¿Podemos apostar?
Ox Armand
Hay una vasta
literatura de política-ficción relacionada con la España bajo un
gobierno marxista y, faltando poco, marxista-leninista. Quizás uno de
los títulos de mayor resonancia fue la novela de Andrés Madrid, “Ayer
España enrojeció” de Andrés Madrid (1982). Nada sencillo, la izquierda
más ortodoxa gana las elecciones e, inevitable, el rey la llama a
formar gobierno. Por supuesto, prevalecían los esquemas convencionales
sobre la izquierda y la derecha. O tratando de ser un poco más precisos,
los que se heredaron directamente de la terrible guerra civil,
sobrevivientes hasta que, destacados el uno y el otro, Adolfo Suárez y
Santiago Carrillo lograron, por mera táctica que resultó una gran
estrategia, desde el neoconservadurismo y el eurocomunismo, recogiendo
involuntariamente la riqueza de matices que caracterizó al bando de los
nacionales, coexistendo falangistas con demócrata-cristianos, o de los
republicanos, con sus trotskistas y socialdemócratas, por citar algunos
ejemplos. El caso está en que nadie adivinó la celebridad y, hasta nuevo
aviso, el triunfo de Podemos, ya que puede convertirse en una tísica
lombriz de ocasión, a pesar del puje, trastocado en un capítulo efímero
bajo la conducción de Pablo Iglesias, cuyo nombre es otra de las ironías
más sorprendentes de la historia.
Aceptemos el desgaste del
puntofijismo español. Vale decir, el agotamiento de los famosos pactos
de La Moncloa, con la correlativa necesidad de actualizarlos y,
posiblemente con otros actores, relanzarlo. Sin embargo, el remedio
puede devenir peor que la enfermedad. Es loable que todo el movimiento
llamado de la Indignación, el consabido sentimiento y hecho
protestatario que, muy a lo europeo, creemos, no supo de la cruel
represión venezolana, por ilustrar la cuestión, sea canalizado a través
de los partidos, originando un fenómeno inédito que estimula la
transformación de los escenarios públicos, pero sostenemos que Iberia ha
de verse en el espejo venezolano mismo. Por una parte, acá hubo una
crisis estructural que todavía se prolonga, confundiéndonos, donde todo
el pasado se satanizó y se presentaron como buenos, puros e
intachables, los nuevos elencos de poder que llevaron por el medio a
todo el liderazgo tradicional, incluyendo a la propia izquierda
caracterizada por su sobriedad, honradez, autenticidad, con todos sus
errores y aciertos. Se le vendió al país, exactamente dieciséis años
atrás, que el solo ascenso al poder del desprendido, desinteresado e
impecable Chávez Frías, acabaría con la corrupción y los corruptos, al
igual que con las injusticias de un modelo económico que tendría cauce
en otra Constitución respetuosa de la libertad, la propiedad, etc. El
neoliberalismo era un crimen por el que justos y pecadores tendríamos
que pagar y, a la vuelta de la esquina, justicia y prosperidad serían
nuestros más sonados éxitos, con el ejercicio pleno de la soberanía. Por
supuesto, absorbió a toda esa izquierda histórica, versionándola según
sus intereses propagandísticos, dándoles dádivas burocráticas a sus
herederos (curules, embajadas y consulados), al elevadísimo costo de
nuestras desgracias actuales, añadida la absurda dependencia con la
dictadura cubana. Nos entramparon, pues. Y eso fue posible, entre otras
razones, gracias a la antipolítica que nos vació de un mínimo sentido
político y orientación ideológica, más el intenso reacomodo que fuerza
todos en una sociedad rentista.
Mutatis mutandi, los españoles se
creen en medio de la más pavorosa crisis, insoluble crisis, que pueda
saltar y asaltar los espacios institucionales, desconfiando, sospechando
y satanizando a todo aquél que lo asume como fuente inalterable de sus
desgracias. Como acá, allá la falta de respuestas, de una básica
racionalidad, conlleva la demonización moral. De modo que lo importante y
decisivo es que la infanta Cristiana sea una de las causas del pavoroso
mal, como la Pantoja o cualesquiera otros pillados, sin reparar que,
por lo menos, hay administración de justicia que, como no ocurriría
jamás en Venezuela, lleva a los tribunales la regia humanidad de la
Borbón. Y hasta cuentan con una Constitución extraordinaria que, en
lugar de reformar, puede dar ocasión para lanzarla al cesto de los
trastes. Surge la figura de una seductora informalidad como la del
eurodiputado y toda la constelación de académicos que lo avalan,
olvidando la subvención política, y cuidado si financiera del chavismo.
Éste tiene una versión de las cosas que lo acerca más al desclasamiento
efectivo de la crisis y propicia un clima revanchista que, en nombre de
las mejores causas, devorará a la izquierda más sobria, paciente,
honrada. No otra que ésta izquierda será la sacrificada frente a los
novísimos protagonistas de la otra izquierda extendida y entendida más
hacia el espectáculo que la explica, por más académico que sea el
argumento que cederá al modismo del español promedio. Eso sí, tocando el
problema autonómico con cuidado, pues, ya lo hemos visto, hay más de
díscolos dirigentes que, a lo Weber, nada saben de la ética de la
responsabilidad, como el cansadísimo Pujol reveló que poco le importa la
ética misma. Con Podemos, se están rifando la desgracia. Hay sobrados
motivos para pensar y actuar en una España diferente, pero el disparo en
la cabeza es obviamente algo peor que la aspirina para el dolor. Así
que véanse en el espejo de Venezuela, mal que bien, una democracia que
les sirvió de modelo. Apostar el destino colectivo con un Podemos de
cuño irrefutablemente chavista, no es la salida.
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