jueves, 1 de noviembre de 2012

¿ONTOLÓGICAMENTE ... TARDÍOS?

 EL NACIONAL - Jueves 01 de Noviembre de 2012     Opinión/8
La expropiación del tiempo
RAÚL FUENTES

Tal vez este 2012 que aún no culmina sea recordado en el futuro como el año de los disparates, las paradojas y las equivocaciones. Sin entrar a considerar los accidentes, desastres y tragedias derivados de la pésima gestión pública ­que por lo visto no bastaron para que esa porción del electorado que se ha engolosinado con el Estado asistencialista y caritativo se sacudiera de su vergonzosa sujeción al bozal de arepas mediante el cual el Gobierno se asegura de su incondicional respaldo­, vamos a dedicar estas líneas a un modo de despilfarro continuado que, en paralelo con su manirrotismo, hace de ésta una administración ineficaz, irresponsable y moralmente reprochable.
Para ilustrar nuestro propósito nos referiremos, en primer término, al proyecto que el grupo Think Thank Brillembourg-Klumpner, bajo los auspicios del Gobierno nacional, presentase el pasado mes de agosto en Venecia, donde fue premiado con el León de Oro y que según Di Enrico Tantucci (www.cav.org.ve) "indigna a Venezuela y compromete a la bienal". Al margen de la abundante y razonada crítica que ha llovido sobre la propuesta, nos interesa destacar que la misma contempla un lapso de 10 años para su ejecución. En las antípodas, la empresa china de construcción sostenible Broad Group logró erigir en tan sólo 15 días un hotel prefabricado de 30 pisos (2 años antes construyó un edificio de 15 pisos en 6 días).
Al contrastar estas dos maneras de encarar problemas constructivos podemos concluir que para los chinos, pueblo antaño considerado de proverbial paciencia, el tiempo se ha convertido en un bien que debe ser administrado con criterio de austeridad, de modo que cada instante sea productivo, pues lo que importa en términos de satisfacción material es el aquí y el ahora.
Para nosotros, en cambio, pareciera que nos sobrara y, por ello, podemos malgastarlo. Y no se trata de una manera de ser afincada en ancestrales costumbres, como podría afirmar un sociólogo determinista, sino de un condicionamiento moldeado desde las esferas gubernamentales que han hecho moneda corriente del retardo, las prórrogas, los atrasos, las demoras y los aplazamientos.
La morosidad como fundamento de la gerencia pública podría ser tema de estudio por parte de especialistas en derecho administrativo, pero en lo que a la cotidianeidad respecta, la lentitud en las ejecutorias gubernamentales es, como ya insinuamos, una manera irresponsable de derrochar el tiempo, una forma de dispendio y malversación de un capital virtual, pero invalorable, pues una vez malgastado es imposible su recuperación. Y es que para el régimen el corto plazo, el aquí y ahora sólo existen cuando se aproxima una elección. Entonces la prisa, que ya se sabe es plebeya, y la improvisación se conjugan para poner de relieve la chapucería oficial: viviendas que se derrumban antes de ser habitadas, puentes que se vienen abajo antes de ser inaugurados, vías que se hunden antes de que nadie haya transitado por ellas y un largo etcétera de chambonadas con las que se pretende ocultar las promesas incumplidas y vender una imagen de eficacia que está a años luz de la realidad.
Al cortoplacismo electorero se yuxtapone el largo plazo característico de las utopías. Los grandes proyectos y realizaciones son para las décadas, si no, los siglos por venir. Por ello no pasan de la primera piedra. Y es que las ofertas a concretarse a largo plazo son la quimera necesaria para mantener a flote la resignación de los seguidores del líder perpetuo, cuyas esperanzas son terreno abonado con las chucherías que el Gobierno les entrega a cambio del voto, en una vulgar operación de compra y venta que deja de lado cualquier tipo de deontología. Tal comportamiento nos ha hecho involucionar como ciudadanos y amenaza con retrotraernos aún más al pasado, cuando las elecciones eran de segundo o tercer grado. Porque seamos realistas, un Estado comunal, al igual que en la extinta URSS o en la arrasada República de Kampuchea, pondría las decisiones en manos alzadas de los comuneros y acabaría, para mayor gloria de Chávez, con las elecciones tal como las conocemos y que son, todavía, un signo de que la democracia subsiste a pesar de todo.
Al régimen, el tiempo poco o nada le importa. Lo demuestra a diario el adalid de la salvación planetaria que, con su incesante encadenamiento, funge de big brother e invade de manera persistente nuestros hogares con un discurso que no podemos llamar vacío porque, como dice Rafael Cadenas, "llamar vacío su discurso ofende al vacío". El tiempo, pues, al igual que RCTV, Agroisleña, Conferry y tantas otras empresas nos ha sido expropiado.

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