo a la ciudad, el intento de darle una perspectiva ideológica, aparece un nuevo personal político, esforzándose  por despersonalizar la política y el poder. Antes, el autor había asegurado que el estudiantad no era liberal, sino demócrata y – a diferencia de la oposición tradicional – tienen un proyecto de sociedad, amén del político: “Más allá del homenaje rutinario al dios laico (‘Padre Nuestro Libertador’) de los venezolanos, se inscriben ellos, al proclamar su aspiración a una ‘democracia decente’, dentro de la tradición jacobina de la ‘república virtuosa’” (“Gómez, el tirano libera”, 1993). Parecida argumentación esgrime en “Historia de los venezolanos en el siglo XX” (2010).

LB

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