Fernando Ochoa Antich
El reciente aniversario de la traición perpetrada por Hugo Chávez contra la Constitución Nacional y su propio juramento de soldado, ha servido, una vez más, para que personas interesadas en satisfacer egos personales aporten versiones distorsionadas de esos hechos. Tales distorsiones engañosas llevan a los venezolanos a plantearse preguntas que creo mi obligación responder. Lo haré en varios artículos: ¿Por qué el presidente Pérez, el ministro de la Defensa y el Alto Mando fueron sorprendidos por el alzamiento militar? ¿Por qué el Palacio de Miraflores solo fue defendido por la Casa Militar, la Escolta Civil y un reducido número de soldados? ¿Por qué el presidente Pérez tuvo que arriesgar su vida para poder dirigirse a los venezolanos? ¿Por qué fracasó la insurrección? ¿Por qué Hugo Chávez se dirigió a las unidades alzadas sin haberse grabado previamente su mensaje? ¿Estuve yo comprometido con los oficiales insurrectos? Creo que al responder estas preguntas, de la manera más objetiva posible, podrán tener las futuras generaciones una visión más clara sobre tan repudiables hechos.
En la tarde del 3 de febrero de 1992 viajé a Maracaibo, en el avión asignado al ministro de la Defensa, con la finalidad de asistir a una reunión con el gobernador del estado Zulia, Oswaldo Álvarez Paz, para coordinar la participación de las Fuerzas Armadas en una campaña contra el cólera. Me acompañaron el doctor Lisandro Latuff, viceministro de Sanidad; el periodista Pastor Heydra, y mi ayudante, mayor Nelson Ávila Dávila. Regresamos a Caracas a las 7:00 pm. El coronel Marcelino Rincón Noriega, jefe del Estado Mayor de la Primera División de Infantería, me pidió el favor de permitirle viajar conmigo a Caracas. Al llegar a Maiquetía le ofrecí que me acompañara en el automóvil. Otro de mis ayudantes, el mayor Edgar Ramírez Moyeda, me informó que el general Freddy Maya Cardona, comandante de la Guardia Nacional, quería conversar conmigo. Al tomar el automóvil lo llamé. De inmediato, me informó que circulaba en Caracas un fuerte rumor sobre un posible atentado contra el presidente Carlos Andrés Pérez, organizado por un grupo de oficiales subalternos, a su regreso de Davos.
Me comuniqué con el general José de la Cruz Pineda, director de Inteligencia Militar, quien me ratificó la información recibida del general Maya. Le pregunté si había alertado a la Casa Militar y al Comando Regional Nº 5, responsable de la seguridad del aeropuerto de Maiquetía. Me respondió afirmativamente. Un poco más tranquilo continué hacia Caracas por la autopista. El tránsito era muy lento. Al acercarme al primer túnel interrogué a un guardia nacional, quien me informó que se había incendiado un automóvil dentro del túnel. Reflexioné unos minutos. Pensé que ese incendio podía tener relación con el rumor de un posible atentado. Ordené a mi conductor regresar al aeropuerto con la intención de esperar al presidente Pérez. Sin embargo, antes de llegar, decidí desviarme al comando del Destacamento Nº 53 de la Guardia Nacional para requerir una escolta. Desde que recibí el cargo, nunca la había utilizado. El teniente coronel Marcos Ferreira Torres, comandante de la Unidad, me recibió en su oficina. Ya conocía la novedad. Me facilitó la escolta requerida.
Al salir de la oficina del teniente coronel Ferreira me esperaba Pastor Heydra. Su vehículo se encontraba detrás del mío en la autopista y sorprendido por mi retorno, decidió seguirme. Le expliqué lo del rumor y le pedí que llevara en su vehículo al coronel Rincón hasta Caracas. En la rampa 4 encontré al coronel Rafael Hung Díaz, subjefe de la Casa Militar. Me informó sobre las medidas de seguridad establecidas para reforzar la seguridad del presidente Pérez. A las 9:30 pm llegó el doctor Virgilio Ávila Vivas, ministro del Interior, a quien correspondía recibir al presidente de la República. Le informé del rumor existente. A la 10:00 pm llegó el presidente Pérez. Al notar mi presencia se mostró preocupado y me preguntó el motivo para estar esperándolo. Interesado en abandonar con rapidez la pista de aterrizaje, le respondí que se lo comunicaría en el automóvil. Una vez dentro del vehículo, nos acompañaba el doctor Ávila Vivas, le manifesté: “Presidente, toda la tarde ha circulado un rumor sobre un posible atentado a su persona realizado por un grupos de oficiales subalternos a su llegada de Davos”.
El presidente Pérez, visiblemente molesto, me respondió: “Rumores y más rumores. Esos rumores son los que le hacen daño al gobierno. Lo espero mañana a las 7:00 am para iniciar una investigación”. Sorprendido por su actitud le respondí. “Allí estaré, presidente”. Guardé silencio durante todo el viaje. En pocos minutos llegamos a La Casona. Me despedí, tomé mi automóvil y llegué a la residencia ministerial. Eran aproximadamente las 11:00 pm. Me esperaba mi esposa para cenar. Lo hicimos y nos estábamos preparando para dormir cuando sonó con insistencia el teléfono interministerial. Al tomarlo, escuché la voz de Pastor Heydra: «Ministro, el coronel Rincón desea hablarle con urgencia”. El coronel Rincón me dijo: “Mi general, llamé por teléfono a mi señora a Fuerte Mara para participarle que había llegado bien a Caracas. Ella me acaba de informar que una compañía del batallón Aramendi se insurreccionó y se dirige hacia Maracaibo”. Muy sorprendido, le di las gracias y cerré el teléfono. La noticia me hizo ver que los rumores eran parte de una insurrección militar.
De inmediato llamé a La Casona para informarle al presidente Pérez. Me atendió el centralista. Esperé que lo localizara. A los pocos minutos me informó que el presidente Pérez no respondía. Le insistí en la urgencia de despertarlo. Al mismo tiempo, me comuniqué, por el intercomunicador, con el batallón Caracas con la finalidad de alertar a su comandante. Me respondió el coronel Roberto Moreán Umanés, comandante del Cuartel General del Ministerio de la Defensa. Le pregunté la razón por la cual se encontraba a esa hora en su Comando. Me explicó que el general Pedro Rangel Rojas, comandante del Ejército, había establecido un estado de alerta en la tarde de ese día. Extrañado por no conocer esa decisión, le ordené aplicar el Plan de Defensa Inmediata de la sede del Ministerio de la Defensa. En ese momento escuché la voz de Carolina Pérez. Le expliqué lo que ocurría. Con rapidez despertó a su padre. El presidente Pérez tomó el teléfono. Le informé del alzamiento en Fuerte Mara. De inmediato me ordenó: “Salga usted hacia el Ministerio de la Defensa, que yo me trasladaré a Miraflores”.
¿Por qué el presidente Carlos Andrés Pérez, el ministro de la Defensa y el Alto Mando fueron sorprendidos por el alzamiento militar? El capitán René Gimón Alvarez, oficial de planta de la Academia Militar, tenía la misión, establecida en la orden de operaciones Ezequiel Zamora, de insurreccionar el batallón de cadetes y detener a los oficiales no comprometidos, entre ellos al general Manuel Delgado Gainza, director de dicho instituto. Este hecho lo angustió profundamente. Un mes antes había iniciado amores con su hija. A las 10:30 am de ese día 3, decidió sincerarse con el general Delgado: “Mi general, esta noche un grupo de oficiales intentarán impedir la entrada al país del presidente de la República y tratarán de alzar varias unidades en Fuerte Tiuna. El movimiento debe ocurrir esta noche a las 10:00 pm”. El general Delgado, sorprendido por la información recibida, llamó de inmediato al general Pedro Rangel Rojas, comandante del Ejército, planteándole la necesidad urgente de transmitirle una novedad. El general Rangel lo invitó a trasladarse a su comando.
El general Rangel recibió al general Delgado a las 12:30 pm. Este le comunicó la información. Su respuesta fue: “Deseo, antes de tomar cualquier medida, hablar con el capitán Gimón Álvarez. Le agradezco ordenarle que se presente en mi comando”. A pesar de lo delicado de la información, el general Rangel hizo esperar al general Delgado y al capitán Gimón hasta las 3:00 pm, por encontrarse recibiendo cuenta del general Moisés Orozco, director de Finanzas. El general Reinaldo Valero Rivas, director de Inteligencia, al conocer la información, le recomendó al general Rangel enviar un radiograma circular a todas las unidades del Ejército para establecer un estado de alerta.(1) El general Rangel no aceptó dicha recomendación y decidió ordenar el acuartelamiento exclusivamente al comando de la Tercera División de Infantería y a sus unidades acantonadas en Fuerte Tiuna. La actuación del general Rangel no tiene explicación.(2) Las medidas que tomó no fueron suficientes para enfrentar tan vasta conspiración. Tampoco comunicó la información recibida al ministro de la Defensa ni al vicealmirante Elías Daniels, Inspector General de las Fuerzas Armadas. (3) De haberlo hecho, se hubiera ordenado un acuartelamiento de todas las Fuerzas Armadas, lo cual hubiera limitado totalmente las posibilidades de que ocurriera el alzamiento. Continuará…
1.- Valero Rivas Reinaldo, informe relacionado con los hechos ocurridos los días 3 y de febrero de 1992. Caracas, 19 de febrero de 1992.
2.- Jiménez Sánchez, Iván Darío, Los golpes de Estado desde Castro hasta Caldera, Corporación Marca, Caracas, 1996, p 207.
3.- Daniels Elías, entrevista, Caracas, 13 de marzo de 2006.
15/03/2020:
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Mi verdad sobre el 4 de Febrero (II)
Fernando Ochoa Antich
Después de haber informado telefónicamente al presidente de la República sobre lo que ocurría en Maracaibo, me trasladé en un vehículo particular al Ministerio de la Defensa. Al entrar a mi oficina recibí una llamada del presidente Pérez. Me dijo con angustia: “Están atacando La Casona”. Su familia permanecía en la residencia presidencial. La única respuesta que tuve fue: “No se preocupe presidente, enviaré refuerzos”. En ese momento no tenía ningún control sobre la situación. Seguía sin poder comunicarme con el general Pedro Rangel Rojas, comandante del Ejército. Ante esa imposibilidad, llamé directamente al general Jorge Tagliaferro De Lima, comandante de la Tercera División de Infantería. Su ordenanza me informó que había salido hacia el batallón Ayala. En ese momento, ingresó a mi oficina el vicealmirante Elías Daniels, inspector general de las Fuerzas Armadas. Le ratifiqué lo que ocurría y le ordené comunicarse con los distintos comandos de guarnición para establecer un estado de alerta a nivel nacional
El almirante Daniels, a los pocos minutos, me informó que en Maracaibo se habían insurreccionado los grupos de Artillería Monagas y Freites y que no había podido comunicarse con las guarniciones de Maracay y Valencia. El coronel Roberto Moreán Umanés, el teniente coronel Diego Moreno, comandante del batallón Caracas, y el mayor Edgar Ramírez Moyeda entraron a mi despacho para informarme que una unidad de Ingenieros tenía rodeada la sede del Ministerio de la Defensa y estaba atacando la Comandancia del Ejército. Les ordené al coronel Moreán y al teniente coronel Moreno que tomaran directamente el mando de las tropas, las cuales ya estaban desplegadas en defensa de la sede del ministerio. En ese momento, repicó el teléfono interministerial. Era de nuevo el presidente Pérez. Con sorprendente serenidad me dijo: “Ochoa, están atacando Miraflores. Escuche”. Se oían disparos de todo tipo de armas. Con poca confianza le repetí: “Presidente, le enviaré refuerzos”. Colgó el teléfono.
A las 00:25 a.m., dos de esos vehículos habían derribado la reja de acceso al palacio presidencial y tomado el control de la calle interna de Miraflores. “Cuando nos asomamos a ver por la puerta amarilla del despacho presidencial observamos un vehículo blindado, con una tripulación de soldados con boina roja, ingresando al palacio a alta velocidad. Forzaron la reja principal, redujeron a los guardias de prevención y se bajaron frente a la puerta amarilla. En ese momento, el teniente coronel Rommel Fuenmayor hizo frente a un efectivo militar, quien con su fusil apuntó al edecán de servicio y al comisario Hernán Fernández, jefe de la Escolta Civil” (1). Este último logró desarmarlo. El CA Iván Carratú Molina, el coronel Rafael Hung Díaz, el T.C Fuenmayor y el comisario Fernández, aprovecharon cierto desconcierto de los atacantes para retroceder con rapidez hacia el interior del palacio y guarecerse en sus oficinas desde donde intercambiaron disparos con los insurrectos. Los efectivos sublevados tomaron la antesala presidencial.
Al mismo tiempo, el presidente Pérez, armado de una subametralladora, se atrincheró en su despacho acompañado del teniente coronel Gerardo Dudamel y varios escoltas. Los separaba de la unidad atacante una fuerte puerta de seguridad. El intercambio de disparos se mantuvo por quince minutos aproximadamente hasta que dos de los soldados atacantes cayeron heridos por una ráfaga disparada desde las oficinas de la Casa Militar. Este hecho desmoralizó a los soldados insurrectos que abandonaron la antesala del despacho presidencial con la finalidad de evacuar a los heridos. La Casa Militar y la Escolta Civil lograron cerrar la puerta que comunica el despacho presidencial con el exterior. La avenida Rafael Urdaneta y la calle interna del palacio presidencial continuaron controladas por la unidad insurrecta, mientras la Casa Militar, la Escolta Civil y los efectivos del batallón de Seguridad mantenían el control de Miraflores y del cuartel del Regimiento de la Guardia de Honor.
Lamentablemente, el control por los insurrectos de la calle interna del palacio presidencial impidió que los efectivos de la Guardia de Honor pudieran reforzar a los defensores del palacio, debido a que, justamente, el túnel que une esas dos edificaciones termina en dicha calle. ¿Por qué el Palacio de Miraflores solo fue defendido por la Casa Militar, la Escolta Civil y un reducido número de soldados? De manera inexplicable, el CA Iván Carratú Molina, jefe de la Casa Militar, quien fue informado por el T.C Dudamel, edecán de guardia, la novedad de lo que ocurría en Maracaibo y del traslado del presidente Pérez a Miraflores, no ordenó la inmediata aplicación del plan de Defensa Inmediata del palacio presidencial. Miraflores fue atacado una hora después de iniciada la insurrección. El plan de Defensa Inmediata establecía que los efectivos del Regimiento de la Guardia de Honor debían tomar todo el perímetro del palacio presidencial, hasta una distancia de cuatro cuadras, a fin de impedir el tránsito hacia Miraflores y controlar los puntos críticos.
Al no poder contactar al general Tagliaferro, llamé al general Luis Oviedo Salazar, comandante de la 31 Brigada de Infantería, quien me informó la situación: “Una compañía de carros de combate perteneciente al batallón Ayala se insurreccionó, permaneciendo leales dos compañías de dicho batallón, junto al Grupo de Artillería Rivas”. Antes de terminar la información le pregunté: “¿El batallón Bolívar se mantiene leal?” “Sí, mi general” fue su respuesta. Esta noticia me impactó favorablemente, conocía el poder de fuego de dicho batallón. Le ordené organizar un grupo de tarea con el batallón Bolívar y las dos compañías que permanecían leales del batallón Ayala para atacar la unidad insurrecta que rodeaba Miraflores. Al terminar de hablar con el general Oviedo me comunicaron una llamada desde un puesto de la Guardia Nacional en la autopista Regional del Centro. Un Guardia Nacional me informó que una unidad de tanques acababa de pasar rumbo a Caracas. Me asaltaron nuevas dudas. ¿Se mantendrá leal la Brigada Blindada?
Llamé telefónicamente al general Ferrer Barazarte, comandante de dicha brigada. Me atendió el teléfono el capitán Darío Arteaga Paz. Al pedirle, me comunicara con el general Ferrer me respondió: “No puedo mi general. Está preso en un calabozo”. Traté de convencerlo para que depusiera su actitud, pero sus palabras “Patria o muerte” no daban lugar a dudas. La Brigada Blindada, la unidad de mayor poder de fuego del centro del país se encontraba en poder de las fuerzas insurrectas. De inmediato traté de localizar telefónicamente a los generales Diógenes Marichales y Juan Antonio Paredes Niño, comandante de la IV División de Infantería y de la base aérea Libertador respectivamente. No pude hacerlo. Los teléfonos no respondían. Empecé a temer que la Guarnición de Maracay y la base Libertador estuvieran comprometidas en el alzamiento. Le requerí al almirante Daniels una evaluación detallada de la situación militar. A los minutos regresó resumiéndome, para ese momento, la situación a nivel nacional:
“El presidente de la República se encuentra sitiado en el palacio presidencial por una compañía de carros blindados; La Casona está siendo atacada por una compañía de paracaidistas; el Ministerio de la Defensa está rodeado por una compañía del regimiento Codazzi, que al mismo tiempo tomó varios pisos de la comandancia del Ejército; un batallón de paracaidistas ocupó el comando de la Aviación y detuvo al general Eutimio Fuguet Borregales y a su Estado Mayor; la Brigada Blindada se insurreccionó; el Comando Regional No.2, acantonado en Valencia, está siendo rodeado por una unidad de tanques; los generales Juan Ferrer Barazarte y Juan Antonio Paredes Niño se encuentran prisioneros de los sublevados; la base Libertador está cercada por una unidad de tanques; Maracay continúa incomunicado”. En ese momento, recibí otra llamada del puesto de la Guardia Nacional en La Encrucijada con la información de que una batería de misiles se dirigía hacia la capital. Reflexioné unos instantes. Los minutos comenzaban a ser cruciales.
Decidí llamar al presidente Pérez:
—Presidente, es necesario que usted se dirija a los venezolanos
—Ochoa, estoy totalmente rodeado. Sería imposible salir. Me detendrían de inmediato o me dispararían.
—Es verdad presidente, pero la situación es de tal gravedad que tiene que hacerlo. Si usted no se dirige al país, el gobierno está derrocado.
—¿Es tan delicada la situación?
—Sí, presidente, la situación es de inmensa gravedad.
—¿Y por dónde salgo?
—Por los túneles, presidente. Debe haber alguna puerta sin control.
—Lo haré, Ochoa. Es mi responsabilidad. (2)
Un pesado silencio interrumpió la conversación. El presidente Pérez cerró el teléfono. Me sentí angustiado. Comprendí el riesgo al cual estaba sometiendo al presidente de la República. En verdad, no veía otro camino. Si no se daba una demostración clara de que el gobierno constitucional controlaba la situación, la sublevación se podía extender y lograr su derrocamiento. Ante tan graves circunstancias, el presidente Pérez, responsablemente, arriesgó su vida, para salvaguardar el régimen constitucional. La historia se lo reconocerá.
(1) Carratú Molina Iván, entrevista, El Nacional, 6 de febrero de 1992.
(2) Ochoa Antich, Fernando, Así se rindió Chávez, Libros El Nacional, Editorial CEC, año 2007.
22/03/2020:
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Mi verdad sobre el 4 de Febrero (III)
Fernando Ochoa Antich
Después de pedirle al presidente Pérez que se dirigiera a los venezolanos, me dediqué a enfrentar la grave situación militar. Ante mi convencimiento que recuperar el control de Miraflores era imprescindible, urgí insistentemente al general Luis Oviedo Salazar a organizar, en el menor tiempo posible, el grupo de tarea con el fin de atacar la unidad insurrecta que tenía rodeado el palacio presidencial. Preocupado por el rápido avance de la columna de tanques, proveniente de Valencia, llamé telefónicamente al general Alfredo Salazar Montenegro, Jefe del Comando Logístico del Ejército. Le ordené establecer una posición defensiva en la Autopista Regional del Centro, con la finalidad de impedir el acceso de la columna de tanques a Caracas. De igual manera, al requerirse, con urgencia, recuperar el control de Fuerte Tiuna, me comuniqué con el coronel Jhon Torres Aquino, comandante del Regimiento de Comunicaciones del Ejército. Le ordené preparar su unidad para atacar la compañía insurrecta que tenía rodeado el ministerio de la Defensa y el comando del Ejército. Afortunadamente, el ataque no fue necesario.
El presidente Pérez llamó al contraalmirante Iván Carratú Molina, jefe de la Casa Militar y le ordenó organizar su salida del palacio presidencial. El CA Carratú muy sorprendido le respondió: “Eso es imposible presidente, todas las salidas están controladas por los insurrectos e intentar salir pondría en riesgo su vida”. El presidente Pérez insistió de una manera firme y decidida: “Carratú, no le estoy preguntando qué es lo que vamos a hacer. Le estoy ordenando preparar mi salida de Miraflores”. (1) Ante la decisión del presidente de la República, el jefe de la Casa Militar pidió unos minutos para planificar lo necesario. Observó que una de las puertas, la que comunica con la plaza Bicentenaria, no había sido bloqueada por los insurrectos. El presidente de la República, acompañado del CA Carratú, el ministro Ávila Vivas, el señor Alfaro Ucero, el T.C. Dudamel y el comisario Fernández, se trasladó desde su despacho hasta el garaje de Miraflores. Un motorizado de la escolta fungió de chofer. Tomaron un automóvil particular. El señor Alfaro, debió permanecer en Miraflores al no llegar a tiempo para tomar el vehículo.
El CA Carratú ordenó abrir la mencionada puerta. Al hacerlo sonó la alarma. Se produjeron disparos contra el vehículo, desde uno de los carros blindados que rodeaban el palacio presidencial, sin consecuencias. El presidente Pérez ordenó dirigirse a Venevisión. Llamó por teléfono al señor Carlos Bardasano, gerente de la planta, quien le informó que el canal no se encontraba controlado por los insurrectos. Al llegar a la estación fue recibido por el señor Bardasano y de inmediato se preparó un pequeño estudio para que el presidente de la República enviara un mensaje a la nación: “Un grupo de militares, traidores a la democracia, liderando un movimiento antipatriótico, pretendieron tomar por sorpresa al gobierno. Me dirijo a todos los venezolanos para repudiar este acto. En Venezuela el pueblo es quien manda. Su presidente cuenta con el respaldo de las Fuerzas Armadas y de todos los venezolanos. Esperamos que en las próximas horas quede controlado. Cuando sea necesario volveré a hablar”. (2) A los pocos minutos, se escucharon las voces de Eduardo Fernández y de Teodoro Petkoff en rechazo a la asonada militar.
El presidente Pérez decidió dirigirse, de nuevo, al país. “venezolanos, venezolanas: hace una hora me dirigí a la nación para darle cuenta del atropello vandálico de un grupo de militares que desconociendo sus deberes constitucionales pretendieron dar un golpe para asesinarme al tratar de tomar “La Casona” y el palacio de Miraflores. Afortunadamente, la lealtad funcional de las Fuerzas Armadas lo ha impedido. He contado con el respaldo de toda la nación y de los países democráticos del mundo… Ahora quiero dirigirme especialmente a las Fuerzas Armadas Nacionales: oficiales y soldados, les habla su comandante en jefe, su obediencia es para quien tiene el mandato del pueblo, para quien juró la Constitución. Cualquier oficial, cual sea su jerarquía, que pretenda no acatar su mandato debe ser desconocido por ustedes. Ustedes tienen que honrar su juramento, ustedes tienen que honrar al pueblo de Venezuela. Yo les envío la orden precisa y categórica: obedecer a su Comandante en Jefe, obedecer a los comandos naturales firmes en obediencia y acato de la Constitución Nacional”. (3)
El almirante Rafael Huizi Clavier, el coronel Juan A Pérez Castillo y el señor José Hernández redactaron un comunicado, a nombre del Ministerio de la Defensa, para informar a la nación sobre lo que ocurría. Autoricé, telefónicamente, su contenido y les ordené difundirlo a través de Venevisión. Así lo hicieron. La situación militar empezó a modificarse de inmediato. La alocución del presidente Pérez tuvo un gran impacto psicológico en los oficiales insurrectos y se produjo la rendición, sin combatir, de varias unidades bajo el mando de esos oficiales, entre ellas la compañía del regimiento Codazzi que tenía rodeado el Ministerio de la Defensa y la Comandancia del Ejército. Su comandante, el capitán Humberto Ortega Díaz, informó su decisión de rendirse al general Humberto Betancourt Contreras, quien se encontraba entre los detenidos en la alcabala de acceso a la Comandancia del Ejército. El general Betancourt se lo comunicó al general Rangel y este ordenó que fuera detenido y conducido a su oficina. El coronel Raúl Salazar, tomó el mando de la unidad insurrecta con el fin de trasladarla a su cuartel.
El batallón Bolívar y 16 carros de combate pertenecientes al batallón Ayala, al mando del general Luis Oviedo Salazar, sobrepasaron las alcabalas de Fuerte Tiuna a las 2:30 am. Su objetivo: recuperar el control del palacio de Miraflores. El avance se realizó por las avenidas Baralt y Urdaneta. Durante el trayecto se agregó a la columna una compañía de vehículos antimotines del Destacamento No. 51 de la Guardia Nacional. El fracaso en la toma del palacio presidencial, la imposibilidad de capturar al presidente y la aproximación del Grupo de Tarea condujo a los mayores Carlos Díaz Reyes y Pedro Alastre López a iniciar conversaciones con el teniente coronel Rommel Fuenmayor con la finalidad de rendirse. Así lo hicieron, evitando un combate innecesario contra una unidad que los superaba en efectivos y poder de fuego. El teniente coronel Fuenmayor me llamó por teléfono para notificarme la rendición de la unidad sublevada y la llegada a Miraflores del Grupo de Tarea. De inmediato, me comuniqué telefónicamente con el presidente Pérez para informarle que podía trasladarse, de nuevo, al palacio de Miraflores.
¿Por qué fracasó la insurrección militar? El factor sorpresa, elemento fundamental para el éxito de una conspiración de cuadros medios, no se logró totalmente debido a la información aportada por el capitán René Gimón Álvarez y la orden de acuartelamiento, aunque insuficiente, dictada por el general Rangel Rojas a las unidades del Ejército de la Guarnición de Caracas. Los oficiales comprometidos en esas unidades le informaron al T.C Hugo Chávez que, ante esa medida, les era imposible insurreccionarse. Sin embargo, Chávez decidió continuar con el alzamiento. No le importó comprometer la vida de los oficiales y soldados en una operación con tan pocas posibilidades de éxito. La misión del batallón Briceño, bajo su mando directo, era apoyar el ataque del batallón Ayala a Miraflores. Inexplicablemente, Hugo Chávez, en lugar de abocarse a cumplir esa misión, decidió tomar el Museo Histórico Militar e instalarse allí a esperar el resultado de ese ataque. Otro factor imprescindible en toda operación militar, el comando y control, brilló por su ausencia.
El informe que presentó el coronel Marcos Yánez Fernández, director del Museo, inmediatamente después de los hechos, describe la irresponsable y cobarde actitud que asumió el T.C. Hugo Chávez Frías durante el alzamiento. “En ese momento salí a las puertas del Museo Militar. Allí se encontraba Hugo Chávez. Se veía pálido. Observaba con binóculos los combates que se desarrollaban en los alrededores de Miraflores, pero no tomaba ninguna decisión. Algunos vehículos blindados tipo Dragón disparaban sobre el Regimiento de la Guardia de Honor. La inmovilidad de los vehículos blindados indicaba que estaban siendo fijados por fuego de una unidad muy superior en efectivos como era el Regimiento de la Guardia de Honor. Era imprescindible apoyar con Infantería a los vehículos blindados. Hugo Chávez se encontraba tan impresionado por lo que ocurría que no era capaz de analizar con suficiente claridad la situación militar. Sus respuestas a mis planteamientos fueron totalmente incoherentes. Al darme cuenta del estado de shock que presentaba me retiré a mi oficina”. (4) El batallón Briceño contaba, aproximadamente, con 300 hombres bien equipados y entrenados. Hugo Chávez los mantuvo inactivo hasta su rendición a las 6:30 a.m.
Ochoa Antich, Fernando, Conversación mantenida con Carlos Andrés Pérez el 5 de febrero de 1992, Así se rindió Hugo Chávez p. 145. Libros El Nacional, Año 2007;
Tarre Briceño Gustavo, El espejo roto, p.38, Editorial Panapo, Caracas, 1994;
Wasloxten, Gustavo, Maisanta en caballo de hierro pp. 54-56. Citado por Gustavo Tarre Briceño en El espejo roto”;
Yánez Fernández, Marcos, entrevista, Caracas, 14 de abril de 2006, informe que presentó al ministerio de la Defensa en febrero de 1992, Así se rindió Chávez pp.142, 143, Libros El Nacional, año 2007.
29/03/2020:
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Mi verdad sobre el 4 de Febrero (IV)
Fernando Ochoa Antich
Una vez controlada la situación en Fuerte Tiuna, conversé con varios generales que habían estado detenidos en la alcabala de entrada de la Comandancia del Ejército, entre ellos los generales Iván Jiménez Sánchez y Ramón Santeliz Ruiz y el vicealmirante Germán Rodríguez Citraro. Decidí trasladarme a Miraflores a recibir al presidente Pérez. Designé al coronel Rubén Medina Sánchez para que me acompañara. Llegamos cerca de las 3:00 am. Encontré en la antesala del despacho presidencial al señor Luis Alfaro Ucero, lo saludé e intercambiamos algunas palabras. Minutos después se anunció la llegada del presidente Pérez. Lo recibí y nos dirigimos a su despacho. Subí con él a sus habitaciones. La suite japonesa mostraba los destrozos del criminal ataque. Le informé la situación militar y la urgencia de controlar y rendir el Museo Militar, la base Francisco de Miranda, la Brigada de Paracaidistas, la Brigada Blindada y el Cuartel Libertador.
En la conversación le resalté un hecho que consideraba inexplicable hasta ese momento: “Presidente, me he comunicado con todos los comandantes de Fuerza a excepción del general Rangel. Debe estar preso o se encuentra comprometido con la insurrección”. La respuesta del presidente me sorprendió: “Usted no se habrá comunicado con el general Rangel; yo, desde que comenzó la crisis, he estado en contacto con él”. Le respondí secamente: “Usted es el presidente de la República, si el general Rangel se ha comunicado con usted es más que suficiente”. Fue una demostración de la molestia que sentía ante la conducta del general Rangel. Le solicité permiso para retirarme y me trasladé a la antesala presidencial. Allí se encontraba el general Oviedo Salazar. Evaluamos la situación militar durante algunos minutos. Le ordené reorganizar la fuerza de tarea y recuperar la base Francisco de Miranda y la comandancia de la Aviación.
Seguidamente, decidí llamar por teléfono al T.C. Chávez para exigirle su rendición. El T.C. Rommel Fuenmayor logró comunicarse con el Museo Militar. Lo atendió el coronel Marcos Yánez Fernández, su director, quien me había llamado al ministerio informándome, cerca de la 1:00 am, que el T.C. Chávez había tomado sus instalaciones, planteándole mi interés en conversar con el T.C. Chávez. A los cinco minutos atendió la llamada. La conversación duro cerca de diez minutos:
—Chávez, la situación está totalmente controlada por el gobierno nacional. Lo estoy llamando desde Miraflores. Ríndase para evitar que continúe el derramamiento de sangre. Reflexione. Piense en sus deberes militares.
—Mi general, no me voy a rendir. Tenemos el control de importantes guarniciones y los combates serían largos y costosos.
—Chávez, le repito, la situación está totalmente controlada por el gobierno nacional. Ríndase.
—Mi general, ¿por qué usted no viene hasta aquí para que conversemos personalmente?
—Usted está loco Chávez. Si voy al Museo Militar, usted me detiene.
—No, mi general, le doy mi palabra de que no será así.
—Chávez, esa propuesta suya es imposible de aceptar. Ríndase.
En ese momento vi pasar al general Ramón Santeliz Ruiz, quien, como lo habían hecho muchos otros militares y civiles, se había trasladado al Palacio de Miraflores. Conocía su amistad con Hugo Chávez:
—Chávez, aquí está el general Ramón Santeliz Ruiz. Lo voy a enviar para que le demuestre lo comprometido de su situación.
—De acuerdo, mi general.
Inmediatamente informé al presidente Pérez sobre el contenido de la conversación. Estuvo de acuerdo con enviar al Museo Militar al general Santeliz a conversar con Hugo Chávez. La gestión del general Santeliz no tuvo éxito. Juntos se lo informamos al presidente Pérez. Nos escuchó con detenimiento y con mucha serenidad me ordenó: “Ministro, ataque inmediatamente el Museo Militar con la aviación”. El general Santeliz le pidió autorización al presidente Pérez para llamar telefónicamente al T.C. Chávez. Lo hizo. Desde el teléfono nos dijo en voz alta: “Señor presidente, señor ministro, el comandante Chávez se rendirá a las 3:00 de la tarde”. El presidente Pérez se acercó y en voz alta, para que el T.C Chávez escuchara, expresó: “Dígale a ese señor que se rinda ahora o apenas amanezca será bombardeado”.
Acto seguido llamé al almirante Daniels y le ordené movilizar a la Infantería de Marina para atacar el Museo Militar. Me ratificó el control de todas las bases aéreas a excepción de la base Francisco de Miranda. Reflexioné unos minutos. Bombardear las unidades insurrectas complicaría, aún más, la situación. Le ordené entonces movilizar la Décima Segunda Brigada de Infantería y la Sexta División de Caballería acantonadas, respectivamente, en Barquisimeto y San Juan de los Morros con la finalidad de presionar la rendición de la Brigada Blindada. Me informó que la columna de tanques que se dirigía a Caracas se había rendido, cerca de las 3:00 am, ante la imposibilidad de continuar la marcha, gracias a la fuerte posición defensiva establecida por el coronel Norberto Villalobos y efectivos del Comando Logístico del Ejército.
A las 5:45 am llamé de nuevo a Hugo Chávez desde el despacho privado del presidente de la República:
—Chávez, ¿qué ha pensado? ¿Se rinde o no?
—Mi general, tenemos el control de las guarniciones de Maracay, Valencia y Maracaibo.
—Chávez, si usted no se rinde dentro de diez minutos ordenaré el ataque con la Infantería de Marina y la Aviación. Usted no tiene alternativa. Si resiste, lo único que va a ocasionar es un mayor derramamiento de sangre. Piense en sus deberes militares.
—Mi general, conozco mis deberes militares. No me rindo.
—Chávez, voy a hacer sobrevolar la Aviación sobre el Museo Militar dentro de unos minutos. La Infantería de Marina se desplaza, en este momento, por la autopista. Piénselo. No vale la pena sacrificar la vida de sus soldados.
Hugo Chávez trataba de ganar tiempo con la esperanza de que al amanecer otras unidades se insurreccionaran. Llamé al almirante Daniels y le ordené que hiciera sobrevolar el Museo Militar con los F-16. En ese momento el presidente Pérez me llamó a su despacho. Molesto me dijo:
—Ochoa, ordené el ataque al Museo Militar. No quiero más negociaciones.
—Presidente, voy a hacer sobrevolar la aviación para mostrar nuestro poder de fuego. La Infantería de Marina se desplaza por la autopista. Pienso atacarlo con la Infantería de Marina y la Aviación en caso de que no se rinda.
—No quiero más negociaciones. Bombardéelo a la brevedad posible.
—Presidente, lo haré apenas la Infantería de Marina esté desplegada. Bombardear no es sencillo. La cercanía del 23 de Enero complica la operación. Permítame continuar la negociación.
—Ochoa, le doy diez minutos para que se rindan los insurrectos. Después, ordene el ataque.
—Entendido, presidente.
Aproximadamente a las 6:15 am llamé, nuevamente, al Museo Militar. Me atendió el coronel Yánez Fernández. Hugo Chávez se negó a hacerlo. Le dije que le informara sobre las acciones que estaba tomando para atacarlo. En su informe el coronel Yánez narra lo siguiente: “Así lo hice. Me trasladé hasta la entrada principal del Museo Militar. Allí estaba Hugo Chávez. Se observaba pálido y muy desmoralizado. Le informé mi conversación con el ministro de la Defensa. Se quedó pensativo unos minutos. Los F-16 volvieron a sobrevolar sobre el Museo Militar. Hugo Chávez me dijo en ese momento: Dígale al ministro que conversaré con él. Me dirigí hacia mi oficina. Hugo Chávez me siguió. Tomé el teléfono, le informé al general Ochoa que allí se encontraba el T.C. Chávez. Él me pidió que lo dejara solo en mi oficina para conversar con el ministro Ochoa¹:
—Chávez, ¿qué ha pensado? Observe que la Aviación, la Armada y la Guardia Nacional se mantienen leales al gobierno constitucional. Solo algunas unidades del Ejército se han insurreccionado en muy pocas guarniciones. Las unidades en Caracas en su casi totalidad se mantienen leales. Solo falta por rendirse la base Francisco de Miranda y el Museo Militar. La base Francisco de Miranda está siendo atacada con éxito. Si continúan los combates, usted será responsable de los muertos. Ríndase de inmediato. De no hacerlo ordenaré el ataque al Museo Militar con la Aviación y la Infantería de Marina. Tenga en cuenta que por su terquedad las muertes que ocurran caerán sobre su conciencia. Piénselo.
—Mi general, deme diez minutos para pensarlo.
—Chávez, le concedo los diez minutos.
Transcurrido ese tiempo llamé, de nuevo, al Museo Militar. Me atendió el teléfono el propio Hugo Chávez.
—¿Que ha pensado Chávez?
—Mi general, necesito garantías para rendirme.
—Usted las tiene. A usted y a los demás oficiales sublevados le serán respetados sus derechos humanos y su condición de oficiales de las Fuerzas Armadas. Le doy mi palabra.
—Mi general, me rindo.
—Bien Chávez. Voy a enviar al general Santeliz para que lo traslade detenido al Ministerio de la Defensa.
Eran las 6:30 am. Cerré el teléfono, el presidente Pérez estaba presente y al tanto de la conversación. Le solicité autorización para enviar al general Santeliz al Museo Militar con la finalidad de detener y trasladar al Ministerio de la Defensa al T.C. Hugo Chávez. Me comuniqué con el almirante Daniels y le informé la rendición del Museo Militar.
1. Ochoa Antich, Fernando, entrevista al coronel Marcos Yánez Fernández, p. 165, Así se rindió Chávez, Libros El Nacional, año 2007
05/04/2020:
https://www.elnacional.com/opinion/mi-verdad-sobre-el-4-de-febrero-iv/
Mi verdad sobre el 4 de Febrero (V)
Fernando Ochoa Antich
Un factor decisivo en el control de la insurrección militar fue el mensaje televisivo del presidente Carlos Andrés Pérez. Debilitó, totalmente, la voluntad de combate de los insurrectos. Lo hizo, con riesgo de su vida, demostrando valor y dignidad. Unas unidades se rindieron sin oponer resistencia alguna; otras lo hicieron después de largos y trágicos combates con un doloroso saldo de 35 muertos entre soldados, estudiantes y policías. Eran jóvenes venezolanos que merecían vivir. Los responsables de esas muertes fueron los jefes de la sublevación militar, en particular el teniente coronel Hugo Chávez Frías. Se rindió, a las 6:30 am, sin combatir. Su misión era atacar el Palacio de Miraflores en apoyo de los grupos mecanizado y de artillería Ayala y Rivas. No lo hizo, dejó que sus subalternos combatieran, en condiciones de marcada inferioridad de medios, contra el regimiento de la Guardia de Honor.
Uno de los mitos creados después del 4 de Febrero fue el supuesto éxito alcanzado por el T.C. Francisco Arias Cárdenas en Maracaibo. En verdad, su actuación fue ineficaz y cobarde. Los únicos objetivos militares capturados fueron el cuartel Libertador, la base aérea Rafael Urdaneta, la policía del estado y el Comando Regional No. 3 de la G. N. Sin embargo, de manera inexplicable, abandonó el cuartel Libertador a las 6:30 am para trasladarse a la base aérea Rafael Urdaneta. ¿Qué ocurrió en ese tiempo? El grupo Gómez y los batallones Bravos de Apure, Aramendi y Venezuela rodearon el cuartel Libertador. El general Richard Salazar Rodríguez, comandante de la 11 brigada de Infantería y el T.C Rubén Calderón Matheus, comandante del Grupo Freites, ingresaron al cuartel Libertador y convencieron a los oficiales insurrectos para que depusieran las armas. El T.C Arias se rindió, sin combatir, a las 9:30 am.
El almirante Daniels y el general Jiménez empezaron a presionar a los tenientes coroneles Miguel Ortiz Contreras, Jesús Urdaneta Hernández y Joel Acosta Chirinos y al capitán Luis Valderrama para lograr su rendición. Era fundamental recuperar el control de las guarniciones de Maracay y Valencia y la base Francisco de Miranda. El efecto psicológico de esa rendición sobre las Fuerzas Armadas era muy importante. El general Jiménez telefoneó, a las 6:30 am, al T.C. Ortiz al Cuartel Páez. Le explicó la situación de Caracas, pero este no aceptó rendirse. Al general Jiménez le fue imposible comunicarse telefónicamente con el T.C, Urdaneta y el capitán Valderrama. El general Visconti me narró en su entrevista para mi libro lo siguiente: “El general Jiménez me ordenó, de parte del ministro de la Defensa, bombardear las unidades insurrectas. Le dije que eso era imposible porque ocasionaría una verdadera tragedia. Los aviones solo realizaron vuelos rasantes” (1). Así mismo, me explicó su previo acuerdo con Hugo Chávez de neutralizar el empleo de la aviación al producirse la asonada.
A las 10:30 am recibí una llamada del vicealmirante Daniels:
—Ochoa, una unidad de tanques del batallón Pedro León Torres tiene rodeada la base Libertador y amenaza con entrar a la pista. El general Visconti tiene en alerta sus medios aéreos. Está decidido a atacar a los tanques si estos rompen la cerca. Ha tratado por todos los medios de convencer al mayor Torres Number para que se rinda, pero no lo ha logrado.
—Daniels, ¿se le informó de la rendición del T.C. Chávez?
—Sí, pero no cree que es verdad. Está totalmente aislado. Sus medios de comunicación no funcionan. La única manera de negociar con él es trasladándose hasta el sitio en donde tiene desplegada su unidad. El general Visconti lo ha hecho sin éxito. También ha enviado a otros oficiales para tratar de convencerlo y también han fracasado.
—¿Alguna de las otras unidades insurrectas se ha rendido?
—No, el propio comandante Chávez conversó telefónicamente con el T.C. Jesús Urdaneta Hernández sin lograrlo.
—¿Qué piensan hacer?
—El Alto Mando Militar recomienda presentar, ante los medios de comunicación, al T.C Chávez para que haga un llamado a las unidades insurrectas pidiendo su rendición. Creemos que es la única manera de lograr que depongan las armas sin combatir.
—Estoy de acuerdo Daniels. Espera un momento. Voy a solicitar autorización al presidente Pérez para hacerlo.
Me trasladé al despacho presidencial. El presidente Pérez estaba conversando con un grupo de ministros:
—Presidente, una unidad de tanques tiene rodeada la base Libertador. No acepta rendirse y existen posibilidades de que dicha unidad trate de tomar la base. Si los tanques rompen la cerca y entran a la pista van a ser atacados por los F-16 y los demás medios aéreos bajo control del general Visconti. Se iniciaría un combate de consecuencias impredecibles. El Alto Mando recomienda presentar a Hugo Chávez en la televisión para que haga un llamado a que se rindan las unidades sublevadas.
El presidente Pérez reflexionó brevemente y me respondió:
—Ochoa, lo autorizo, pero antes graben el mensaje.
Regresé al teléfono a continuar mi conversación con el almirante Daniels:
—El presidente autoriza la presentación, pero quiere que antes se grabe para evitar cualquier mensaje inconveniente.
—Ochoa, no hay tiempo. El ataque a la base Libertador es inminente. Si no lo hacemos de inmediato empezarán los combates.
—Daniels, si la situación es tan grave, bajo mi responsabilidad, presenta, sin grabarlo, a Hugo Chávez ante los medios de comunicación,.
—De acuerdo Ochoa. (2)
El almirante Daniels, en la entrevista que le hice para mi libro, narró lo siguiente: “Después de la autorización del presidente Pérez para presentar al T.C Chávez en la televisión llamé al coronel Juan Antonio Pérez Castillo, jefe del departamento de Relaciones Públicas, y le ordené convocar a los medios de comunicación en el salón protocolar del Ministerio de la Defensa. Nos dirigimos hacia dicho salón el general Iván Jiménez Sánchez, algunos oficiales generales y almirantes y yo. Deseo resaltar lo siguiente: referente a la orden emitida por el presidente Pérez de que se grabara dicho mensaje, en ningún momento la intervención del T.C. Hugo Chávez fue a través de microondas. Los distintos medios grabaron el mensaje y salieron a llevar el correspondiente cassette a sus diferentes canales y radios”. (3).
El mensaje de Hugo Chávez fue corto pero impactante:
—Lamentablemente, por ahora, los objetivos que nos planteamos no fueron logrados en la ciudad capital, es decir, aquí en Caracas no logramos controlar el poder. Ustedes lo hicieron muy bien allá, pero ya es tiempo de evitar más derramamiento de sangre. (4)
Siempre he creído, y lo mantuve en la entrevista que le hice el almirante Daniels, que en su oficina se manipuló al Alto Mando Militar para lograr que se permitiera la presentación de Hugo Chávez en la televisión. Él nunca lo aceptó. Su opinión sobre la actuación de los oficiales que lo acompañaban en su oficina fue la siguiente: “Su actuación fue absolutamente leal. En todo momento trataron de colaborar en las decisiones que tuve que tomar. La situación militar no terminaba de normalizarse. Evaluamos la posibilidad de bombardear las unidades insurrectas, pero nos dimos cuenta de que dicho bombardeo tendría un elevado costo en pérdidas de vidas y material de guerra. De esa discusión surgió la idea de presentar a Hugo Chávez en la televisión para influir en la posición que mantenían los oficiales alzados. Pensamos que de esa forma lograríamos la rendición”. (5).
Por otra parte, no era fácil prever que tan cortas palabras iban a tener el impacto que logró en la opinión pública. Además, Hugo Chávez había traicionado su juramento, violado la Constitución y conducido a sus compañeros de aventura a arriesgar sus vidas mientras él permanecía a buen resguardo detrás de los gruesos muros del Museo Militar. ¿Evaluó el Alto Mando Militar con suficiente objetividad la situación militar? Estoy convencido de que sí. Era imprescindible lograr la inmediata rendición de las unidades insurrectas. El inicio de los combates hubiese comprometido la estabilidad del gobierno constitucional ya que era muy difícil determinar la reacción que podían tener muchos de los oficiales ante el hecho de verse obligados a combatir contra sus propios compañeros de armas. El espíritu de cuerpo y la camaradería eran valores muy arraigados en el estamento militar de ese tiempo.
¿Fue una ligereza mía no atenerme estrictamente a lo ordenado por el presidente Pérez de grabar dicha presentación? Creo que no. La certeza que me transmitió el almirante Daniels del inminente enfrentamiento entre la unidad de tanques que rodeaba la base aérea Libertador y los F-16 justificaba la urgencia de una decisión. No era posible regresar al despacho presidencial a discutir sus ventajas y desventajas. Tampoco es verdad que Hugo Chávez alcanzó la Presidencia de la República gracias a esa presentación. La popularidad obtenida como resultado de su aventura, fomentada por los medios de comunicación y poderosos sectores de la opinión pública, se desvaneció totalmente. A su salida de la cárcel en marzo de 1994 “sólo tenía 5% de popularidad, manteniendo tan bajo porcentaje hasta el año 1997”. (6) Su posibilidad de triunfo en las elecciones presidenciales surgió de los errores políticos cometidos, en 1998, principalmente la escogencia, por Acción Democrática y Copei, de Luis Alfaro Ucero e Irene Sáez como candidatos presidenciales.
1 – Ochoa Antich, Fernando, Así se rindió Hugo Chávez, Libros El Nacional, Caracas, 2007, entrevista al general Efraín Visconti Osorio, pp.111, 160
2,3 – Ochoa Antich, Fernando, Así se rindió Hugo Chávez, Libros El Nacional, Caracas, 2007, diálogos entre Carlos Andrés Pérez, Elías Daniels y Fernando Ochoa Antich.
4 – Jiménez Sánchez, Iván Darío, Los golpes de Estado desde Castro hasta Caldera, corporación Marca, Caracas, 1996, intervención televisiva de Hugo Chávez, p.172;
5 – Ochoa Antich, Fernando, Así se rindió Hugo Chávez, Libros El Nacional, Caracas, 2007, entrevista al vicealmirante Elías Daniels, pp. 170, 171
6 – Rangel, José Vicente, revista Bohemia, Caracas 1997.
12/04/2020:
https://www.elnacional.com/opinion/mi-verdad-sobre-el-4-de-febrero-v/
Mi verdad sobre el 4 de Febrero (y VI)
Fernando Ochoa Antich
La inestabilidad que enfrentaba el gobierno presidido por Carlos Andrés Pérez le hizo comprender la necesidad de ampliar su base de sustentación. Inició conversaciones con el partido Copei. Eduardo Fernández tenía ciertas dudas sobre la conveniencia de que su partido ingresara al gobierno. Lo invité a reunirse conmigo en la residencia ministerial. Le informé sobre el creciente malestar existente en las Fuerzas Armadas. Lo hice con absoluta claridad. Su expresión de preocupación denotó que había comprendido la gravedad de la situación. Aceptó formar parte del gobierno. También conversé con Luis Piñerúa Ordaz. El presidente Pérez le había ofrecido el ministerio del Interior y pidió tiempo para pensarlo. Hablé con Simón Alberto Consalvi y Luis José Oropeza para que me ayudaran a convencerlo. Lo invité a la residencia ministerial y allí le expliqué situación militar. Al día siguiente se juramentó como ministro del Interior.
Las intrigas en mi contra se incrementaban diariamente. Su objetivo era lograr que el presidente Pérez me destituyera. El hecho fue aprovechado por mis detractores para hacer circular en la opinión pública mi supuesta vinculación con la sublevación militar. Esas intrigas comenzaron el mismo 4 de Febrero, cuando el presidente Pérez interrumpió una rueda de prensa que íbamos a iniciar el doctor Virgilio Ávila Vivas, ministro del Interior, y yo expresando, en alta voz, que él era el único que hablaba. La campaña en mi contra tenía distintos orígenes: el grupo cercano al presidente Pérez, un sector de los oficiales insurrectos y el comando del Ejército. En ese grupo se encontraban los almirantes Iván Carratú Molina y Héctor Jurado Toro y los generales Carlos Santiago Ramírez y Herminio Fuenmayor, quienes llegaron a solicitar una audiencia con el presidente Pérez para convencerlo de mi supuesta deslealtad.
Esa campaña llegó a tener tal fuerza que el presidente Pérez en un almuerzo en casa de su hija Martha me dijo en alta voz: “Ochoa, permanentemente me dicen que lo destituya y no lo he hecho”. Un poco molesto le respondí: “Eso es verdad presidente, se lo agradezco, pero también es cierto que a mí me dicen todos los días que lo amarre y no lo he hecho”. El presidente Pérez se sonrió, con picardía, tomando mis palabras en broma. Yo hice lo mismo, pero consideré que debía renunciar antes de que me destituyera. Durante la siguiente cuenta le presenté mi renuncia y le argumenté que lo hacía convencido como estaba de haber perdido su confianza. Al escuchar mis palabras se levantó bruscamente y con un expresivo gesto, me dijo: “Ochoa, yo no he dudado de usted ni una pizquita”, señalando el pequeño espacio de la uña. Para convencerme aún más de su confianza, me recordó los fuertes vínculos de amistad familiar que nos unía. La conversación terminó gratamente.
El sector de los oficiales insurrectos, por su parte, hizo circular un documento, el 5 de febrero de 1992, dirigido al doctor Ramón Escovar Salom, fiscal general de la República, en el cual se señalaban 25 indicios según los cuales yo estaba comprometido en el alzamiento. Ese documento circuló ampliamente, evidenciando su objetivo político, en las universidades nacionales. En su libro, La rebelión de los ángeles, la periodista Ángela Zago los enumera. Ninguno de esos supuestos indicios resiste el menor análisis. En verdad, lo cercano de la fecha del documento con la del frustrado golpe de Estado muestra claramente que su objetivo político era incrementar las tensiones internas y generar confusión en las Fuerzas Armadas desviando su responsabilidad hacia mí. En las declaraciones, ante el juez de la causa, los capitanes Luis Valderrama, Gerardo Márquez, Ronald Blanco La Cruz, Antonio Rojas Suárez y el sargento técnico de segunda Iván Freites repitieron los supuestos indicios.
Voy a responder solo el primero de esos indicios por ser uno de los argumentos más utilizados en mi contra: “Dar cargos en unidades importantes y cerca de Caracas a oficiales catalogados como conspiradores” (1). Los hechos se desarrollaron así: el T. C. Miguel Ortiz Contreras y yo coincidimos en una reunión social en la cual él me manifestó que Hugo Chávez y Jesús Urdaneta se sentían insatisfechos por los cargos administrativos para los cuales habían sido designados. Le respondí que les informara mi interés en conocer sus planteamientos. Después de haberlos escuchado llamé al general Rangel para pedirle que los recibiera y les diera la respuesta que considerara conveniente. En el caso del T. C. Chávez le sugerí que lo asignara a una unidad cercana a su residencia familiar, como la Escuela de Suboficiales del Ejército. En el caso de Urdaneta Hernández, solo le pedí que estudiara su caso y le diera una solución. De todas maneras, en los libros Habla el comandante y El comandante irreductible se narra lo ocurrido. Una circunstancia casual, la solicitud de baja del T.C. Julio Suárez Romero, comandante del batallón Briceño, fue la causa para que el comando del Ejército nombrara a Chávez en su reemplazo en el mes de agosto. Desconozco los motivos para la designación del T. C. Urdaneta.
En una entrevista al diario Le Monde, el sector de los oficiales insurrectos declaró: “Sí, el ministro estaba al corriente, pero no pertenecía al Movimiento Bolivariano, tenía uno paralelo. Logramos conocer de sus intenciones al infiltrar en sus reuniones a oficiales nuestros. Ellos concebían un “Plan Jirafa” que consistía en dejarnos actuar, conocían nuestras acciones, tenían identificados a los líderes, el día y la hora de nuestra operación y no hicieron nada para detener la insurrección. Al contrario, algunos oficiales pensaron que el general Ochoa era el líder del movimiento”. (2) Ninguno de ellos, a pesar de haberlos enfrentado desde el 4 de Febrero, ha presentado pruebas de la existencia del «Plan Jirafa”. La razón es sencilla: nunca existió. Sólo buscaban confundir y descalificarme ante la opinión pública.
Mi actuación el 4 de Febrero es uno de los grandes mitos de ese día. Muchos venezolanos aún dudan de ella. La intriga ha logrado impactar más que la verdad. Afortunadamente, sus dos principales actores, Carlos Andrés Pérez y Hugo Chávez, dieron testimonio de mi conducta. Carlos Andrés Pérez, en el libro Memorias proscritas, ante la insistente pregunta de los autores sobre mi posible vinculación con el alzamiento respondió con firmeza: “Es falso que Ochoa Antich haya estado involucrado en el golpe del 4 de Febrero. Absolutamente falso. Si hubiera estado involucrado, con solo haberse demorado cinco minutos en avisarme me hubieran hecho preso en La Casona o me hubieran asesinado. No hay la menor duda” (3). Lo repite, en el libro Yo sigo acusando. Ante la tesis del “golpe permitido” de Agustín Blanco Muñoz, responde con igual fuerza: “Hablar de algún contacto entre el ministro y los golpistas es una infamia. Hubo quizá negligencia de su parte, pero no coordinación con los golpistas”. (4)
En realidad no hubo negligencia de mi parte. Lo que hubo fue, como lo he expuesto ampliamente en estos artículos, deslealtad del general Pedro Rangel Rojas, comandante del Ejército, con el presidente Pérez y conmigo. La información que yo recibí del general Freddy Maya Cardona, comandante de la Guardia Nacional, se limitó a la existencia de un rumor sobre una posible acción de unos oficiales superiores y subalternos en el aeropuerto de Maiquetía para impedir que el presidente Pérez aterrizara a su regreso de Davos. También narré ampliamente las acciones que tomé ante la obstrucción de la autopista Caracas-La Guaira. Así mismo, el director de la DIM, general José de la Cruz Pineda solo me ratificó la información recibida anteriormente. Posteriormente, al conocer del alzamiento de la compañía del batallón Aramendi, en Maracaibo, procedí de inmediato con rapidez y acierto.
Por otra parte, Hugo Chávez en Habla el comandante, ante las insistentes preguntas de su autor desarrollando la misma tesis “del golpe permitido”, desmintió, de manera categórica, alguna vinculación mía con la sublevación militar de la manera siguiente: “Ese documento y las declaraciones de esos oficiales, las cuales, en diversas ocasiones, fueron desmentidas por mí, provenían de dos fuentes: una, del intento de un sector de los capitanes de confundir, de dirigir la investigación hacia el propio Ochoa, de tratar de despistar. Y, por otro lado, un grupo de ellos había sido manipulado, de eso no tengo la menor duda, y llegaron a pensar que de verdad Ochoa Antich tenía un compromiso conmigo y que nos había traicionado. En ese grupo de denunciantes se encuentran los capitanes Luis Rafael Valderrama, Gerardo Márquez, Ronald Blanco La Cruz y el ya nombrado sargento Freites” (5).
Notas:
Con estos 6 artículos he querido presentar a los lectores, en beneficio de la verdad histórica, un resumen del contenido de mi libro Así se rindió Hugo Chávez. Espero haber logrado el objetivo. Su copia virtual está a la orden para quien tenga a bien requerirlo.
En el artículo V de esta serie me referí, erróneamente, a la actuación del T. C. Francisco Arias Cárdenas. Varios amigos y algunos compañeros de armas me han hecho ver que cometí un error. Los hechos se desarrollaron de manera diferente: El T.C. Arias tomó el helicóptero asignado al comando de la Primera División de Infantería, obligando a su piloto a tripularlo, y sobrevoló el Cuartel Libertador. Al hacerlo, percibió que ese cuartel había sido recuperado por fuerzas leales al gobierno constitucional. De inmediato se dirigió hacia la base Rafael Urdaneta, en la cual, de manera inexplicable, le facilitaron un avión Bronco para viajar a Caracas. Al llegar a la base Francisco de Miranda fue detenido. Esta nueva realidad también me obliga a modificar mi apreciación sobre su conducta: ella fue ineficiente militarmente e irresponsable, pero no cobarde.
1.- Zago, Angela, La rebelión de los ángeles, Warp Ediciones, Caracas, 1998, pp. 158,159;
2.- Jiménez Sánchez Iván, Los golpes de Estado desde Castro hasta Caldera, Corporación Marca. Caracas, 1996, p. 249;
3.- Hernández Ramón y Giusti Roberto, Memorias proscritas, Libros El Nacional, 2006, p. 368;
4.- Blanco Muñoz, Agustín, ¡Yo sigo acusando! Habla CAP, Cátedra Pio Tmayo, pp. 634, 305;
5.- Blanco Muñoz, Agustín, Habla el comandante, Fundación Pío Tamayo, Caracas, 1998, ´pp. 265, 266.
19/04/2020:
https://www.elnacional.com/opinion/mi-verdad-sobre-el-4-de-febrero-y-vi/
Reproducción: El canciller Ochoa Antich, en medio de una ráfaga (tomada de la red).
Ilustraciones: Eneko (Economía Hoy, Caracas, 11/02/1991) José Ignacio Pérez (http://caricaturistanachoperez.blogspot.com/2013/03/hugo-chavez-frias.html).
Notas: Ascensón Reyes (El Nacional, Caracas, 03/12/1991) y Miguel Rodríguez (arcial: El Nacional, Caracas, 04/02/2002).
Cfr. Fernando Ochoa Antich y el 23 de enero de 1958 y el 4 de febrero de 1992, en (2022): https://apuntaje.blogspot.com/2022/02/una-y-otra-fecha.html
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