sábado, 10 de enero de 2015

TROPEZAR CON LA MISMA PIEDRA

¿Podemos apostar?
Ox Armand


Hay una vasta literatura de política-ficción relacionada con  la España bajo un gobierno marxista y, faltando poco, marxista-leninista. Quizás uno de los títulos de mayor resonancia fue la novela de Andrés Madrid, “Ayer España enrojeció” de Andrés Madrid  (1982). Nada sencillo, la izquierda más ortodoxa  gana las elecciones e, inevitable, el rey la llama a formar gobierno.  Por supuesto, prevalecían los esquemas convencionales sobre la izquierda y la derecha. O tratando de ser un poco más precisos, los que se heredaron directamente de la terrible guerra civil, sobrevivientes hasta que, destacados el uno y el otro, Adolfo Suárez y Santiago Carrillo lograron, por mera táctica que resultó una gran estrategia, desde el neoconservadurismo y el eurocomunismo, recogiendo involuntariamente la riqueza de matices que caracterizó al bando de los nacionales, coexistendo falangistas con demócrata-cristianos, o de los republicanos, con sus trotskistas y socialdemócratas, por citar algunos ejemplos. El caso está en que nadie adivinó la celebridad y, hasta nuevo aviso, el triunfo de Podemos, ya que puede convertirse en una tísica lombriz de ocasión, a pesar del puje, trastocado en un capítulo efímero bajo la conducción de Pablo Iglesias, cuyo nombre es otra de las ironías más sorprendentes de la historia.

Aceptemos el desgaste del puntofijismo español. Vale decir, el agotamiento de los famosos  pactos de La Moncloa, con la correlativa necesidad de actualizarlos y, posiblemente con otros actores, relanzarlo. Sin embargo, el remedio puede devenir peor que la enfermedad. Es loable que todo el movimiento llamado de la Indignación, el consabido sentimiento y hecho protestatario que, muy a lo europeo, creemos, no supo de la cruel represión venezolana, por ilustrar la cuestión,  sea canalizado a través de los partidos, originando un fenómeno inédito que estimula la transformación de los escenarios públicos, pero sostenemos que Iberia ha de verse en el espejo venezolano mismo. Por una parte, acá hubo una crisis estructural que todavía se prolonga, confundiéndonos, donde todo  el pasado se satanizó y se presentaron como buenos, puros e intachables, los nuevos elencos de poder que llevaron por el medio a todo el liderazgo tradicional, incluyendo a la propia izquierda caracterizada por su sobriedad, honradez, autenticidad, con todos sus errores y aciertos. Se le vendió al país, exactamente dieciséis años atrás, que el solo ascenso al poder del desprendido, desinteresado e impecable Chávez Frías, acabaría con la corrupción y los corruptos, al igual que con las injusticias de un modelo económico que tendría cauce en otra Constitución respetuosa de la libertad, la propiedad, etc. El neoliberalismo era un crimen por el que justos y pecadores tendríamos que pagar y, a la vuelta de la esquina, justicia y prosperidad serían nuestros más sonados éxitos, con el ejercicio pleno de la soberanía. Por supuesto, absorbió a toda esa izquierda histórica, versionándola según sus intereses propagandísticos, dándoles dádivas burocráticas a sus herederos (curules, embajadas y consulados), al elevadísimo costo de nuestras desgracias actuales, añadida la absurda dependencia con la dictadura cubana. Nos entramparon, pues. Y eso fue posible, entre otras razones, gracias a la antipolítica que nos vació de un mínimo sentido político y orientación ideológica, más el intenso reacomodo que fuerza todos en una sociedad rentista.

Mutatis mutandi, los españoles se creen en medio de la más pavorosa crisis, insoluble crisis, que pueda saltar y asaltar los espacios institucionales, desconfiando, sospechando y satanizando a todo aquél que lo asume como fuente inalterable de sus desgracias. Como acá, allá la falta de respuestas, de una básica racionalidad, conlleva la demonización moral. De modo que lo importante y decisivo es que la infanta Cristiana sea una de las causas del pavoroso mal, como la Pantoja o cualesquiera otros pillados, sin reparar que, por lo menos, hay administración de justicia que, como no ocurriría jamás en Venezuela, lleva a los tribunales la regia humanidad de la Borbón. Y hasta cuentan con una Constitución extraordinaria que, en lugar de reformar, puede dar ocasión para lanzarla al cesto de los trastes. Surge la figura de una seductora informalidad como la del eurodiputado y toda la constelación de académicos que lo avalan, olvidando la subvención política, y cuidado si financiera del chavismo. Éste tiene una versión de las cosas que lo acerca más al desclasamiento efectivo de la crisis y propicia un clima revanchista que, en nombre de las mejores causas, devorará a la izquierda más sobria, paciente, honrada. No otra que ésta izquierda será la sacrificada frente a los novísimos protagonistas de la otra izquierda extendida y entendida más hacia el espectáculo que la explica, por más académico que sea el argumento que cederá al modismo del español promedio. Eso sí, tocando el problema autonómico con cuidado, pues, ya lo hemos visto, hay más de díscolos dirigentes que, a lo Weber, nada saben de la ética de la responsabilidad, como el cansadísimo Pujol reveló que poco le importa la ética misma. Con Podemos, se están rifando la desgracia. Hay sobrados motivos para pensar y actuar en una España diferente, pero el disparo en la cabeza es obviamente algo peor que la aspirina para el dolor. Así que véanse en el espejo de Venezuela, mal que bien, una democracia que les sirvió de modelo. Apostar el destino colectivo con un Podemos de cuño irrefutablemente chavista, no es la salida.

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