Del centro político (*)
Luis Barragán
Obviamente, no hay centro político huérfano de una izquierda y derecha que lo justifiquen, pero las definiciones suelen ser variadas y tormentosas en un tópico manido y efervescente. Cada época y cada quien probará las suyas, tan cambiantes como las circunstancias históricas que les dan obligado contexto.
La versión más sistemática del binomio izquierda y derecha, con un título convertido en ineludible clásico, corresponde a Norberto Bobbio. La remite a los valores de la libertad e igualdad, restándole un perfil propio al centro, aunque otros pueden ser los valores e, incluso, antivalores que dictaminen la llamada metáfora espacial del gusto de los analistas, más de los divulgadores que de los especialistas.
Agreguemos, las posturas radicales ganan sus elocuentes trazos en la topografía de la política y de lo político, aportándole una estética adicional al oficio. Octavio Rodríguez Araujo, bobbiano, ha dibujado los llamativos relieves que adquieren los ultraísmos de izquierda y derecha, cuyos matices más marcados los hermanan.
Por lo demás, dependiendo del ángulo de preferencia, se puede ser de (centro/ultra) izquierda, siéndolo realmente de (centro/ultra) derecha, y a la inversa. La izquierda de la que se dice y es legítima heredera - ¿por qué dudarlo? - el régimen actualmente prevaleciente en Venezuela, fue partidaria de la nacionalización absoluta del petróleo en Venezuela, mientras que, ahora, ha entregado la Faja del Orinoco a las transnacionales, superando con creces las concesiones otorgadas por Pérez Jiménez.
A pesar de la subestimación y hasta desprecio que suscita el centro que jamás, traicionándolo, podrá ser radical, si de purezas tratamos, dista del oportunismo con el que suele confundírsele, pues, ante todo lo caracterizan las soluciones de compromiso, el diálogo, y hasta el acuerdo sobre las diferencias, partiendo del correcto diagnóstico de una negociación planteada. Y, como de composición política versamos, importa tanto el mecanismo que así lo autoriza, como las definidas posturas de los actores que lo concursan.
Caldera y el centro político
Ejemplificando las premisas, pocos líderes soportaron la acusación simultánea de izquierdista y de derechista, como Rafael Caldera. Consabido, la guerra civil que concluyó con la II República española, reportó sendos estereotipos, convirtiéndolo en acreedor de los más insultantes y opuestos: a ratos, fascista y, a ratos, comunista. Por ello, a mediados de 1965, en un congreso mundial de las juventudes socialcristianas, celebrado en Berlín, decía que “nos sentimos mejor definidos cuando recibimos el ataque inclemente de ambos extremos de la barricada: cuando las derechas nos llaman comunistas mientras los comunistas nos llaman derechistas”. Valga añadir, una extensa hemerografía da cuenta de los apelativos mutantes, gratuitos y contradictorios, propios del esfuerzo de estigmatización política, que aconsejan una solución práctica antes que teórica, y, a tal efecto, tomamos tres casos.
Por una parte, en el supuesto de concebir y defender el Pacto de Punto Fijo, como una postura de derecha, y su rechazo, como de izquierda, aunque paradójicamente el PCV reclamó por su exclusión al suscribirse, los hechos demostraron a la postre cuán pertinente y oportuno fue (ron), por obra de una creciente violencia política que el golpismo y la subversión armada, o ambas a la vez, protagonizaron al intentar la destrucción de la naciente democracia representativa. Implementada en el primer gobierno de Caldera, la política de pacificación les concedió la oportunidad a los insurrectos de volver a los medios legales de actuación, perfeccionando a la larga un acuerdo que llevó, con el pacto institucional en el parlamento, al puntofijismo estabilizador.
Por otra, en 1961, a los pocos días de entrar en vigencia la novísima Constitución, fueron suspendidos algunos derechos y garantías, dado el clima de creciente violencia en las calles, ya de varios meses, trastocando a la izquierda más nominal en defensora entusiasta de la carta ante la derecha inculpada que alegó cumplir con el trámite correspondiente, a juzgar por el debate celebrado en el Congreso. Ya sobra el testimonio de aquellos que, en provecho de las circunstancias, sintetizadas las medidas económicas oficiales como la ley del hambre, atentaron deliberadamente contra el orden constitucional y, menospreciando y manipulando los aportes que hizo Caldera para una actualizadora reforma constitucional, antes de su segundo gobierno, faltando poco, en el siglo XXI violentan la propia Constitución que se dieron, en 1999, sumergiendo al país en una inédita catástrofe humanitaria.
Luego, en materia petrolera, contrario al otorgamiento de más concesiones, como lo recomendaba la derecha, o de la inmediata y completa estatización de la industria, por la que apostaba la izquierda, Caldera y su partido defendieron una política de centro, como identificó Juan Carlos Rey al puntofijismo y sus principales realizaciones, pautada desde la política del pentágono, concebida por Juan Pablo Pérez Alfonso, hasta culminar con la efectiva nacionalización de mediados de los setenta. E, incluso, acunados los matices en el seno del propio partido demócrata-cristiano, un sector de su juventud alentó la inmediatez de la medida, ante la cual respondió – moderado y moderador – Caldera: a modo de ilustración, puede verse “Ni vacilación ni entreguismo: Una política petrolera” de Abdón Vivas Terán, y “Petróleo: Asunto nacional y mundial”, en el diario El Nacional (Caracas, 06/06 y 09/06/1966).
Caldera y la realización del centro político
Constatamos, a la recurrente simplicidad que puede alcanzar la díada izquierda y derecha, presta para las descalificaciones más expeditas, puede sumarse la de un centro que no sea tal, sino ocasión para el oportunismo que tuvo también cabida en la década de los sesenta, finiquitada la variedad, a veces, artificial e insostenible de partidos, con el bipartidismo que surgió en 1973, cuya consideración escapa desafortunadamente de la presente exposición. Sólo el centro político, periódico, real y provechoso, se realiza cuando los actores tienen una definida posición política e ideológica que los compromete y existen dispositivos eficaces para una concertación políticamente productiva que los corresponsabiliza, en definitiva, con una política de Estado, contrastante con el burdo pragmatismo que las ocasiones deparan.
Tenemos, de un lado, frente al agudo conflicto existencial que produjo el marxismo en la Venezuela de décadas ya remotas, Caldera inspiró y promovió el debate ideológico, contribuyendo a darle una identidad político-cultural y un perfil partidista diferenciador a la democracia cristiana, respecto a las demás corrientes políticas. Hubo una razón teórica, dada la influencia de la enseñanza social de la Iglesia Católica o de autores como Maritain, Sturzo, Mounier, Lepp o Teilhard que, entre otros, como los chilenos, se hicieron sentir, pues, en curso, todavía faltaba por hacerlo el Concilio Vaticano II y sus resultados ulteriores; y una razón social, ya que fue notable el influjo del socialcristianismo en las clases medias ilustradas, capaces de motivar y movilizar al resto de los sectores sociales; en las universidades, donde competía exitosamente frente a las fuerzas comunistas, y en los gremios de profesionales y técnicos.
El docente universitario, no sólo era autor de ya varios títulos académicos, sino de una literatura alusiva al movimiento político que fundara, amén de los regulares artículos de opinión que también disciplinaron al liderazgo político promedio de entonces, forzándolos una racionalidad hoy poco frecuente. Por cierto, luce más revelador un título, como “Ideario: La democracia cristiana en América Latina”, compilación de 1970 que recogió sus más importantes reflexiones ideológicas en el marco de sendos eventos políticos del decenio anterior, que la propia “Especificidad de la democracia cristiana”, publicada en 1972, un meritorio breviario que fue fruto de las clases impartidas en el IFEDEC, entre 1966 y 1967.
Por otro, bien conocidas y nítidamente caracterizadas sus posturas, con un temperamento proclive al entendimiento, siendo inevitable el conflicto, contribuyó a que se hiciese agonal para el desarrollo y la estabilidad de las instituciones, como premisa. No hay una perspectiva centrista, por lo menos, adecuada y convincente, si no cuenta con la seguridad y firme determinación de sus posturas para afrontar el conflicto existencial, las cuales autorizan – moral y políticamente – al entendimiento trascendente con otras corrientes, movimientos, partidos o sectores, a través de una indispensable deliberación parlamentaria y edilicia, sumada al aporte de la prensa libre, garantes de una composición política leal, abierta y realmente concursada, aún en los momentos más difíciles, acalorados y riesgosos.
Valga acotar, el acceso al poder que el puntofijismo impidió que fuese por la vía violenta de añeja tradición, nos remite a la concepción de un partido, como COPEI en los años sesenta, que también – puede decirse – a su más alto nivel exhibía a líderes considerados de derecha, como Edecio La Riva Araujo, o de izquierda, como Rodolfo José Cárdenas, por no mencionar al sector juvenil que reproducía un mosaico político semejante: la hemerografía y bibliografía de la época retrata muy bien una situación que facilitabael uso y abuso del binomio de marras, con fuentes que recogen fielmente las tensiones y perturbaciones generadas, como la de Tarsicio Ocampo, curiosamente editada en Cuernavaca por 1968 (“Venezuela: ‘Astronautas’ de COPEI, 1965-67. Documentos y reacciones de prensa”). La posición de centro a la que aspiró Caldera al interior de su partido, se vio reflejada en la triunfante estrategia electoral que lo llevó al primer gobierno, concitando el apoyo de movimientos y personalidades de una diversa procedencia política que, a contrapelo con el estereotipo preferido en los años treinta, hizo que la izquierda lo acusara de veleidades reformistas, según el libro en el que Domingo Alberto Rangel analizó los resultados electorales de 1973; o calificara de progresista a su primer gobierno, como ocurre con Steve Ellner en una edición gubernamental de estos años recientes, en la que aborda el fenómeno chavista.
El centro, ahora
Trascendiendo la estricta dimensión democristiana, la perspectiva centrista de Caldera nos conduce a las necesarias soluciones de compromiso, inherentes a la transición democrática que tenemos por empeño en la presente centuria. Resultan indispensables las más definidas y firmes posturas, abiertas a la reflexión y al debate creador, para afrontar el desafío estratégico de una conflictividad existencial, como no tardarán en plantear, incluso, apelando a la violencia, los sectores autocráticos desplazados del poder, reacios a la pérdida de sus privilegios, incluyendo sus inmunidades de facto.
Sólo los movimientos y las personalidades de una identidad y un compromiso político e ideológico, definidos, nítidos e inequívocos, además, pueden auspiciar, concursar, desarrollar y estabilizar el carácter agonal de los conflictos, a través del entendimiento, las fórmulas de compromiso, el diálogo democrático o las más amplias coincidencias sobre aquellas materias que, a la postre, se conviertan en sendas políticas de Estado. Supone un efectivo y eficaz desarrollo institucional de los espacios políticos, como los cuerpos deliberantes, los partidos, las expresiones organizadas de la sociedad civil y la prensa libre.
Particularmente, sugiere la completa recuperación de la institucionalidad de los partidos, en los que quepan y lealmente compitan sus diferentes, cambiantes e irreprimibles tendencias que requieren también de una perspectiva centrista, en los términos esbozados, más allá de las alianzas meramente oportunistas que no redundan en lo que son, por definición: expresión del sistema parapolítico de acuerdo a David Easton. Bien ejemplifican la necesidad de una polémica actualizadora a la que, sin dudas, llegan con notable retraso respecto a la sociedad civil, en torno a la visión, perspectiva y expectativas de un país con retos muy distintos a los del siglo pasado, quizá por la marcada influencia de la interesada indefinición del llamado socialismo del siglo XXI, concebido para una sociedad de sobrevivientes y ágrafos.
La etapa venidera exige una mínima confluencia de los distintos sectores, movimientos y partidos que, convengamos, sólo pueden reconocerse, convivir y corresponsabilizarse en una República liberal y democrática, e, igualmente, dada la amarga experiencia y vivencia de la presente centuria, debe orientarse hacia una economía abierta, libre y competitiva. El Estado Constitucional ha de contextualizar el esfuerzo común por superar un modelo político que hoy desconoce las más elementales nociones, como la del cabal respeto por los derechos fundamentales, la efectiva división de los órganos del Poder Público, la representatividad del liderazgo político y del que ejerce en las sociedades intermedias.
La influencia o el predominio de una determinada organización partidista, llamada a participar en la transición, no puede depender de los actos de extorsión u otros desleales, propios de un insensato y absurdo sectarismo, por lo que ha de aceptar aquellas condiciones que permitan superar las que propiciaron, entre otras, a la autocracia socialista y mafiosa, como la quiebra literal de un país petrolero que niega, además de la libertad y el país, nuestra misma condición de ciudadanos. Sintomático y preocupante, sólo existe una plataforma unitaria, como Soy Venezuela, que ha planteado un acuerdo de transición denominado Tierra de Gracia, ante la orfandad de aquellos que no han formulado algo parecido, pretendiendo convertir sus contradicciones e incoherencias en una bandera para la ocasión, aunque esa perspectiva válida del centro políticos que defendemos, de comprobado éxito en la más duras etapas, como la de los sesenta, les exige una razonabilidad teórica y social tan indispensables para encarar el conflicto existencial y el agonal que está pendiente, con mayor vocación y talento político del que suponen.
(*) Síntesis de la ponencia presentada en la VII Semana Latinoamericana y Caribeña, auspiciada por el Centro Latinoamericano de Estudios de Seguridad (CLES), adscrito al Instituto de Altos Estudios de América Latina de la Universidad Simón Bolívar. Mesa: Movimientos y personalidades políticas del siglo XX (Sartenejas, 23 al 27 de abril de 2018).
Fotografía (inicial): Pieza de Giulio Paolini.
Reproducción: Rafael Caldera suscribe la Constitución. Élite, Caracas, nr. 1136 del 03/05/1947. Por lo demás, elocuente leyenda.
30/04/2018:
http://www.opinionynoticias.com/opinionpolitica/32482-barragan-
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