Convertirnos en pan, como Jesús, en alimento para los demás
Fray Marcos (Rodríguez)
Seguimos en el capítulo 6 del evangelio de Juan. En el pasaje que leemos hoy, aumenta la tensión entre los judíos y Jesús. A medida que Jesús va profundizando en la enseñanza y ellos van entendiendo mejor lo que quiere decir, se hace más insoportable. El mensaje sigue siendo el mismo, pero van comprendiendo la enorme diferencia que existe entre lo que ellos han aprendido de los rabinos y lo que Jesús les quiere trasmitir. Recordemos que el balance final no puede ser más desolador; de los cinco mil quedaron doce, y uno es Judas.
Los judíos lo criticaban. Siguen las alusiones al Antiguo Testamento. Los israelitas murmuraron contra Moisés en el desierto por haberles sacado de Egipto, o mejor, por no darles de comer en el desierto como comían en Egipto. Jesús les recuerda que, ellos que están haciendo referencia a Moisés, estuvieron en contra de él en los momentos difíciles. Los israelitas no confiaron en Moisés y los judíos no confían en Jesús.
¿No es este el hijo de José? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo? Uno de los mayores obstáculos para acercarse al verdadero Jesús, es conocerlo demasiado. Los sinópticos hacen el mismo comentario, pero referido a los vecinos de su pueblo, que le conocían de toda la vida. No habían apreciado nada extraordinario ni en él ni en sus padres.
Para la mentalidad de la época, que no superaba la idea de un dios antropomórfico, su lógica es aplastante. Si es hijo de José y de María, no puede ser hijo de Dios. Hoy podemos comprender el ridículo que supone contraponer la paternidad de Dios y la de José.
Su procedencia ‘del cielo’ no está en conflicto con su procedencia genealógica, son realidades de naturaleza distinta. Fijaros que los cristianos hemos caído en la misma trampa, aunque dándole la solución contraria. Jesús no puede ser hijo de José, porque es hijo de Dios...
Nadie viene a mí si el padre no lo trae. Un paso más. Los cauces normales de conocimiento humano no pueden llevar al conocimiento de Jesús, Las verdaderas pautas de conocimiento las tiene que dar Dios. Dios tiene la iniciativa de toda salvación y es a la vez la meta de esa misma salvación, con lo cual nada escapa a esa presencia total de Dios.
Esta realidad no se puede expresar con palabras, por eso encontramos en los evangelios tantas aparentes contradicciones. El mismo Jesús dice en otro lugar: “Nadie va al Padre si no es por mí”.
Para llegar a la realidad profunda, tenemos que ir más allá de las dos afirmaciones. La verdad trascendente no cabe en conceptos humanos. El que acepta al Padre, acepta a Jesús; y el que venga a él, no le separará del Padre. Dios es el que instruye a todos. Él puede abrirnos los oídos para poder escuchar y los ojos para poder ver. El Dios en que creemos no puede llevarnos a Jesús, porque es un ídolo que hemos fabricado a nuestra medida.
Y yo lo resucitaré el último día. Debemos tener mucho cuidado con esta frase. Lo que normalmente hemos entendido por resurrección, no sirve para descubrir el sentido. Es una manera de decir que está tratando de una Vida, a la que no afecta la muerte, como explica más adelante al hablar del maná. Una Vida definitiva, por estar más allá de la biológica, tiene que tener un alimento también trascendente. Ese alimento tiene el mismo origen que tiene esa Vida: Dios. “El último día” esa Vida permanecerá idéntica a hoy.
Serán todos discípulos de Dios. También Jesús es discípulo, el mejor. Por eso puede ser a la vez maestro. Ir a Jesús, ir al Padre es conocerlos, no por vía racional, sino por vía vivencial. La fe es actitud vital y no sólo asentimiento a verdades teóricas. “Esta es la salvación, que te conozcan a ti, único Dios verdadero y a tu enviado, Jesucristo”.
Las verdades teológicas no pueden ser descubiertas más que desde la vivencia, sólo la persona que ha tenido experiencia de Dios, puede aceptar lo que otra diga de él.
Ellos estaban incapacitados para comprender a un Dios que está al servicio del hombre, que es don total y que ama incondicionalmente. Para ellos Dios es el Soberano, el Señor. La única relación que cabe con Él es la del toma y daca. Hoy nosotros seguimos en la misma dinámica.
Vuestros padres comieron el maná en el desierto, pero murieron; este es el pan que baja del cielo para comerlo y no morir. Una nueva referencia al maná para dejar bien clara la diferencia. El maná alimenta el cuerpo que tiene que morir. Jesús, como pan de vida, alimenta el espíritu que no muere. Esa es la diferencia.
La expresión "pan de Vida" no se encuentra en ninguna otra parte de la Biblia, eso indica la originalidad de la doctrina de Juan. La VIDA, con mayúsculas, es el tema fundamental de todo el evangelio de Juan. Se trata de la vida espiritual, la misma vida de Dios. Más adelante nos dirá: “El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo el que me coma vivirá por mí”. No se trata, pues, de mi vida, ni de la material ni de la espiritual. Se trata de LA VIDA que es el mismo Dios comunicándose a cada uno de nosotros para hacernos vivir.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, el que come de este pan vivirá para siempre. En esta frase, resume todo su pensamiento anterior. Luego da otra vuelta de tuerca en el discurso y precisa cómo va a ser esa alimentación. Jesús es el alimento de la verdadera Vida. Este es el mensaje conciso y sublime de la comunidad de Juan.
Dios lo es todo para Jesús, y lo tiene que seguir siendo para todo cristiano. Jesús no puede suplantar en ningún momento a Dios. Jesús no se pone nunca como centro de su mensaje. En este capítulo, más de quince veces se hace referencia a Dios, para dejar claro que el verdadero protagonista es Él, no Jesús.
Es verdad que, con el tiempo, los cristianos terminaron predicando a Cristo, pero era sólo una manera de comunicar su mensaje. En las primeras comunidades se identificó la predicación de Jesús con la persona de Jesús. Se pasó del Jesús que predica, al Cristo predicado. En el evangelio de Juan se ha dado ya claramente este paso. Si no lo entendemos bien podemos tergiversar el evangelio.
El pan que yo os daré es mi carne para la vida del mundo. Acostumbrados a pensar en un Dios trascendente, no pueden comprender que se pueda manifestar en la carne. Recordemos que “carne” para los judíos, era el mismo ser humano pero en su aspecto más bajo; lo que le hacía limitado y contingente; aquello por lo que le venían todos sus males: dolor, enfermedad, muerte...
Es tal vez la afirmación más rotunda sobre la encarnación en todo el Nuevo Testamento. Para ellos, Dios era lo contrario a cualquier limitación. Para ellos un Dios-carne, un Dios ‘limitado’ es inaceptable. Jesús quiere hacerles ver que el Espíritu se manifiesta siempre en la carne. No puede haber don del Espíritu donde no hay carne.
El significado de esta afirmación hay que completarlo con lo que dirá un poco más adelante: “El espíritu es el que da Vida, la carne no vale para nada” (otra contradicción).
La grandeza de la carne consiste en que está informada y trasformada por el Espíritu, sin dejar de ser carne. Desde ahora, sólo se puede encontrar a Dios en la realidad concreta y en el Hombre.
Esa transformación es la que está manifestando el evangelio de Juan desde el principio. Pensemos en el diálogo con Nicodemo: “Hay que nacer de nuevo”. “Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es Espíritu”. La carne es neutral; puede ser la base de lo más bajo y de lo más sublime; depende de cada uno. Nuestro gran error consiste en seguir pensando que, para acercarse a Dios, hay que alejarse de la carne
Lo que no aguantaron aquellos judíos, seguimos sin aceptarlo nosotros. Un Dios involucrado en la carne, sigue siendo inaceptable, porque no es manejable ni se le puede adorar ni servir de forma abstracta. Por eso hemos descarnado la persona misma de Jesús.
La carne – incluida la de Jesús - sigue siendo para nosotros perversa. La Escritura dice que el Verbo se hizo carne, pero nosotros nos empeñamos en decir que la carne (de Jesús) se hizo Dios.
El Dios identificado con la carne – con toda carne - no interesa a los dirigentes, porque hace imposible la manipulación de un intermediario; y porque nadie puede actuar en su nombre. Pero es inaceptable también para los cristianos de a pie, porque nos impide la relación intimista y formal, que tanto nos atrae alejándonos de los demás.
Hemos convertido la misma eucaristía en cosa sagrada en sí, olvidándonos de que es, sobre todo, sacramento (signo) del amor y de la entrega a los otros. El fin de la eucaristía no es tanto el consagrar un trozo de pan y un poco de vino, cuanto hacer sagrado (consagrar) a todo ser humano, identificándolo con Dios mismo y haciéndole objeto de nuestro servicio y adoración.
Cada vez que nos arrodillamos estamos creando un ídolo. Dios no es objetivable. Cuando me arrodillo estoy poniendo a Dios de rodillas ante mi falso yo que intento potenciar.
Nos empeñamos en que, en la eucaristía, el pan se convierte en Jesús, pero la enseñanza del evangelio es lo contrario: Jesús se convierte en pan.
Al celebrar la eucaristía, no tengo que convertirme yo en Jesús, sino convertirme yo en pan, como él, para que todos me coman.
¡Piénsalo bien antes de escandalizarte!
Meditación-contemplación
“El que coma de este pan vivirá para siempre”.
Entender esta promesa como prolongación de la vida biológica,
es desfigurar el mensaje de Jesús
para acomodarlo a nuestros anhelos más terrenos.
…………………..
La vida biológica no tiene más remedio que acabar.
Si hago mía la misma Vida de Jesús,
ya estoy en la eternidad, en esa Vida,
porque he entrado a formar parte de la Vida de Dios.
…………………
Mi individualidad, mi falso yo, me arrastra al error.
Si tomo conciencia de lo que soy de verdad,
descubriré que cuanto antes me despegue de mi yo,
antes alcanzaré la plenitud de ser en una Vida definitiva.
Fuente:http://www.feadulta.com/anterior/Ev-jn-06-41-51-MR.htm
Cfr. José Martínez de Toda (SJ): http://www.homiletica.org/JosemartinezdetodaCICLOAGR.htm
Ilustración: Alan Derwin.
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