Gedeón o el milagro del rocío
José Rafael Herrera
Lo que sirve para todo tiene en su haber lógico -y ontológico- la desventaja de no servir para nada. Cuando se afirma que todo es posible, con ello se afirma, a la vez, que nada es posible. La creencia tautológica según la cual “el ser es el ser y nada más que el ser”, solo significa que el ser no es más que la nada. Es una fantasía política, solo apta para los candores del gran público, la pretensión de hacer pasar una simple evasión de estrategia política por una suerte de fórmula algebraica invertida, capaz de atribuirle al lenguaje habitual contenido matemático, y no al revés, transmutando al lenguaje matemático expresiones del lenguaje habitual. De ahí que el conocido “todas las opciones están sobre la mesa” también se pueda interpretar como el desconocido “ninguna de las opciones está sobre la mesa”. Omnis determinatio est negatio. Y quizá, por eso mismo, convenga no buscar sobre la mesa lo que no debería estar sobre la mesa, cuando las cosas que se planifican con pulcro rigor y mesura suiza no solo no deben sino que no pueden ponerse en riesgo de exhibición. Decía Maquiavelo que, en política, no siempre se dice lo que se hace ni se hace lo que se dice.
Gedeón es una palabra hebrea. Significa “destructor”. Y, según las Escrituras, fue el nombre de un poderoso guerrero y juez del antiguo Israel. Tras la ruina dejada por la invasión de tribus nómadas, amalecitas y madianitas, Yahveh envió a uno de sus ángeles a hablar con Gedeón. El ángel, revestido de un fuego misterioso, le anuncia que Dios ha decidido encargarle la tarea de liberar a su pueblo. Como respuesta a la destrucción del profano altar de Baal, los nómadas concentraron su ejército para hacerle frente a Gedeón, quien había reunido un ejército de trescientos hombres y algunas tropas “auxiliares”. Atacó a los nómadas por sorpresa en la noche y se produjo tal confusión que los madianitas se atacaban entre ellos, hasta que, finalmente, huyeron despavoridos, perseguidos por las tropas de Gedeón. Fue un milagro que, como frescor de rocío sobre verdes ramos, la misión lograra liberar al pueblo de Israel de sus opresores y saqueadores. Una historia, por cierto, muy distinta a la que en días recientes experimentó el pueblo de Venezuela, sometido también por invasores nómadas, cubanos, rusos y drusos, cómplices de las mafias de narcotraficantes autóctonos, que han terminado por transmutar la política en una cuestión de crimen estructural, en un ruin “negocio” para enriquecerse a manos llenas mientras hunden a la población en la peor de las miserias. Eso sin contar con el deliberado objetivo de ir en contra de la sociedad occidental, envenenándola con narcóticos hasta convertirla en presa fácil de sus intereses. Todo lo cual los convierte en una seria amenaza para la libertad, la paz y la seguridad mundial.
Tal vez, después de todo, Marx tenía razón cuando afirmaba que, como decía Hegel, la historia se repite dos veces. Pero, en su opinión, a Hegel se le olvidó agregar que la primera vez se trata de una gran tragedia, mientras que la segunda se trata de una ridícula farsa. El mármol del glorioso ejército de Napoleón I terminó en el yeso de los mercenarios -y del lumpanato- de Napoleón III. El primer Gedeón fue una gran tragedia. El segundo, a duras penas, una vergüenza. Eso sin contar con uno que otro triste y lamentable “dirigente” que, echando por la borda las viejas virtudes israelíes, obnubilado como está por las frases hechas y la consecuente confusión del Objekt con el Gegenstand, ha llegado a proclamar sus “teorías” -meros puntos de vista- como auténticos principios humanos, mientras asume la “praxis” de “los demás” como una fijación característica de la “sórdida forma judaica”. Como dice el adagio, “no hay peor cuña que la del mismo palo”.
En el lenguaje de la medicina, un “falso positivo” es un error de apreciación mediante el cual, al momento de realizar la exploración física complementaria de un paciente, el resultado indica una enfermedad que, en realidad, no tiene. En este sentido, el segundo Gedeón histórico no puede ser calificado como un “falso positivo” sino, más bien, como un non-nato. Desde que se tomara la decisión de seleccionar a una empresa de vigilancia como la Silvercorp Inc., especializada en la custodia y seguridad de personalidades, ya las cosas no andaban por el camino trazado por Gedeón. Sus mismos contratistas parecieran haberlo comprendido, aunque tardíamente. Pero la empresa en cuestión, al ver que el negocio con los contratistas había llegado a su fin, decidió venderle la información al narcorrégimen, el cual tomó la decisión de pagarle a la empresa, ordenándole seguir adelante con la operación. Ahora el narcorrégimen había encontrado una oportunidad única para distraer la atención de los gravísimos problemas que aquejan al país. Y así comenzó la representación de la más reciente comedia bufa, que lleva por título: “La furia bolivariana”. El yeso había comenzado a fraguarse.
Solo faltaba acusar, una vez más, al “imperialismo yanqui” de intentar posar su “planta insolente” sobre “el sagrado suelo de la patria”, a través de una avanzada de “sus organismos de inteligencia”, con lo cual se le advertía al mundo sobre las “verdaderas intenciones” del gobierno norteamericano y sus “lacayos”; pero, a la vez, se trataba de mostrar cómo la “furia bolivariana” de unos “simples pescadores revolucionarios y patriotas” era capaz de someter a un nutrido grupo de experimentados “marines”, y así elevar la moral de la cada vez más mermada, deprimida y escuálida población chavista, además de ocultar el aumento de los artículos de la “cesta alimentaria”, la falta de efectivo y de gasolina, y el ya inocultable desastre de los servicios públicos. Mataron a unos muertos y apresaron a unos incautos. Por si fuese poco, sometieron a la dirigencia democrática al escarnio público y la colocaron en posición de un cisma en ciernes, de una inminente confrontación interna. En esto último, sin duda, algunos periodistas que actúan como francotiradores a sueldo -auténticos mercenarios del escándalo- cumplieron un papel estelar. En fin, entre gallos y medianoche, hasta las antiguas huestes chavistas de las barriadas populares fueron acusadas de estar financiadas por la CIA y la DEA. Todo en un mismo saco de truculencias, sazonada con la retórica del trasnocho. En suma, un éxito para el narcocartel. El yeso se había secado. Una auténtica bombona de oxígeno para los moribundos.
Para las fuerzas democráticas, más allá de las intrigas, las acusaciones recíprocas y las consecuentes facturas, de este Gedeón de marketing solo queda el amargo recuerdo. Y, sin embargo, recordar, siempre, implica volver a hilar, recomponer el tejido, reordenarlo, reestructurarlo. Hay que recuperar la cordura. Todo lo cual significa, a fin de cuentas, pensar, una y otra vez, siempre de nuevo. Todo recuerdo es una lectio. No se puede seguir haciendo política sin pensamiento en sentido enfático. Mucho está en juego cuando se habla de la recuperación integral de todo un país. Por eso mismo, las bufonadas tienen que parar. Deben llegar a su fin. No habrá milagro ni mucho menos rocío sin voluntad y unidad, es decir, de nuevo, sin pensar.
14/05/2020:
Composición gráfica: Jeremy Geddes.
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