EL IMPULSO, Barquisimeto, 2 de enero de 2015
¿Urbanicidas?
Claudio Beuvrin
Una consecuencia de la inseguridad es la tendencia a abandonar las calles ya encerrarse enurbanizaciones, en clubes privados y centros comerciales, perdiéndose con ello una característica fundamental de las ciudades: que sus calles y plazas sean lugares donde gente de distintas características y condiciones se hagan presentes sin temerse unos de otros.
El fenómeno, muy común entre la población de altos recursos, ahora ocurre también entre las pobres pues siempre hay alguien más pobre al cual hay que temer y del cual hay que protegerse.
El fenómeno se ha extendido tanto que ya no se trata del cierre de las calles de pequeñas partes de la ciudad sino de grandes complejos. En Argentina está el Nordelta, una ciudad planificada para familias de alto ingreso donde viven unas 30.000 personas y que se prevé que puede llegar a 100.000 habitantes. Tiene estrictos controles de entrada, muros perimetrales, vigilantes privados, cámaras de seguridad, servicios de emergencia, centros comerciales, estaciones de servicios, hospital, hotel, campos deportivos, colegios, aeropuerto, centros culturales, etc. Nordelta está gobernada como una sociedad cuyos accionistas son los propietarios de las casas. No tienen alcalde sino gerente y no hay concejales, sino junta directiva y tampoco hay manifestaciones políticas ni enfrentamientos en las calles.
Se trata, sin duda, que la materialización, en el siglo 21, de alguna utopía del renacimiento: todos más o menos iguales y de conducta muy reglamentada.En ella no hay pobres, no hay recoge latas, mendigos, borrachos ni perros realengos. El crimen ocurre muy raramente. Esto suena muy bueno, pero tiene su lado oscuro: el desinterés de sus residentes por lo que ocurre afuera de su ámbito.
El tema tiene aspectos importantes para reflexionar. Uno de ellos tiene que ver con el derecho que todos tenemos a la seguridad, derecho que en teoría debería ser garantizado por el Estado, pero no lo hace. En Venezuela, es común el pugilato entre comunidades que levantan barreras y los alcaldes que las derriban porque impiden el derecho a la libre circulación en las calles, lo cual es cierto, pero los alcaldes suelen hacer poco o nada para mejorar la seguridad de todos. Al final ganan los vecinos, aunque los delincuentes siempre encuentran la manera de penetrar y robar.
A quienes construyen estas ciudadelas se los acusa de matar la diversidad y la coexistencia propias de las ciudades. Pero está acusación invierte las relaciones entre causas y efectos: urbanicidas son las groseras diferencias de ingresos, la cultura de la violencia y el odio de clases.
Urbanicida es el sistema económico, político y social incapaz de disminuir las desigualdades y educar en la convivencia ciudadana. Hay países donde no existen guetos cerrados pues las diferencias sociales y económicas son pequeñas y hay una cultura básica de tolerancia y convivencia, haciendo del crimen un fenómeno más bien raro.
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