{Quizá sobra comentar que bastará con colocar el curso en las imágenes para abrirlas por completo y guardar}
1.- EL NACIONAL, Caracas, 1958: Por entonces, El Pinar, la Cota 905, la avenida Páez ni El Paraíso mismo fueron lo que hoy simplemente son. Huelga el comentario actual. Lo cierto es que la fuente de soda en cuestión, constituyó un grato rincón de la Caracas más extendida hacia el oeste que hacia el este. Bastará con imaginarse por un instante el lugar. Y tanto que, quizás por los pocos referentes en la ciudad de salones o agencias de festejos, fueron muchos los brindis y otros saraos de la década. Cumpleaños de instituciones, partidos, familiares, personales, tuvieron por exacta estancia la un sitio boscoso al que, por cierto, al menos, una de las vías para llegale, era por Puente Hierro. Y quienes hicimos buena parte de nuestra infancia en el lugar, todavía recordamos a la policía montada, los columpios, los toboganes y, por supuesto, el rugido de los leones y tigres, como los monos de un zoológico extraordinario, sencillo, grato, y la fuente de soda cara, subida de precios.
Grimaldi-Siosa, despachaba nada más y nada menos que desde el Centro Simón Bolívar. Agencia de viajes, ¿aérea o autobusera?
2.- LA OPINIÓN NACIONAL, Caracas, 1879: Comprensible la falta de quorum para la primera sesión del año de la Asamblea Constiuyente, o una de las tantas que ha distinguido a Venezuela por ese intento enfermizo de refundarse cada vez que puede. Pero no es el caso de comentar políticamente la cosa, sino el de imaginar el traslado de los diputados o constituyentistas de entonces, en un país francamente incomunicado. ¿Qué no debieron vacacionar? Es fácil decirlo: se trató del período navideño, porque suponemos que el 31 de diciembre no tuvo en aquél país la jerarquía que adquirió en el siglo XX. ¿Parálisis total? El señor Rivera, el del "alma desfallecida", agradece el cambur concedido.
Basilio Adechederra se separa del negocio industrial de la esquina del Castán. Hay píldoras vegetales azucaradas. E, imagínense, nada dulce, el aceite de hígado de bacalao dió lata desde hace añales atrás. Sin embargo, dos notas nos permitimos comentar brevemente.
Los hermanos Ramella, por una parte, recogieron pesos constantes y sonantes entre los dueños de panaderías, marchantes y quién sabe de la clientela diaria, para dar un testimonio de caridad decembrina "á los infelices elefansiacos". Buscamos en las redes y constatamos la enfermedad. ¿Los hubo tantos en Caracas? ¿O, por reducidos, facilitaba la obra de caridad? Lo cierto es que los comerciantes que operaban entre Gradillas y Reducto, un amplio trecho, al parecer, exitoso, eran capaces de una soliaridad que siglo y tanto después no supo de una reedición mejorada y aumentada.
Y, por la otra, un niño de ueve años se perdió. No es difícil imaginar la angustia y, tanto tarda en aparecer, que hubo de poner el aviso en la prensa.
3.- EL SEMANARIO, Caracas, 1878: Entre la variedad de los anuncios, cabe destacar una ahora inimagibles bodega - suponemos - en la esquina de El Chorro. En el mismo lugar de los portentosos edificios de ahora, antes de un pujante sector privado, hubo casas de distintos tamaños y colores para una calle larga y angosta. Bodeguita, bodeguita, no sería, pues, anuncir en la prensa significaba ir más allá del vecindario.
El señor Duprat atiende en la esquina de La Bolsa. Lugar estratégico para la gente de negocios, cercano al Congreso que requiere de senadores y diputados bien vestidos, asiduos a la Casa Amarilla. Aunque, un poquto más allá, está el señor en Pajaritos, quien no sospechará que un siglo después el lugar será referente de tribunal y tribunalicios, sede administrativa del parlamento.
Se da por entendido lo del "cañón rayado" para entonces. Por cierto, ¿La Hoyada de San Lázaro era el nombre completo, muy antes del metro de La Hoyada como ahora se le conoce? ¿Era necesario que el destista fuese tambén operador y mecánico? ¿De la silla odontológica? ¿Dentistas prácticos, como le llamaban antes? ¿Dónde quedaba el puente de Guzmán Blanco y Tracabordo? ¿El médico atendía frecuentemente en su propia casa de habitación? ¿Cuál esquina de los Marrones? Pero de todas, todas, el Café del Louvre, ¿concesionario exclusivo de la Plaza Bolívar? ¿Fue habitual que los estaurantes y afines tuviesen un rinconcito en la plaza para las libaciones y fumaciones? De mesas ambulantes, dicen.
4.- LA REACCIÓN, Caracas, 1898: El botiquín del señor Izquierdo, garantiza un "trato afable" entre las esquinas de Colón y Cruz Verde. Trabaja sólo en las noches, porque no refiere a almuerzos y, menos, a desayunos. Se puede libar, comer - suponemos - bien y despacharse los mejores cigarrillos que incluye los importados de Cuba.
Quizá duraban poco, quizá mucho, los establecimientos de este tipo. A lo mejor, eran numerosos en toda la ciudad de entonces. Y muy bien se mezclaban los dgnatarios políticos y de los negocios con toda suerte de personas.O, lo más seguro, que disfrutaban en sus propias casas, casas de hacienda, o locales más exclusivos. Pero botiquín siempre fue botiquín, aunque el término padeció del desprestigio que, muy luego, estuvo asociado a los "bares de mala muerte". De nuevo, la presunción: el sólo hecho de colocar un aviso, significaba que iba más allá del vecindario o entorno inmediato, con una numerosa clientela. Alguna distinción tendría y hasta Cipiano Castro más de una vez se echaría un trago en "El Trabuco".
5.- EL NUEVO DIARIO, Caracas, 1934: El Dr. Pedro M. Arcaya avisa que se irá a vvir a Washington, D.C., junto a su señora y a una señorita que se ahorró el pago del anuncio. Con el aviso se evita una fiesta más allá de la que daría a sus círculos más íntimos. Por supuesto, los negocios son los negocios y quizá le espera diligenciar algunas cosas de interés para Gómez y dar un vistazo al exilio político. ¿Dónde y cómo viviría? ¿Cuántos venezolanos podían emularlo? ¿Por varias generaciones, los Arcaya fueron viajeros insigne? Ya no imaginamos que alguien coloque un aviso semejante de despedida. Por distintas razones que hoy lucen obvias. Pero - quizá - cuidó muy bien el despacho o escrtorio Arcaya de avisar de la ausencia del país de su importante socio, capaz de atender - a quien pueda interesar - los legítimos asuntos económicos que van más allá de las fronteras.
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