A propósito de Daniel Rabinovich
Ox Armand
Ha fallecido un gran humorista. Supimos de él, desde el primer momento que Les Luthiers pisó territorio venezolano añales atrás, con sus imperecederas toneladas de humor. Inevitable recordar las legendarias presentaciones del grupo que, además, cumplió la diaria rutina de los mediodías con Renny Ottolina, en una etapa en la que el animador sacaba su antigua y espontánea simpatía de vez en cuando. Quizá el espectáculo más memorable que torpemente difundió después el canal 8 del Estado, por la mala grabación que sobrevive en las redes, haya sido aquella donde Daniel Rabinovich aseguró que no podía vivir atado. Y nos permitimos dos o tres rápidos comentarios. Digamos, primero, que la banda de los raros instrumentos se hizo noticia en la Universidad Central cuando comenzaron a circular sus discos por allá en los comienzos de los setenta. Una innovación que partía de los cuadros intelectuales de un maniático y, a veces, desacertado esnobismo. Lo segundo, muy a pesar de las personas que todavía les parece que los luthierranos dicen tonterías, la inmensa posibilidad del humor inteligente, negro y corrosivo, que contrasta con el facilón y descalificador moral dl otro y de los otros. Lo tercero, la irremediable carga política superviviente, difícilmente superviviente en la Argentina de los más asombrosos momentos de la historia, que no necesitaba de la consigna directa y sectaria como puede verse en algunas interpretaciones que versan sobre la derrota de un ejército o en el nombramiento del gabinete ejecutivo de una dictadura (como toda, militar) que confía el ministerio de educación a un cabo o un sargento. Lo cuarto, los dólares que hubo para importar el show del humor.
Quiero detenerme por un instante en esta importación a la que creadoramente le opusimos y complementamos la sustitución respectiva con nuestra propia cosecha. Claro que hubo injusticias con las divisas que se otorgaban, en la Venezuela de antes, en la que muy poco, es verdad, aportaba la economía no petrolera. Sin embargo, no sólo ésta economía contribuía con dólares constantes y sonantes en una proporción impensable en la actualidad. Y, puede asegurarse, estaba mejor repartida que ahora. Alcanzaba hasta para pagar el humor y tender a un cierto nivel de calidad de vida de los sectores medios y populares. Ahora, los dólares no alcanzan para todos y – supercomprobado – ni para medicinas o alimentos. Antes que los insumos básicos, esos dólares tiene por destino las cuentas privadas de los más avispados burócratas de turno en el exterior, el financiamiento de cuanto festival u otras visitas hagan los camaradas del extranjero para el turismo y la propaganda políticas. E, incluso, no menos avispados, para los promotores de espectáculos efímeros, pues, ví al grupo Yes tres o cuatro años atrás, con media banda, rapidito y pirateando, en lo que – a todas luces – fue un negocio caraqueño más en la era del control de cambio.
Gozamos de las presentaciones de Daniel y todo Les Luthiers por varios años. Hoy, estamos aislados de las novedades bajo un completo monopolio de las divisas por el Estado que, así, decide hasta de nuestras tristezas. Una de ellas, la ausencia física del humorista. Las otras, frutos de un régimen que es … de tristeza.
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