Del salto triple
Luis Barragán
Años atrás, adquirimos dos libros sobre atletismo que extrañó a quienes los vieron en casa. Uno, profundizaba en la técnica del salto triple, digamos que horizontal; y el otro, que aún conservamos, en el vertical que va más allá de la simpe empuñadura de una pértiga.
Jamás quisimos incurrir en la temeridad de convertirnos en atletas de alta competencia, convencidos en la teoría que ha de preceder a la práctica, y dispuestos a afrontar a un jurado seguramente diestro y experimentado, escasamente inclinado por un examen escrito. El propósito fue otro, simple y netamente político.
En unos comicios internos del partido, sorpresivamente desertó de nuestra corriente un amigo de muchos años que apostó por la fórmula favorita. Renegando de posturas y decires, dio un brinco tan magistral que, asegurándose un puesto en la plancha contraria, creyó que bastaba para el aseo moral de una conducta incomprensible y desleal.
Fue tal la indignación que le negamos la palabra, por más que insistiera telefónicamente. Cosas del oficio, nos dijimos, lo dejamos tranquilo y goloso con su hazaña, excepto el día de su cumpleaños: el muy ingenuo, nos llamó felizmente agradecido por el obsequio que le enviamos.
Pasaron largos años, y con Clifacio no tuvimos relación política y personal alguna. Después de ganar Chávez Frías en 1998, por terceras personas nos enteramos de los importantes cargos obtenidos e inmejorables negocios conquistados, pues, simplemente, supo deslizarse hacia el nuevo gobierno como otros personajillos que tuvieron y aún tienen por pretexto el mantenimiento del sufrido hogar.
Un buen día, en la llamada Quinta de la Unidad, acudimos a una reunión de la Coordinadora Democrática en nombre del partido, cercanos al revocatorio del mandato presidencial que la convertía en segura y previamente festejada promesa de gobierno. En el sitio y en la reunión, encontramos a Clifacio para nuestro estupor, pues – se nos dijo – hay que sumar y, para la complicadísima operación aritmética, considerar a un pesado protector de la oposición que lo respalda – rematando – desinteresadamente.
Con prudencia, evitando un conflicto, nos paramos y nos retiramos, a pesar del Clifacio que intentaba cordializar, invocando viejas vivencias de una juvenil militancia. Por lo menos, no lo aceptamos en nuestras reuniones y, perdida la posibilidad de reemplazar a Chávez Frías, no supimos más de él, excepto que se convirtió en algo así como un puente de los presuntos negocios del protector con el gobierno.
Meses atrás, lo conseguimos en un centro comercial, haciéndonos una rápida reseña de su exitoso desempeño como litigante, esta vez, con un encendido reclamo ex - post facto. Inventariadas las ofensas, reales y supuestas, en veinte minutos se quejó del viejo libro del salto triple que le regalamos cuando Gardel llegó a Caracas y visitó a Gómez en Maracay: lo abrió y examinó un mes después, y fue su mujer la que develó el misterioso y truculento metarrelato que lo disgustó e hizo jurar una golpiza sangrienta.
Casi veinte años después nos enteramos de los efectos de aquél libro olvidado, ya sin saber qué hacer hoy con Carlos Pinar y su “Salto con pértiga” (Sintes, Barcelona, 1971), reaparecido en una remoción de papeles en casa. Sobra a quién regalárselo, porque – lamentablemente - sobran los destinatarios tan destacados por sus últimos brincos y volteretas políticas, durante y después del 7-O.
Coletilla: Excepto el magnífico artículo alusivo de Gonzalo Himiob, creemos que no vale la pena leer - más que literalmente ver - sobre el consabido y tan sonado caso de “Rosita”. Hazaña de la antipolítica, una persona de dudosa conducta encuentra protección en un partido de conducta no menos dudosa, que compra y se tiñe de una celebridad que tiene aún aplausos.
Fuente: http://www.opinionynoticias.com/opinionpolitica/13229-del-salto-triple
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