Luis Barragán
Hubo fascinación y horror por el fascismo, saliendo ileso el comunismo tras la victoria aliada en la segunda guerra mundial. No obstante, François Furet insistió en la “copertenencia” de ambos fenómenos, por sus trágicas, costosos e inocultables resultados.
Tienen en común la degradación y el terror moral y político que suele perfeccionar el empleo del antifascismo como consigna, llevándola a los últimos confines del cinismo. Cuentan con el lumpemproletariado como soporte, acelerando la descomposición del poder político que lleva a la configuración del Estado Criminal, como acaece en la Venezuela de los días que corren.
En el transcurso de la cuarentena, removiendo viejos papeles, hallamos un texto de principios del presente siglo por el cual asomamos una preocupación razonable de acuerdo a los hechos después cumplidos. Conservado el recorte de prensa, a propósito de un artículo aún más añejo de Antonio García Ponce, llamamos la atención sobre la conjunción de la escuela de Frantz Fanon y Norberto Ceresole, como del fenómeno del lumpemproletariado que fue objeto de observación del añejo leninismo venezolano (El Nacional, Caracas, 25/02/2002), hoy, realizador del imaginario guevarista cubano en el marco decididamente delictivo de la globalización.
Más recientemente, un autor como Antenor Viáfara Márquez, a través de un lúcido ensayo sobre las coordenadas populistas y fascistas del chavismo, nos impone sobre la devastación y desarticulación social de una experiencia que todavía no culmina (AA.VV. “Entre el ardid y la epopeya”, Negro Sobre Blanco, Caracas, 2018: 121-149). Ciertamente, las enseñanzas de Fanon hallaron tierra fértil en este lado del mundo y, por ello, nada extrañan – por ejemplo – las numerosas escenas represivas de 2017, intentando o logrando despojar el represor de las pertenencias personales del reprimido, como un acto previo y desvergonzado a su posible y definitiva detención; el forcejeo de los elementos militares (GNB), por quitarles el móvil celular a varios diputados y asistentes administrativos, durante los incidentes del túnel de La Cabrera, año y tanto atrás, cuando principiábamos el largo y consabido camino hacia el Táchira; o la indiferencia oficialista por la muerte, siempre que sea ajena, aunque sea de hambre y de mengua, sólo útil para la propaganda de ocasión.
Por enero de 2003, Chávez Frías lamentaba la muerte de un joven copartidario por defender la Ley de Tierras, y, seguidamente, invocaba el asesinato de Fabricio Ojeda y Alberto Lovera de décadas atrás (Alocución del 05/01/2003, en: Chávez Frías, Hugo, “El golpe fascista contra Venezuela”, Ediciones Plaza, La Habana, 2003: 20 s.), aunque – a la postre – sus sucesores pretenden jamás responder por las muertes masivas y selectivas, como las de 2014 y 2017, por citar apenas un par de casos. Luego, el ejercicio lumpemproletario del biopoder, en el contexto de la pandemia, alarma aún más, criminalizando de antemano toda interrogación que se haga en torno al curso del COVID19, por más acreditados que sean científicamente aquellos que manifiestan sus inquietudes, palpable en el comunicado de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales.
Cfr.
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