martes, 20 de enero de 2015

EL OTRO SOBREVIVIENTE

De la debilidad del Estado
Luis Barragán


Incómoda constatación para sus devotos, el gigantismo estatal acarrea una debilidad cada vez mayor.  Quizá por aquello del que mucho abarca, poco aprieta, sentencia popular que merece una traducción latina para consagrarse como principio jurídico, los decisores públicos se traicionan a sí mismos dado el peso de las realidades que pretenden desconocer: posiblemente, nos adentramos en la llamada teoría de los actos propios que el amigo Juan Pablo Zeidén Martínez citó hace poco, en las redes sociales, a propósito de la llamada legitimación de los poderes.

Las colas demasiado injustas, largas y riesgosas para adquirir los insumos básicos, ofrecen también oportunidades para el hampa que jamás vacaciona. El gobierno las ha decidido, siendo una nefasta consecuencia de las políticas previa y suficientemente denunciadas como erradas, pero – además de no garantizar los productos, ya realizadas o culminadas – las colas se ofrecen anchamente como la mejor ocasión para el hurto, el robo a mano armada, la estafa, el secuestro u otros de los actos que no prevén y, si lo hacen, fracasan, los servicios policiales de inteligencia, rifándose los oferentes y demandantes una tragedia.

Multiplicadas las modalidades delictivas, cuentan  ya con la costumbre y la censura de los medios para domesticar el asombro. Hace poco, nos enteramos del secuestro de un niño en un supermercado, devuelto después que fue cancelada la costosísima compra de los victimarios que lograron concitar la solidaridad de los familiares y relacionados de la víctima, a objeto de reunirlos para que concursaran   en el pago real y virtual de la deuda que no podía esperar: tres carritos repletos trenzados a la paciencia de una cajera.

El hiperestatismo que, paradójicamente, ha debilitado al Estado, condena a la población al encuentro forzado en callejuelas, calles y avenidas para obtener el alimento o el medicamento que lo desespera, pero la concurrencia no cuenta siquiera con la debida protección para tan involuntaria cita. Y, lo que es peor, le impone varias prohibiciones a fin de que no quede prueba alguna del exabrupto, como fotografiarla o videofilmarla, peligrando las incursiones de los medios independientes de comunicación, como si se tratara de reportar los sucesos desde un frente o una trinchera de guerra.

En la sociedad de supervivencia que literalmente ha construido el régimen en dieciséis años, le corresponde al propio Estado diligenciar la propia. Empero, evitando que las colas se traduzcan en escenarios para una natural, espontánea y vehemente protesta social, queda – eso sí – la represión que, por una delegación que los venezolanos no aceptamos, suelen ejercer los llamados colectivos armados.

Fuente:
http://www.opinionynoticias.com/opinionpolitica/21500-de-la-debilidad-del-estado
Ilustración: Tomada de La Jornada (Zacatecas, México).

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