El séptimo sello
Luis Barragán
El promedio de las muertes por siempre indeseables en nuestro país, denunciado persistente y corajudamente por las organizaciones no gubernamentales, como el Observatorio Venezolano de la Violencia, cuya metodología no logra desmentir un gobierno que oculta la propia en sus interesados cálculos, revela una tendencia estructural que a la transición democrática le tocará revertir. Reforzado como fenómeno cultural, por su cínico y vigoroso aporte, es el régimen el que genera las tensiones y agresiones que convierten la muerte inocente, masiva, gratuita y prematura en una poderosa representación social de la mera supervivencia a la que todos debemos resignarnos.
Más allá del desplazado capitalismo de sus tormentos discursivos, esa dura supervivencia se ha integrado al sentido común, por lo que – suponemos – debemos agradecer al Estado sus vehementes reclamos por la paz y la convivencia, aunque nada haga por mantenernos con vida. Monopolizando los medios de comunicación social, ejerciendo la censura y el bloqueo informativo que pretende también en las redes sociales, procura silenciar una realidad que sigue su curso, sentida y sufrida por todos, transmitiendo a su antojo las escenas y los comentarios más crudos, aún en horario infantil, que tienen un impacto poderoso con sus estigmatizaciones enfermizamente políticas, aunque los especialistas suelen indicar el curioso contraste del país que estaba expuesto – por ejemplo – a una filmografía violenta, frecuentemente importada, mientras que las cifras de las muertes violentas acá eran bajas, en las décadas anteriores.
Por muy bien ensamblado que se diga el discurso del poder, intentando una escenografía distinta para las situaciones padecidas, esa representación social tiene por soporte un conjunto real de (anti) valores que, de un modo u otro, ingresan al ámbito doméstico que lo resiste. Por una parte, la perversa pedagogía está cumplimentada por las formalidades, pues, valga el contraste, antaño hubo la libre publicidad de armas en el país predominantemente rural que después fortaleció sus aspiraciones a la paz y a la concordia, superada la amarga etapa de sus crónicas escaramuzas y guerras civiles, mientras que, hogaño, prohibida la libre oferta, dizque para combatir el hampa común, las fuerzas de seguridad exhiben en las calles el inadecuado, pero – subrayemos – ya acostumbrado armamento de guerra, que parece destinado más al ciudadano común que al habilidoso delincuente mejor dispuesto para la guerra de movimientos que la de posiciones, si fuere el caso.
Por otra, el Estado-Partido cuenta con un repertorio de símbolos que tuvo la fortuna de pasar inadvertido, ya no por la procacidad de las palabras y la arrogancia de los desplantes, sino por la efectiva expresividad de los gestos, porque alzar la mano simulándola una pistola, o golpear arriba el puño izquierdo contra la palma de la mano derecha, ha ido más allá de la interjección corporal. Recordemos, gestos que prontamente se industrializaron, reportando las ganancias correspondientes, a través de muñecos de plástico o inflables, bisutería electoral, enormes vallas en las que, por cierto, contrasta la imagen del extinto presidente con la de un sucesor que intenta aún la reingeniería de la suya.
Finalmente, la consabida represión del Año Bicentenario de la Juventud, reportó numerosas y delatoras escenas que, ahora, manipulando las tan injustas muertes de los legítimos protestatarios, el gobierno trata de versionarlas mediante una maniquea campaña antiguarimba que tuvo por inicio la propia tribuna de la Asamblea Nacional. Se esmera por recordar, poblando las paredes de la ciudad, a los muertos y desparecidos de la década de los sesenta del XX, pero evade toda respuesta a muertes como la de aquél joven manifestante que fue fotografiado a tempranas horas al lado de otro, luego sospechosamente ultimado al caer la tarde del 12 de febrero de 2014, como la que también ha de dar respecto al deceso de Danilo Anderson o Robert Serra, amparados por el oropel político.
Coletilla restauradora
La alcaldía de Caracas anuncia la presunta restauración de la Plaza Diego Ibarra, en Caracas. Fue escenario de la rumba traga-dólares que todos conocimos. Empero, ¿no tiene escasos años de remodelado el sitio que tuvo una importante significación histórica y arquitectónica que se llevaron por el medio? ¿La remodelación fue hecha con materiales de segunda mano que cedieron a la continuidad de los espectáculos? ¿Requerirán de otro crédito adicional millonario?
Reproducciones:
Publicidad: Arma real, El Nuevo Diario, Caracas, 1914; arma de juguete,El Nacional,Caracas,1957.
Volante de campaña, año impreciso: El candidato junto al niño, apuntan.
Fotografía:
LB, Av. Páez, El Paraíso, Caracas, 03/01/2015.
Breve post-data LB: Por cierto, lógicamente provisionales, los grafitis o pintas urbanas saben de un periódico reemplazo. El mural que sirve de cabecera al texto, escuda un tal centro deportivo en un espacio que habla de precariedades, quizá sin correspondencia con el proyecto original del Parque de las Naciones Unidas en El Paraíso. ¿Alguien tendrá una memoria continua de los miles de grafitis, pintas o murales del régimen a lo largo de más de década y media?
Fuente:
http://www.noticierodigital.com/2015/01/el-septimo-sello/
http://www.noticierodigital.com/forum/viewtopic.php?t=1069374
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