viernes, 15 de mayo de 2020

LA CAMPANADA MÁS SONORA

La biopolítica (I)
César Pérez Vivas 

“Nadie será libre mientras 
haya plagas” 
Albert Camus

En un artículo anterior me referí al impacto que el covid-19 está generando y va a generar en la globalización. Uno de los elementos más destacados en ese impacto tiene que ver con la política y con las ciencias que le sirven de auxilio, en la tarea de conducir la vida social. Es aquí donde la biopolítica toma nuevamente un rol protagónico a nivel global.
Conceptualicemos la biopolítica como el estudio del conjunto de acciones ejecutivas, legislativas, judiciales que se pongan en marcha para atender el impacto y los efectos de las pandemias, ataques biológicos, ecocidios, manipulaciones genéticas y otros eventos que afecten los equilibrios ecológicos del planeta, y en consecuencia, la salud, la seguridad y la vida de las personas a escala global o local. Su estudio también alcanzará los impactos sociológicos, económicos y culturales que dichas situaciones generen en el comportamiento de los ciudadanos y la forma como los gobiernos y los actores políticos manejen los mismos, en la tarea de conservar o conquistar el poder.
Históricamente han sido el derecho y la economía las dos ciencias que han soportado el oficio de gobernar, de ordenar la vida social, de atender las demandas humanas en su existir societario, así como regular el ejercicio de la autoridad que permite conducir a los hombres.
La evolución de la vida humana, de su organización social, de la ciencia y de la tecnología le ha dado a otras ciencias un rol preponderante en la gestión de la vida pública, hasta convertir a varias de esas ciencias en herramientas auxiliares que la política no puede desestimar.
Así, con el devenir de los años, la sociología, la comunicación social, la estadística, la física, la química y la medicina fueron impactando de forma significativa a la ciencia política. Se habla entonces de comunicación o política comunicacional, política energética, política de infraestructura, política sanitaria, etc.
El fenómeno del coronavirus vuelve a colocar a la biología, la ecología y la medicina en primera plana, a la hora de atender la función de gobernar, de gestionar el poder y de garantizar el bien común, que debe ser, el fin último de la verdadera política.
Los temas de salud pública han tenido una importancia histórica en la vida política. Desde los griegos, pasando por el imperio romano y demás regímenes políticos, los temas de salud han estado presentes en la gestión de los gobiernos.
El cuidado de los enfermos en las guerras, de los lisiados por ellas, de las epidemias, y en general las enfermedades, fueron tomando importancia en la vida de los pueblos y por ende de quienes gobernaban.
Tal ha sido la importancia ofrecida por la humanidad al tema de la salud, que la Organización de Naciones Unidas convocó la primera conferencia sanitaria internacional en junio de 1946, acordando el 22 de julio de ese año la creación  de un organismo mundial destinado a coordinar los esfuerzos de los gobiernos, de la comunidad científica, de las empresas y de los científicos para garantizar la salud de los seres humanos.
Nace allí la Organización Mundial de la Salud, fijándose el 7 de abril de 1948 como la fecha de entrada en vigor de su constitución, cuyo texto, además de los reglamentos y directivas son fuente importante del Derecho Internacional Público, y ente de importancia para todos los gobiernos del mundo.
No pretendo escribir ahora una historia de hechos trascendentes en esta materia a lo largo de la evolución de los sistemas políticos. Pero sí quiero poner el acento en el impacto que viene teniendo el tema de la biología, la biotecnología y las armas biológicas en el contexto del mundo globalizado.
Es en esta nueva etapa de la humanidad, con las modernas tecnologías de las comunicaciones y el transporte, cuando se ha facilitado de forma exponencial el movimiento de los hombres hacia todos los confines del planeta, transportando consigo a la misma velocidad enfermedades, que de otra forma, como ocurrió en otras etapas de la humanidad, estarían confinadas a  comunidades locales.
Igualmente, el desarrollo tecnológico facilita el intercambio de conocimientos, y hace más factible el uso de ellos para garantizar el avance de la calidad de vida de la humanidad, pero también facilita su manejo, para producir daños colosales a la integridad de la vida sobre el planeta.
En el siglo XX el gran temor de la humanidad fue sin duda el manejo de la energía nuclear. Su uso para fines bélicos generó no pocas situaciones de tensión en la geopolítica mundial. Pero también las fallas en el conocimiento y en su adecuado manejo generaron tragedias, que como la de Chernóbil trascendieron lo local.
Ahora en lo que va del siglo XXI el gran temor es el de la biotecnología y el de la guerra biológica. Estos riesgos, hoy mayores que los del terrorismo convencional, obligarán a la política a diseñar programas de bioseguridad que afectarán las costumbres y formas de vida del hombre contemporáneo.
En lo que va de siglo ya se habían presentado alertas importantes sobre el riesgo que corre la humanidad con la aparición o mutación  natural, o con el manejo genético de virus y bacterias que afectan o pueden afectar  a millones de seres humanos, y que incluso pueden diezmar o aniquilar de manera significativa a los habitantes del planeta.
La aparición del virus del ébola fue una campanada que la clase política del mundo no valoró en toda su dimensión, a pesar de que se levantaron voces autorizadas para alertar sobre los riesgos biológicos de la seguridad humana.
Una de esas voces fue la de Bill Gates, que en una breve y clara conferencia, organizada por la prestigiosa ONG TED (Tecnología, Entretenimiento y Diseño) ofrecida en la ciudad de Vancouver, Canadá, el 18 de marzo de 2015 expresó:
”Cuando yo era chico el desastre más temido era vivir una guerra nuclear. Hoy la mayor catástrofe mundial es una pandemia. Si algo va a matar a más de 10 millones de personas en las próximas décadas será un virus muy infeccioso, mucho más que una guerra. No habrá misiles sino microbios. Gran parte de esto es que se ha invertido mucho en armamentos nucleares, pero se hizo muy poco en crear sistemas de salud para poder detener las epidemias. No estamos preparados».
Hace cinco años apenas, Gates lo vio con claridad, el mundo no lo oyó. Menos se preparó para esta dramática explosión. Las consecuencias estamos apreciándolas en estos  días. Ahora la humanidad está frente a un desafio. No hay duda de que el virus está impactando la política. Corresponde a la biopolítica tratar todo lo relacionado con el manejo del fenómeno.

08/04/2020:

La   biopolítica II
César Pérez Vivas

El miércoles 11 de marzo de 2020, el doctor Tedros Adhanom Ghebryesus, director general de la Organización Mundial de la Salud, declaró la existencia de una “pandemia”, con la expansión del coronavirus. Se ha considerado que dicha declaración ocurrió demasiado tarde y se han ofrecido severos cuestionamientos por tal situación.
Si bien la veloz expansión del virus por el mundo captó la atención de los medios de comunicación y de las redes sociales, así como de empresas y centros de investigación, finalmente quienes vinieron a asumir las iniciativas, medidas y políticas para atender su impacto han sido los Estados y los Supraestados. Es decir, la conducción de los procesos sanitarios, sociales, económicos y políticos que el manejo de una crisis de esta magnitud requiere, fueron asumidos por los gobiernos en todas las latitudes y en todos los niveles.
La pandemia ha abierto nuevamente en sectores académicos y comunicacionales  un debate, sobre el rol del Estado y de los organismos internacionales, para la gobernabilidad de la sociedad global.
Esta tragedia humanitaria ocurre al comienzo de la tercera década del siglo XXI, en un momento en el que, en Occidente, han tomado de nuevo impulso las corrientes promotoras de la cuasi desaparición del Estado como entidad rectora de la vida social.
El triunfo de Occidente en la guerra fría, el fin de la historia, en la visión hegeliana que planteó Francis Fukuyama, desató una corriente partidaria de la desaparición del Estado, o de su reducción a una mínima expresión. Del Estado absolutista, del Estado comunista se nos propone pasar a la casi inexistencia del Estado. Una forma de encontrarse por los extremos, los promotores del comunismo, inspirados en la filosofía marxista, con los promotores del mercado absoluto, que sueñan con la sociedad en la que solo este regula la vida de la sociedad. En ambos casos ha imperado una visión reduccionista, economicista, de la vida humana. Para ambos sectores del pensamiento, la vida tiene su epicentro en la economía y debe ella ordenar la vida social.
El coronavirus ha venido para recordarnos, una vez más, lo polifacética que es la vida humana. Nos ha vuelto a llamar la atención sobre otros valores o referentes marcadores de su existencia, comenzando por la misma razón de vivir.
Cuidar la vida, la seguridad humana, la salud, la vejez son temas que tienen, sin lugar a dudas, un elevado componente económico, y por lo tanto las sociedades deben producir los recursos materiales y financieros capaces de atender esas necesidades. Pero tienen también elementos de orden espiritual, religioso, cultural, éticos y políticos que inciden sustancialmente en la vida social.
Arbitrar, gestionar y administrar las tareas y  los recursos necesarios para lograr la armonía y la paz social es una responsabilidad que algún actor de la sociedad debe asumir. Es aquí donde no cabe duda de que el Estado tiene un rol, una responsabilidad. No existe en nuestra civilización otra entidad con capacidad de gestionar estos elementos.
La tragedia humanitaria creada por la pandemia del covid-19 lo ha evidenciado de forma determinante. En todos los países han tenido los gobiernos que ponerse al frente de las medidas orientadas a combatir el virus, atender los enfermos y  los efectos colaterales, que una problemática de esa naturaleza  requiere.
Es la primera vez en la historia que buena parte de la humanidad tiene que detener su vida cotidiana, para someterse a un conjunto de medidas sanitarias tendientes a frenar la expansión del virus.
Aún en los países donde el sistema de salud es privado, donde los ciudadanos tienen que poseer recursos propios o disponer de un seguro para acceder a un servicio sanitario, la potencia destructiva del virus obligó a los gobiernos a disponer de evaluaciones y exámenes médicos financiados por las administraciones públicas, y a habilitar más espacios y recursos en los hospitales, crear hospitales de campaña, habilitar hoteles para servicio médico,  y atender a los enfermos, sin exigir seguro o pago, para poder preservar la salud colectiva. La atención no solo se limitó a sus nacionales, sino también a extranjeros, así estuviesen ilegalmente en sus territorios.
Hoy en día, después de la globalización del virus, nadie duda de la necesidad del Estado. El tema es qué tipo de Estado. Está en pleno desarrollo un debate de cuáles gobiernos, y qué tipo de Estados fueron o vienen siendo más eficaces en el manejo integral de la pandemia. Cuáles actuaron o están actuando con responsabilidad, eficacia, honestidad y transparencia. Cuáles aprovechan la tragedia mundial de la pandemia  para tratar de esconder sus limitaciones, bajezas y precariedades.
Fue el Estado chino, con sus prácticas autoritarias, el ejemplo que había que seguir, tal como lo señaló la firma consultora Eurasia Group, en un primer y, a mi juicio, apresurado informe. Fueron los países del suroeste asiático (Japón, Singapur, Corea del Sur) los que asumieron con responsabilidad y transparencia el desafío?  ¿Fueron las democracias europeas el mejor ejemplo? O ¿Estados Unidos mostró la eficiencia de su poder científico y económico? ¿Hay ejemplos que seguir en América Latina? Los hechos están en pleno desarrollo y su estudio también.
Lo cierto es que no hay ningún país donde corporaciones distintas al Estado hayan asumido la conducción de las medidas aplicadas para atender la emergencia sanitaria y sus consecuencias colaterales. Los gobiernos coordinaron los esfuerzos, convocaron a científicos, empresarios, gerentes, figuras públicas para desarrollar iniciativas, de diversa naturaleza, orientadas a atender la emergencia.

15/04/2020:

La biopolítica III
César Pérez Vivas 

Un aspecto fundamental, en el debate actual, respecto del impacto mundial del covid-19 sobre la salud, la economía, la sociología y la política tiene que ver con la bioseguridad. No solo ante la capacidad científica para investigar  la  expansión y mutación de los procesos biológicos, sino también, y esto es lo más trascendente, sobre los alcances de la manipulación genética que la moderna biotecnología ha venido produciendo. El desafío más trascendente está en la capacidad potencial para llevar adelante, en los próximos años y décadas, eventos y entes, con sus correspondientes impactos en la vida de la especie humana.
Si bien la información dominante, hasta el momento, es que el covid-19 se origina por una mutación, un salto, del virus desde animales hacia los humanos; ha tomado espacio en las redes sociales y en medios de comunicación respetables, la hipótesis de que es un virus mutado en laboratorios chinos, que por algún error humano se escapó de control y terminó contagiando a la humanidad.
También se ha diseminado la hipótesis de la propagación del virus como arma biológica,  lanzada por el régimen chino como una forma de lesionar  la economía de Occidente y especialmente de Estados Unidos, como parte de la disputa comercial que sostienen.
La tesis de la manipulación genética en laboratorios tomó cuerpo, en redes sociales, a partir de la difusión de un programa de la TV Italiana RAI, titulado TGR Leonardo. En su sección de noticias científicas, transmitido originalmente el 16 de noviembre de 2015, comunicó “cómo científicos chinos lograron crear un organismo modificado “al alterar la proteína de la superficie de un coronavirus encontrado en los murciélagos”, de modo que genera un síndrome respiratorio agudo severo (SRAS). Según el informe, este virus creado en un laboratorio podría infectar a los humanos, lo que despertó un debate sobre si los aprendizajes obtenidos a través de este experimento justifican los posibles riesgos que implica”.
La difusión del video trajo una ola de indignación y preocupación, hasta el punto de que el director del citado programa de la TV italiana, Alessandro Casarin, en una declaración a la agencia italiana de noticias ANSA, el pasado 25 de marzo de 2020, explicó que el informe se basó en una publicación de la revista científica Nature. Apeló a otro informe de la misma revista para mitigar el efecto. En tal sentido declaró: “Hace solo tres días, la misma revista dejó en claro que el virus sobre el que se informó, creado en el laboratorio, no tiene relación con el virus natural [que causa] el covid-19”. (https://factual.afp.com/el-reportaje-de-la-tv-italiana-de-2015-sobre-un-virus-creado-en-un-laboratorio-en-china-no-tiene)
Todo ese conjunto de informaciones ha sembrado la duda respecto del origen real del virus y nos plantea el estudio de lo relativo al manejo genético de organismos en laboratorio.
China se ha apresurado, basándose en informes de científicos internacionales, a desmentir la manipulación genética (fruto de error humano y mucho más como arma biológica) como el origen del covid19, así lo difundió el portal Observatorio de la Política China, de donde tomo  lo siguiente:
“Un grupo de científicos concluyó recientemente que el coronavirus 2 del síndrome respiratorio agudo grave (SARS-CoV-2), que provoca la enfermedad covid-19, no se creó en un laboratorio ni es un virus manipulado de forma intencionada. Según un artículo publicado el martes en Nature Medicine (la misma revista que generó el informe del programa de la TV italiana), Kristian Andersen, profesor asociado de Inmunología y Microbiología en Scripps Research, junto con profesores de la Universidad de Tulane, la Universidad de Sydney, la Universidad de Edimburgo y la Universidad de Columbia, analizaron los rasgos del virus y compendiaron sus conclusiones en el artículo “Origen aproximativo del SARS-CoV-2”.
Tras anotar que el SARS-CoV-2 es el séptimo coronavirus que se conoce que infecta a los humanos, aseguraron en el artículo: “Hay una evidencia muy fuerte de que el SARS-CoV-2 no es el producto de la manipulación intencionada”.
“Si se hubiese realizado manipulación genética, se habría utilizado probablemente uno de los varios sistemas de genética inversa disponibles para betacoronaviruses. Sin embargo, los datos genéticos muestran de forma irrefutable que el SARS-CoV-2 no se deriva de ninguna espina dorsal de virus utilizada previamente”, añadió el artículo”. (Fuente: https://politica-china.org/areas/sociedad/covid-19-se-origino-en-laboratorio)
El tema es de tal gravedad, por la magnitud del daño ocasionado y por ocasionar, donde no solo está en juego la vida y salud de la especie humana, sino la economía y la seguridad del planeta, que requiere de una investigación independiente para orientar a la opinión pública global sobre el verdadero origen del coronavirus en boga.
En tal sentido, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas debería asumir la conducción de una investigación de esta naturaleza. Para tal fin es menester constituir una comisión científica internacional, con la presencia de investigadores de diversas nacionalidades, incluidos chinos, de reconocida solvencia en todos los órdenes, para ofrecer un informe concluyente respecto del origen de esta pandemia.
La humanidad lo requiere para saber a qué atenerse. Es fundamental para la formulación de la política a aplicar en el futuro inmediato, respecto de la aparición de este o de otros tipos de virus o bacterias, o de la manipulación genética, como también respecto a los efectos de otros elementos vinculados con la biotecnología.
Los estados y los organismos de la comunidad internacional, luego de lo ocurrido con el covid-19 no podrán vacilar en asumir su rol y en establecer normas reguladoras en toda esta materia.
Al final del siglo XX y a comienzos del presente, existía una gran resistencia al tema de las regulaciones. El modelo de estado interventor y regulador, luego de la caída del muro de Berlín, abrió paso una fuerte corriente desregulatoria. La pandemia nos está enseñando que debemos tener, en la actual situación de la humanidad, una ingeniería social y jurídica que nos ofrezca un mínimo de seguridad, respecto de las consecuencias en el manejo de la biología, la ecología y la biotecnología.
Sobre la necesidad de la regulación ya se había pronunciado el filósofo norteamericano Francis Fukuyama, quien luego de su libro El fin de la historia y el último hombre, proclamando el final del socialismo real, y  del Estado regulador, publicó en 2003 otra importante obra titulada El fin del hombre. Consecuencias de la revolución biotecnológica,  en el que reivindica la existencia de un Estado regulador, respecto de los trabajos que adelanta la ciencia en el campo biológico.
En dicha obra, respecto de ese polémico tema, se pronuncia de manera categórica en los siguientes términos:
“¿Cómo deberíamos reaccionar ante una biotecnología que, en el futuro, encerrará grandes beneficios potenciales y amenazas que pueden ser ora físicas y evidentes, ora espirituales y sutiles? La respuesta es evidente: debemos utilizar el poder del Estado para regularla. Y si la tarea rebasa la capacidad de cualquier nación individual, será necesario hacerlo en un marco internacional. Debemos empezar  a pensar, concretamente ahora, en cómo crear instituciones capaces de distinguir entre los buenos y los malos usos de la biotecnología, y aplicar dichas normativa con efectividad tanto nacional como internacionalmente.”  (Fukuyama, Francis. El fin del hombre. consecuencias de la revolución biotecnológica. Ediciones B, S. A. Barcelona (España). Agosto 2003. Páginas 27 y 28).
Fukuyama planteó el tema al comienzo del presente siglo. Han pasado 16 años desde entonces y la política no ha asumido a plenitud el tema. El mismo no ha trascendido los escenarios académicos, donde se reflexiona sobre la ética biotecnológica y sobre los alcances propiamente biológicos de dichas actividades.
La pandemia del covid-19 nos llama a estudiar el tema biotecnológico con mayor profundidad  y, sobre todo, a ofrecer definitiva respuesta. Quizá esta sea la campanada más sonora que sobre la materia se ha oído. Nos conmina a pasar de la filosofía y la investigación a la promulgación de reglas claras,  que garanticen la vida futura de la especie humana.

22/04/2020:
Imágines: 

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