Ox Armand
El tiempo es un asunto serio. Transcurre, llevándose por el medio la memoria colectiva. Ocurre aquí y en otros lugares del mundo. Sin embargo, no en todos. No sé si es casualidad o no, pero hay superpotencias que conservan en buena medida un record histórico compartido. Los grandes sucesos políticos, incluyendo a los sucesores en la escena, se integran al interés de la academia y de la divulgación. Quizás no hay acontecimiento actual que no registre inmediatamente un antecedente, por vía de las tesis universitarias de ascenso, proclives a la innovación, o por la prensa. Dos datos cobran importancia: la libertad de investigación y expresión, como también la cotización comercial del conocimiento. Una buena universidad va más allá de la invención del agua tibia, por lo que al estudiante no le será fácil promoverse con el refrito de otros tesistas. La buena prensa tiene interés en darle soporte a sus noticias, si las tuviere apelando a la adecuada consulta especializada. Y, a lo mejor, es demasiado frecuente que pugnen un nuevo Samuel Huntington o Francis Fukuyama, por alcanzar la celebridad. Apenas dos ejemplos de quienes, partiendo de las aulas, asomando sus posturas a través de sendos artículos de modesta extensión en revistas arbitradas, se hicieron famosos publicando gruesos libros, desarrollando hasta donde pudieron sus hipótesis, para figurar en los medios deseosos de un enfoque diferente. Por supuesto, ya tienen con qué pagar la nevera que sacaron fiada de IMGEVE. Además, así tengan críticos muy severos que los digan parte de la versión interesada del establishment, semejante posibilidad queda abierta para los que puedan criticarlos y demolerlos.
Esta larga introducción es necesaria para referirnos a una obra leída tardíamente, camino al aeropuerto de larga espera. Nos deparó la sorpresa de una lectura que supusimos únicamente para abreviar el viaje, siendo lo más interesante que conseguimos en un anaquel de pasada. “La conjura final. Octavio Lepage: 60 años e lucha política” de Javier Conde (Alfa, Caracas, 2012), nos remitió a un actor político que llegamos a despreciar, revelando la inmensa necesidad y, añadiríamos, la personal e inmensa necesidad de explicarnos qué ocurrió en Venezuela para llegar hasta donde todo el mundo sabe que llegamos. Explicación cada vez más difícil porque la academia y la prensa se quedaron atrás, por varios motivos: uno de ellos, se banalizaron rasgando apenas la superficie; el otro, no hay recursos materiales ni las condiciones indispensables (libertad de indagación, de publicación, etc.), para poner el dedo en la llaga; y, en definitiva, no es negocio casi para nadie editar un libro así las gavetas estén llenas, como las están, de aproximaciones lúcidas. Por eso, el tiempo pasa en este rincón del planeta y se pierden testimonios valiosos, aquellos que pueden dar claridad y claridades insospechadas.
La larga entrevista, para la cual Javier Conde demuestra que está equipado, como no suele ocurrir habitualmente con los periodistas que tienen la fortuna de publicar, nos lleva a la estatura política de un dirigente, como tampoco es frecuente ahora en Venezuela. Porque valen la trayectoria, la experiencia adquirida dentro y fuera del poder, la mínima formación ideológica para un oficio que es tan exigente y, digan lo que digan, sacrificado. Hoy, existen quienes tienen un inmenso o mediano capital político, pero gozan de una concepción tan ligera de las cosas que sólo el espectáculo los mantiene arriba; y quienes no cuentan con capital, aunque exhiben un know-how desaprovechado. Reivindicar la política como profesión, es una de las grandes tareas que tenemos por delante. Sólo ver el elenco de los diputados del gobierno y de la oposición, nos conduce a tamaña concusión. Lepage es de esa vieja escuela que, en su momento, mejoró las precedentes, así le declaremos culpable de la sucesión que directa o indirectamente ayudó generar. De todo esto, está consciente ya que se cuela una tácita crítica en torno a los profesionales de la política actual. Tácita, porque es habilidosamente … política. Es lo que está en el fondo de un testimonio que tiene solamente un interés estrictamente histórico. Se pasea por eventos y relaciones personales que suscitan una mayor curiosidad y que ojalá, algún día, nos diera la sorpresa de unas memorias que dieran cuenta de detalles. El ejercicio del poder más allá de la anécdota, el compromiso más allá de la simple aspiración, los avatares de las diferencias y del rencor, la vivencia del conflicto que concede la madurez indispensable, la sagacidad de sobrevivir en medio de las tormentas, la esperanza y desesperanza que se conjugan, aunque también la responsabilidad reconocida de los yerros que ensamblaron un presente angustioso.
Lepage habla con absoluta espontaneidad y, lejos de caricaturizar la exposición, algunas “groserías” refuerzan su sobriedad, el peso de los argumentos, la precisión de los hechos, la hondura del testimonio. De todo lo que dice, reparamos en tres circunstancias que nos llaman poderosamente la atención. Por un lado, la rapidez en su ascenso dirigencial, porque fueron escasos los años de militancia para llegar antes de los treinta años de edad a la diputación. Y, realmente, cuando hemos tenido ocasión de leer los Diarios de Debates de la época, no era un parlamentario más, del motón que sacó Acción Democrática, cuya actuación en el Trienio ha merecido una fortísima crítica del entrevistado, explicándola – precisamente – por la juventud de los nuevos elencos del poder y la del partido mismo cuando abrió las puertas de Mirafores en 1945. Por otro, con la división del MIR, hubo mucha frialdad del personaje que llegó a citar a Jorge Dáger y prever que la amistad ya no sería la misma. Se nos antoja que le cayó desde el principio bien a Rómulo Betancourt y, como Simón Alberto Consalvi (entrevistado para Alfa por Ramón Hernández, tiempo atrás), prefirió calcular muy bien los pasos e irse a una embajada, en lugar de apostar a favor de los divisionistas. Contrario a la leyenda, deja muy claro que no se comprometió con el MIR en momento alguno, pero queda un cierto sabor a cálculo. Por último, dejando aparte cosas importantes como el reconocimiento a las políticas que CAP II adelantaba, por entonces, incomprendidas por él mismo, está el difícil caso de Jorge Rodríguez, con cuyo hijo nunca se ha tropezado por casualidad, aunque Lepage ha concurrido a los tribunales que “objetivamente” investigan el homicidio. Lo que comenta resulta creíble, sensato. Se le fue de las manos a sus subalternos. Por ello, en la época, llegamos a despreciarlo y muchísimo, pero ahora, además de contrastar su conducta y explicaciones con las de los que hoy gobiernan al país, añadido al hijo del líder de la otrora Liga Socialista, también aceptamos que ha sido víctima de una vastísima campaña que lo convirtió en un tenebroso victimario. Así, al apreciar el reporte “histórico” oficialista, tenemos, por ejemplo, un video (https://www.youtube.com/watch?v=dXoApCJws30) que da la versión maniobrera del asunto (donde – por cierto – el cigarrillo avisa de las otras épocas y modalidades para dar una rueda de prensa). He acá la diferencia: una campaña que sigue, removiendo con cierto sadismo un hecho para convertirlo en carburador político a estas alturas del siglo, y el balance histórico que debe atender la naturaleza y características del secuestro de William Frank Niehous que pasa por debajo de la mesa.
Fuente:
http://www.opinionynoticias.com/opinionnacional/21600-la-entrevista-de-lepage
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