De una breve utopía bibliotecaria
Luis Barragán
Necesitamos una biblioteca pública cercana a la casa, una de las centenares del poblado, del municipio o de las grandes metrópolis, sobreviviente al deterioro que las devora. Capaz de recibir también en donación las obras que ya no caben en casa y que, dentro de diez, cincuenta y cien años, conservadas, pueda la tercera, quinta o décima generación pedirla y leerla.
Una biblioteca en la que no se pierdan las obras, por extravío, descomposición o hurto, hallados en cualquier momento los clásicos o festejadas las novedades. Susceptible de recibir y preservar hasta los documentos que trasciendan al propio ámbito familiar, porque le dicen o pueden decirle algo más a la comunidad.
Equipada de títulos que nos hagan dudar entre el préstamo circulante o la definitiva compra en una librería, acaso por la manía de subrayar, anotar, garabatear o sellarla con signos u otras claves. Equipada también con dispositivos electrónicos de reproducción o transmisión, como de aquellos que celen cada página con demasiado rigor frente a la humedad, los ácaros, u otros agentes de la subversión bibliográfica, aplaudiendo la coexistencia del papiro y los bytes.
Queremos saber de un autor favorito que haya donado sus libros harto trabajados y apuntados, localizable en ésta u otra biblioteca. Autor que confíe ciegamente su donación, como nosotros pudimos hacer con libros de frecuente apuntación personal al margen: los nuestros, incomparablemente inferiores al interés de aquél que permita una suerte de arqueología de sus aportes.
Urgimos de una biblioteca que sea tal, en la que el referencista compita con el librero por el dominio de las fuentes, reivindicando al bibliotecólogo de hecho y al de derecho. Igualmente, sede de ocasionales conciertos, confortable, de un administrado silencio para la reflexión y el disfrute.
Un recinto respetable, por modesto que fuese, con un liderazgo cultural que supere la sola ansiedad y supervivencia burocrática. Toda una institución pública en la que el Estado justifique largamente los impuestos que cobra y en la que el sector privado de la economía también descubra la prestación de un servicio social de trascendencia.
Un sitio para escolares, aficionados, transeúntes, al igual que especialistas, monjes de las letras. Por ejemplo, con todas sus imperfecciones, aspiramos a algo así como un puente que, en los tiempos no recordamos ya si con Virginia Betancourt, nos permitió – adolescentes – estrechar la mano de Fernando Paz Castillo en la Biblioteca Nacional, de generosa sonrisa desplegada bajo la blanca cabellera; oir el primer movimiento del Aranjuez de Joaquín Rodrígo, trenzado por Alirio Díaz, en la Fonoteca de la Biblioteca Pública Central de Caracas; apenas salido del horno, “El péndulo de Foucault” de Eco, novela devorada en dos tardes gracias al dato de la bibliotecóloga-jefe ya familiarizada con los lectores más asiduos; o, admirar al señor jubilado, que cumplimentaba sus tardíos ejercicios de las matemáticas que no entendió en el lejano bachillerato, recreándose inusualmente.
Días atrás, la Comisión Permanente de Cultura de la Asamblea Nacional introdujo y logró la aprobación en primera discusión del Proyecto de Ley del Sistema Nacional de Servicios Públicos de Redes de Bibliotecas. Por más rigor técnico que se quiera en la nomenclatura, hubiese preferido que llevase el nombre de Biblioteca Nacional, pues, un hecho insólito en nuestro accidentado XIX, el siglo aportó una institución y una denominación llena de significado histórico.
Mejor, hubiese preferido trabajar extensamente el proyecto, actualizando nuestras notas y preocupaciones, recobrando las denuncias y observaciones que hicimos en la aludida Comisión, añadido el borrador para la modernización jurídica del ejercicio del profesional de la archivología, pero – perteneciendo ahora a otra Comisión, como la de Administración y Servicios – nos ocupan leyes proyectadas como la de Comercio Electrónico o la del Correo Postal, a escasos meses de culminar nuestras responsabilidades parlamentarias del presente período constitucional. Algunas e infructuosas diligencias personales hicimos, tras denunciar la actual situación de las bibliotecas de un Estado tan irresponsable, y esto porque nunca dejamos de ser el usuario que desde muchachos las empleamos, soñando con la contribución de un texto legal que, por cierto, ha de fijar definitivamente un porcentaje del presupuesto público anual para que abandonen esa condición de cenicientas que traiciona un misión tan importante.
Fuente:
http://www.opinionynoticias.com/opinionnacional/23442-de-una-breve-utopia-bibliotecaria
Pensar que en Europa en cada pueblito hay una biblioteca municipal con textos, rgabacionaes musicales y videos. Y si no tienen lo que uno requiere pues lo piden. Hay que apuntar sin embargo en todos los gobiernos de derecha han recortado muchísimo los presupuestos para estas cosas. Aun así la red bibliotecaria es infinita.
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