EL MUNDO, Barcelona, 24 de mayo de 2018
TRIBUNA
Revolución en la psicología
José Antonio Marina
Lo que uno piensa sobre la inteligencia humana acaba determinando los métodos educativos y, a la larga, nuestro modo de vivir. La psicología tiene una presencia social cada vez más profunda y ubicua y, sin embargo, vive un momento de fragmentación que la hace brillante, pero en ráfagas inconexas. Desde la educación, necesitamos una teoría psicológica más potente y mejor estructurada. Estamos sometidos a una psicología de la hamburguesa en la que se ha troceado al ser humano, sin duda porque la especialización es necesaria para el progreso científico, y luego no se sabe cómo volver a unir los trozos. Hay una proliferación de teorías, de terapias, de métodos, que no augura nada bueno.
Pondré algunos ejemplos. Durante 30 años, la corriente psicológica más potente fue el conductismo. Defendía que no se puede conocer lo que pasa en la cabeza de una persona y que sólo se puede estudiar su conducta visible. Hay que aplaudir su rigor científico, pero acabó siendo víctima de su propia seguridad. Skinner, su máximo representante, pensaba que la sociedad estaba comportándose de manera inicua al fundar su edificio ético en nociones como la libertad y la responsabilidad, que le parecían falsas y destructivas, porque impedían conseguir una sociedad justa y benéfica aprovechando una ingeniería social fundada en la psicología conductista.
Las teorías de la motivación también nos meten en un atolladero. Intentan explicar el comportamiento de una persona. Los motivos proporcionan dirección y energía para actuar. Estar motivado se convierte en condición indispensable para la acción. Lo malo es que una persona no puede decidir estar motivada, porque no depende de ella, por lo que está en manos de los impulsos o del azar.
La neurociencia tampoco aclara las cosas. No sabe qué hacer ni con la consciencia, a la que muchos expertos consideran un epifenómeno inútil, ni con el sentimiento de ser libre de hacer o no hacer, que experimentamos todos. El origen de esta afirmación está en los experimentos de Benjamin Libet, que mostró que unos doscientos milisegundos antes de que tomemos conscientemente una decisión ya se han activado los centros neuronales correspondientes. Es el cerebro quien toma la decisión, antes de que nosotros nos enteremos.
La psicología de la personalidad también tiene poco que ofrecer a la educación. Personalidad es una pauta estable de conducta que nos acompaña a lo largo de la vida. Al parecer, hay una estabilidad en los rasgos que la definen, que en este momento son los Big five, que pongo en inglés porque son de difícil traducción: Openness (apertura a nuevas experiencias), Conscientiousness (responsabilidad), Extraversion, Agreeableness (amabilidad) Neuroticism (inestabilidad).
He dejado de lado escuelas pedagógicas que también se centran en un aspecto de la compleja inteligencia humana y dejan de lado otras. Así sucede con la psicología cognitiva, que vino a corregir los excesos del conductismo, pero que, como se ha lamentado uno de sus creadores, Jerome Bruner, se ha perdido también en una proliferación de constructos; la inteligencia emocional, que milagrosamente pensaba resolver todos los problemas con la educación emocional; o las inteligencias múltiples, cuyo éxito, en parte, se debía a haber hablado de «inteligencias», cuando en realidad estaba hablando de meras competencias. Tampoco quiero hablar de los anticuados modelos de memoria que estamos transmitiendo, y que apenas tratan de uno de los conceptos más brillantes que ha inventado la neurociencia: la working memory.
Este paisaje de fragmentos brillantes pero desconectados, está provocando desconcierto pedagógico. Por eso, creo que es importante saber que se está produciendo un poderoso movimiento renovador en la psicología que, entre otras ventajas, tiene la de integrar en un modelo único los valiosos pero parciales resultados de otras especialidades.
Todo comienza con dos afirmaciones que me parecen fundamentales: (1) La función de la inteligencia no es conocer ni sentir, sino dirigir el comportamiento. Todo lo demás está al servicio de este objetivo. (2) La aparición en la inteligencia humana de la capacidad de controlarse a sí misma marca su salto evolutivo. Como ha escrito Roy Baumeister, la posibilidad de autogestionar la propia inteligencia constituye el núcleo de la humanización. Desde los estudios de Walter Mischel se consideran que la fortaleza de las funciones ejecutivas prevé mejor los resultados académicos, la inserción laboral, y la evitación de conductas de riesgo, que los test de Cociente Intelectual.
Los autores que han influido en al arranque de esta teoría han sido el genial Lev Vigotski, el no menos genial Alexander Luria, y nuestro Joaquín Fuster, por sus estudios sobre el córtex prefrontal. Todos ellos abrieron el camino hacia el estudio de las funciones ejecutivas de la inteligencia, es decir, de las encargadas de autocontrolar -dentro de ciertos límites- nuestro propio comportamiento.
El asunto no queda aquí, porque tenemos que aclarar sobre qué ejerce su control esta inteligencia ejecutiva. Pues lo ejerce sobre las funciones básicas de la inteligencia -percibir, atender, recordar, relacionar, pensar, sentir, actuar, etcétera- que quedan transformadas al poder ser dirigidas a metas lejanas. De estar suscitadas y dirigidas por los estímulos y el entorno, pasan a estarlo por objetivos elegidos por el propio sujeto. Puedo dirigir la mirada mediante un proyecto, prestar atención voluntariamente, tomar decisiones, mantener el esfuerzo, etcétera. Es así como se van adquiriendo las competencias que conducen a la autonomía. Gran parte de los problemas que vemos en las aulas derivan de la falta de autocontrol. Esas funciones básicas las realiza nuestro cerebro sin que sepamos cómo lo hace. Forman parte de lo que se denomina nuevo inconsciente, inconsciente cognitivo o inconsciente neuronal, para distinguirlo del freudiano. La mayor diferencia es que mientras que el inconsciente psicoanalítico determina la conducta, el nuevo inconsciente puede y debe ser educado.
Nos encontramos ante una teoría dual de la inteligencia, que incluye un nivel no consciente (inteligencia generadora) y un nivel consciente que intenta controlar al otro (inteligencia ejecutiva). Este modelo fue anunciado por Vigotski y Luria, e impulsado por Ulric Neisser, Tim Shallice, Donald Norman, Robert Sternberg, Rom Harré, Antonio Damasio, Guy Claxton, Seymour Epstein, Russell Barkley, Jonathan Evans. Conocida formulación es la de Daniel Kahneman, Nobel de Economía, en su obra Pensar rápido, pensar lento.
La inteligencia dual ofrece a la pedagogía un modelo extraordinariamente útil. La educación consiste en facilitar el desarrollo de las funciones ejecutivas y en ayudar a configurar bien la inteligencia generadora, de la que van a proceder las ideas, las emociones, los recuerdos, los proyectos. Nos permite ampliar la inteligencia, convirtiendo en hábitos operaciones que primero tenemos que hacer atentamente. Incluso con las más sofisticadas matemáticas o teorías científicas sucede lo mismo que cuando aprendemos a conducir un coche. Lo que al principio tenemos que hacer poniendo los cinco sentidos, al final lo hacemos automáticamente. La ampliación de la inteligencia a que me refiero se parece a la introducción de una nueva aplicación en un móvil. La potencia del aparato es la misma, pero su capacidad operativa es mayor. De eso se trata también en el caso humano. Y eso debe conseguirlo la educación.
Creo que la ciencia española puede estar en la vanguardia de esta revolución psicológica. Por eso, desde la cátedra que dirijo en la Universidad Nebrija, titulada Inteligencia ejecutiva y educación, hemos organizado un simposio sobre el tema, que se ha celebrado en Madrid los días 18 y 19 de mayo, y del que todo aquél que esté interesado puede informarse en internet: Simposio sobre inteligencia ejecutiva y educación. Tenemos el honor de que la conferencia inaugural haya corrido a cargo del profesor Joaquín Fuster, cuya influencia ha sido decisiva en estos estudios. Ha realizado toda su obra investigadora en Estados Unidos, y merece ser mejor conocido en España.
(*) José Antonio Marina es filósofo, ensayista y pedagogo.
Fuente:
http://www.elmundo.es/opinion/2018/05/24/5b055252468aeba24f8b4651.html
Ilustración: Cipriano Martínez.
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