Jn 6, 51-58
Símbolos de la persona y del ser herido
Fray Marcos (Rodríguez)
El evangelio del hoy, no sólo es continuación del domingo pasado, sino que repite el último versículo, para que no perdamos el hilo. Ya dijimos que todo el capítulo está concebido como un proceso de iniciación. Partiendo del pan compartido, ha ido progresando hasta la oferta definitiva de hoy.
Después de esa oferta, ya no queda más alternativa: o seguir a Jesús o abandonar la empresa y seguir cada uno su propio camino. El próximo domingo veremos que cinco mil lo abandonaron. Solamente doce, deciden seguir con él.
Los judíos aquellos discutían unos con otros. Como no podía ser menos, vuelve la discusión, ahora entre ellos mismos. ¿Cómo puede este darnos a comer su carne?
Para los judíos del tiempo de Jesús, el ser humano era un bloque monolítico, ni siquiera tenían un término para designar lo que nosotros llamamos alma sin el cuerpo y lo que nosotros llamamos cuerpo sin el alma. Hablar de carne, era hablar de la persona entera. Esa carne es su misma realidad humana, no la carne física en su materialidad. Para un judío, la idea de comer la carne de otro, era sencillamente repugnante, porque significaba que se tenía que aniquilar al otro para hacer suya la sustancia vital del otro.
Os lo aseguro: Si no coméis la carne de este Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. Jesús, en vez de intentar suavizar su propuesta, la hace aún más dura; porque si era ya inaceptable el comer la carne, fijaros qué tendría que suponer para un judío la sola idea de beber la sangre, que para ellos era la vida, propiedad exclusiva de Dios; con prohibición absoluta de comerla.
Jesús les pone como condición indispensable que coman su carne y beban su sangre. Juan insiste en que, eso que les repugna, es lo que deben hacer con Jesús. Apropiarse de su energía, hacer suya su misma vida.
Debemos tener muy en cuenta que en este capítulo se habla de sarx “carne”, pero en todas las referencias a la eucaristía de los sinópticos y de Pablo se habla de swma “cuerpo”. Para nosotros los dos términos son intercambiables, pero para la antropología judía del tiempo de Jesús, eran aspectos muy diferentes.
Carne es el aspecto más bajo del hombre, lo que le pega a la tierra, la causa de todas sus limitaciones. Cuerpo por el contrario, significa el aspecto humano que le permite establecer relaciones con los demás; sería el sujeto de todos los verbos: yo, tú, él… Es la persona, el yo como posibilidad de enriquecerme o empobrecerme en mis relaciones con los demás seres humanos.
Cuando en la eucaristía se tradujo por “cuerpo” se introdujo un concepto que no existía en la mentalidad judía. Al entenderlo como la parte física del ser humano hemos convertido un enorme fraude que ha tenido consecuencias nefastas para la comprensión del sacramento de la eucaristía.
Para ser fieles a la mentalidad de Jesús, tendríamos que traducir: “esto es mi persona, esto soy yo”. O mejor yo soy este pan.
Sin olvidar, que lo importante y esencial, no es lo que dijo, sino lo que hizo. Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. En esto coinciden exactamente los tres sinópticos. No se trata de un pan cualquiera, sino de un pan, tomado, bendecido, partido y repartido.
Después de haber hecho todo eso, Jesús queda identificado con ese pan. Lo que dijo, (en esto no coincide ninguno) trata de explicar lo que acaba de hacer.
Al hablar de “carne”, Juan está en otra dinámica. Trata de decirnos que lo que tenemos que hacer nuestro de Jesús es su parte mas terrena, la realidad más humilde y baja de su ser. Tenemos que imitar lo que él es a ras de tierra. Sin duda está pensando en el significado más profundo de la encarnación.
En la concepción falseada de “cuerpo”, no hay prácticamente ninguna diferencia entre el cuerpo y la sangre, porque la sangre es también cuerpo. Pero si hacemos la distinción adecuada, resulta que son dos signos muy diferentes. El primero hace referencia a la persona en su vida normal de cada día. El segundo, sangre, hace referencia a un ser humano herido, vulnerado (como dice tan bellamente San Juan de la cruz).
En efecto, la sangre como que no existe mientras no se hace una herida y brota como vida que se escapa. Cuando Jesús dice que tenemos que comer su cuerpo y beber su sangre, está diciendo que tenemos que apropiarnos de su persona como viva y como matada. Toda su vida terrena, la puso al servicio de todos, y su misma muerte también la convirtió en don absoluto y total.
Es muy frecuente que se trate de explicar estas palabras como una referencia directa a la eucaristía. Yo creo que no son estas palabras las que hacen referencia a la eucaristía, sino que estas palabras y la eucaristía, hacen referencia a una realidad superior que es la Vida de Dios que se nos comunica por Cristo.
No tiene mucho sentido que Juan redacte el capítulo más largo y más elaborado de su evangelio, para explicar un hecho, la eucaristía, al que ni siquiera menciona en su evangelio. Para mí es enormemente significativo que Juan no haga referencia ninguna a la institución de la eucaristía en la última cena; en su lugar, narra el lavatorio de los pies.
Seguramente, cuando escribió su evangelio, a finales del siglo I, ya se había convertido la eucaristía en un rito estereotipado y vacío de contenido; por eso quiere llamar la atención sobre otro gesto que dice lo mismo: el lavatorio de los pies, que es también difícil de entender, pero que es menos manipulable.
La prueba de que está hablando de símbolos y no de palabras que hay que tomar al pie de la letra, está en que, unas líneas más abajo, nos dice: “El Espíritu es el que da vida, la carne no vale nada”.
El comer y el beber son símbolos increíblemente profundos de lo que tenemos que hacer con la persona de Jesús. Tenemos que identificarnos con él, tenemos que hacer nuestra su propia Vida, tenemos que masticarlo y digerirlo; apropiarnos de su sustancia.
Esta es la raíz del mensaje. Su Vida tiene que pasar a ser nuestra propia Vida. Sólo de esta forma haremos nuestra la misma Vida de Dios.
Fijaros que lo que Jesús pretende decirles, es precisamente lo que hiere la sensibilidad de los oyentes. No se trata, para nada, de la biología, ni en Jesús ni en nosotros. Se está hablando de la VIDA, la misma Vida de Dios.
Por activa y por pasiva, insiste Jesús en la necesidad de comer su carne y beber su sangre. El que come mi carne... tiene vida definitiva. Si no coméis la carne... no tendréis vida en vosotros. Si hemos comprendido de qué Vida está hablando, nos daremos cuenta de lo que significa: mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. Es comida y es bebida porque alimentan la verdadera Vida. La Vida verdadera no es la biológica.
Esto fue difícil de aceptar para ellos, y sigue siendo inaceptable para nosotros hoy. A continuación no lo explica un poco mejor.
La frase: "El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él", tiene una importancia decisiva. Cuando nos referimos a la eucaristía, nos fijamos en la segunda parte de la proposición, “yo recibo a Jesús y Jesús está en mí”. Casi siempre olvidamos la primera. Pero resulta que lo primero y más importante es que “yo esté en él”.
De nosotros depende hacernos cono Jesús pan partido para dejar que nos coman. Estamos muy acostumbrados a considerar la “gracia” como consecuencia automática de unos ritos, sin darnos cuenta que en la vida espiritual no puede haber automatismo, todo depende de mi actitud vital. Sin esa actitud vital, Dios no puede hacer nada ni en mí ni por mí.
Como a mí me envió el Padre que vive y así, yo vivo por el Padre, también aquel que me come vivirá por mí. Una vez más hace referencia absoluta al Padre. "Yo vivo por el Padre", es decir, Jesús vive la misma Vida que Dios vive.
El designio de Dios, es comunicar Vida a Jesús y comunicar Vida a todos los hombres. La actitud del que se adhiere a Jesús, debe ser la misma que él tiene hacia su Padre: recibir la Vida y comunicar esa misma Vida a los demás.
Jesús nos está pidiendo que hagamos con él, lo que él mismo ha hecho con su Padre. Al hacer nuestra su Vida, hacemos nuestra la misma Vida de Dios. ¡Es la locura!
Cuando Jesús fue capaz de decir: “Yo y el Padre somos uno”, o “quien me ve a mí ve a mi Padre”, está manifestando cuál es la meta de todo ser humano. Esa identificación total con Dios es el “no va más”, de las posibilidades humanas. Esa unidad absoluta con Dios es un hecho, pero tengo que tomar conciencia de él, aceptarlo y vivirlo.
Este es el pan bajado del cielo, no como el que comieron vuestros padres y murieron; quien come pan de este vivirá para siempre. Una y otra vez se repite la misma idea, señal de la importancia que el evangelista quiere darle. Seguramente la polémica seguía con los judíos que no acababan de aceptar el significado de Jesús.
Lo que le interesa al evangelista es dejar claro el sentido de la adhesión a Jesús. Existen dos panes bajados del cielo (venidos de Dios), uno espiritual, su persona; otro material, el maná. Éste no consiguió completar el Éxodo, no llevó a los israelitas hasta la tierra prometida. Jesús en cambio puede llevar hasta el fin, a la Vida/amor definitivos.
Meditación-contemplación
Yo vivo por el Padre y el que me coma vivirá por mí.
Una misma Vida atraviesa a Dios, a Jesús y al cristiano.
No se trata de la vida biológica, sino de la trascendente.
No son vidas distintas que se suceden, sino la misma y única VIDA.
…………………..
La tarea fundamental de todo ser humano
es nacer a esa Vida que se le ofrece gratuitamente,
aunque para ello tenga que morir
a todo lo que signifique egoísmo e individualidad.
Esa Vida no tengo que buscarla en ninguna parte,
porque ya está en mí desde el principio.
Solamente tengo que vaciarme de todo aquello,
que impide su nacimiento y crecimiento.
Fuente:
http://www.feadulta.com/anterior/Ev-jn-06-51-58-MR.htm
Cfr. José Antonio Pagola: http://www.feadulta.com/anterior/Ev-jn-06-51-58-Pag-B.htm
Ilustración: Emil Nolde.
No hay comentarios:
Publicar un comentario