EL IMPULSO, Caracas, 31 de julio de 2015
Ciudades vivientes
Claudio Beuvrin
Los arquitectos, por deformación profesional, solemos ver a las
arquitecturas y las ciudades como objetos que pueden ser analizados
racionalmente, esto no es condenable por se, pues es inevitable en la
práctica profesional
Una visión exclusivamente técnica convierte a la ciudad en un objeto
congelado,vacío como ruinas de las que solo vemos formas, dejando de ver
lo más significativo: como la gente vive en ellas, como las usa; lo que
las ciudades y la arquitecturas le hacen a la gente y como estas
reaccionan modificando la ciudad. Si el profesional no es capaz de ver
esta dinámica simplemente no entenderá a la ciudad, y tampoco entenderá
mucho de la gente. De aquí la importancia de saber acerca de las muchas
cosas que las escuelas de arquitectura y urbanismo no difunden porque
simplemente el tiempo no alcanza para divulgar todos los conocimientos
que se requieren.
Por supuesto, sociología, economía, historia, etc. son lecturas
obligantes para entender las ciudades. Desde Jane Jacobs a Jan Gehl la
ciudad moderna ha sido descrita como la contradicción entre lo que los
arquitectos y urbanistas suponen como debe funcionar y como ella
funciona realmente y podría citar muchos autores que andan en esa
tendencia. Pero hay otras maneras de complementar nuestro entendimiento
de lo que es la ciudad: desde la literatura, la crónica y la poesía.
Las ciudades venezolanas tienen sus ángeles guardianes en personas como
Marco Negrón, Federico Vegas, William Niño, Rafael Cartay y quedan
muchos por citar. Uno de estos ángeles guardianes es Rubén Monasterios y
sus "Caraqueñerias”, publicado en el 2003 pero que solo ahora logré
comprar. Rubén hace precisamente lo que ayuda a entender a la gente en
la ciudad: habla de los monumentos errantes; de los nombres de sus
esquinas; de lo que comen los caraqueños. Nos habla de sus muchachas y
de como antes se utilizaban las ventanas para el coqueteo amoroso pero
también como se aliviaban en las áreas públicas las emergencias eróticas
siempre a riesgo de ser descubiertos por la autoridad. Nos habla
también de sus fantasmas, personajes que –añado yo- desaparecieron de la
ciudad para refugiarse en las listas de votación del CNE. Hay que leer
de Ítalo Calvino, Las Ciudades Invisibles, del que recomiendo la nota
preliminar en la cual dejar ver qué difícil es captar la ciudad y
describirla adecuadamente.
Si estuviera a mi alcance, propondría que en las escuelas de
arquitectura, antes de entrar en materias técnicas, los estudiantes
pasen un año aprendiendo a ver cómo la gente usa las arquitecturas y las
ciudades. No faltará quien diga que perdemos un año para el pensum pero
ganaríamos varios años de sabiduría.
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