RESEÑAS
Gabriel García Márquez: Vivir para contarla; Mondadori, Barcelona, 2002, 579 pp. ISBN: 84-397-0949-8
García Márquez en la sociedad datonómica
Luis Barragán J.
Luisbarragan@hotmail.com
El talento natural aflora con los años según la fortuna de la que se disponga. Entre las condiciones generalmente adversas, amén de las económicas, está el mandato familiar, pues, se desea un oficio de comprobado éxito y prestigio para el infante que ha de ser promesa para propios y extraños.
Gabriel García Márquez, quien defendió a temprana edad su vocación de escritor, toma nota compasiva de los niños declarados prematura y bulliciosamente como genios, aunque admite lo que fue la aguda capacidad de escuchar los relatos familiares de infancia (A: “Vivir para contarla”, Grupo Editorial Norma, Bogotá, 2002:113). Nota que es la del aprendizaje del observador resistido a las formalidades conocidas, gozando de una fórmula escolar como fue -sencillamente- la de prestar atención en clase y hacer las tareas sin copiarlas de los demás (206, 228, 289), así “encallara” en el aula universitaria, más tarde (317), al sincerarse radicalmente esa vocación que ha sabido del éxito y del prestigio que no suelen alcanzar a todos los que la intentan.
Pudiera sorprender que alguien que tenga por especialidad la de modelar el conocimiento, esculpiéndolo con asombros y humores, ferocidades y angustias, le haya costado aprender a leer (118), hasta dominar el instrumento de vuelo que lo condujo a “Las mil y una noches” y al “Quijote” y que, después, le permitió sentenciar: “... Sólo deberían leerse los libros que nos fuerzan a releerlos”, domesticando la fatiga (168, 200).
No dominar el inglés (189), apenas es una frustración distraída, porque lo ha hecho magistralmente con el relato en castellano a pesar de su mil veces confesa mala ortografía (190, 240, 266, 388). Lo importante ha sido el intenso adiestramiento y la atípica autodisciplina que lo imponen en la otrora extensa y competida galería de los narradores. De nuevo, la sencillez de la herramienta, convertido en “lector insaciable sin ninguna formación sistemática” (437). Se ha atrevido a defenderse frente al convencionalismo social de su medio inmediato, ensayándose constantemente en la tinta.
Tinta que no es ajena al oficiante del hurto, porque es una delicia de la anécdota enterarse de aquél ladrón de domicilios que compartía sus nocturnales tareas con la literatura e, inadvertidamente, destacaba en la tertulia de los -presuntamente- más honrados (133). No tuvo la carga profética de los dieciocho años de García Márquez, empecinado en ser un escritor y, además, un buen escritor (285) en el costado de mar de Colombia. Y, lo curioso, testigo y partícipe de la rara labor de alfabetización de las menores prostitutas (402), quienes no tendrían tiempo de descubrirse a sí mismas, quizás, llevando al papel sus tragedias.
No hay sociedad capaz de refundarse constantemente sin conceder la herramienta esencial de la lectura. Los informes especializados rinden cuenta de aquellos países que son capaces de difundir públicamente el conocimiento, igualando las oportunidades de acceder a los sistemas bibliotecarios, frente a aquellos terriblemente empobrecidos, donde las bibliotecas constituyen una anormalidad soportada. García Márquez acudirá a las colecciones que tiene a la mano y, como frecuentemente ocurre, será la del liceo que lo acogerá, “hecha con los desperdicios de otras menos útiles: colecciones oficiales, herencias de maestros desganados, libros insospechados que recalaban por ahí quién sabe de qué saldos de naufragios” (234).
No será extraño a las bibliotecas (394), aunque muy luego vendrán las nuevas y personales adquisiciones, haciendo propia una manía posiblemente común y golosa como es la de oler los libros (421). Significa un poco incursionar en lo que se ha dado en llamar la sociedad del saber, como precursor tractorista de la tierra que se ofrece, entre tinta y papel, vivencia e interés, que no significa sociedad de la información, algo paradójicamente opuesto al pronóstico en boga.
La sociedad de la información que, se dice, está en el curso de la más reciente historia, sugiere una complejidad tecnológica, económica, ocupacional, espacial y cultural, de la que no supo el escritor en su tiempo como tampoco lo ha sabido buena parte del globo terráqueo, en el presente. La estructura globalizadora de las redes que explica una distinta expresión cultural e innovación productiva, económica y recreacional, no encuentra huellas en la andanza existencial de los cuarenta y cincuenta, cuando fogoneaba Macondo en las profundidades del alma. Sin embargo, la postura pretendidamente artesanal del creador colombiano, reacio a los estudios jurídicos para apostar más allá de Faulkner, en la búsqueda de las herramientas que hagan parir la tierra, depositada la humilde semila de sus intuiciones, es presagio de lo que puede esbozarse como futuro para la humanidad, la que choca estrepitosamente con la caricatura tecnológica de una promesa.
Y es que hoy, como refiere Elsa Ramírez Leyva, priva la inmediatez: informarse en el menor tiempo posible, con el menor esfuerzo físico y mental, en aras de un consumo desenfrenado. Las lecturas de García Márquez no tendían a decodificar las letras, sino apremiarse de sus contenidos, cosa que no ocurre hoy con la espiral utilitarista y mercantil que preña lo que se ha dado en llamar sociedad de la información, que no del saber (B:”La lectura en la sociedad contemporánea”, en: http://www.ejournal.unam.mx/iibiblio/vol15-31/IBI03109.pdf). El detalle es palpable en las escasas bibliotecas públicas venezolanas a través de las consultas-chatarra, la obtención apresurada de una data que no llegará siquiera a convertirse en conocimiento, con el auxilio de la fotocopiadora o de la infopista, plena de impaciencias. Empero, en el "Gabo", la lectura es placer y conquista del conocimiento que se enjuga con las vivencias propias y extrañas, transformando al lector. Y esto no cabe en lo que rigurosamente debemos denominar la sociedad datonómica, en la que la imaginación está desterrada en favor de la reiteración, del trasunto esteticista, de la implacable trivialidad que se arropa de solemnidades trascendentes en la amarga liturgia de lo cotidiano y maniqueo.
El empedernido fumador, a la postre razonable o -mejor- supersticioso desertor (A:263, 422ss.), optará por el esfuerzo magno con la “carpintería diaria para aprender a escribir desde cero, con la tenacidad y la pretensión encarnizada de ser un escritor distinto” (485), rondando las premuras que -irremediable- agilizan sus ejercicios. Parte de los deberes pendientes, de lo que era una tarea sobria y confiable, para adivinarse en la falsificación, en la mentira, en la fantasía que -definitivamente- abonaría al honesto esfuerzo de falsificar, de mentir y de fantasear para alcanzar -cuando la sobriedad y confianza la preside- no otra cosa que la verdad y las grandes verdades escondidas en los sótanos de la realidad latinoamericana. No entendía los “análisis escabrosos” de Freud, pero los utilizaba en las tareas escolares (233); proyectó una novela que fue haciendo fuera de la máquina de escribir, como justificación frente a los amigos (428, 436); e inventó cuentos de emergencia (444s.).
García Márquez es un insigne vendedor de libros. Podría decirse que cualquier borrador que saque, es un éxito de librerías. Pero, la primera entrega de sus memorias, supera el “datonismo” mercantil de una sociedad que ha extraviado el saber, entregando los frutos de una acuciosa reflexión sobre lo que le ha acontecido. Publica admitiendo el olvido de muchos detalles (391, 548), aunque multiplica la pasión por confirmar otros mediante la humilde consulta (253, 350, 489, 531).
Ha acertado el escritor colombiano en medio de un orden que dice no necesitar de su testimonio. La sociedad ágrafa cederá. Ojalá así sea.
26/12/2002
El URL de este documento es http://www.ucm.es/info/especulo/numero22/contarl2.html
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