Luis Barragán
Desde hace más de dos décadas atrás, se dijo de las aspiraciones dictatoriales de quienes, al secuestrar el lenguaje democrático, levantaron la emoción de los más incautos. Por los torcidos caminos de la antipolítica, ascendieron al poder que no desean – por siempre – abandonar, enfatizando la anomia social en los altares de la renta ya exhausta.
Una constante fue la de ahorrar toda polémica sobre las intenciones y pretensiones de los nuevos elencos del poder, aplaudidos por los medios que gozaban de una enorme audiencia. En nada les satisfizo la serísima advertencia que provenía de las personas, grupos o sectores de una comprobada consistencia doctrinaria e ideológica, la que autorizaba a inferir la naturaleza, el carácter y los alcances de un régimen para la otra centuria.
Advertencia que no provenía de adivinos, hechiceros o nigromantes de la política que, por cierto, los hubo para imitar a los tahúres de la llamada nueva era que, por entonces, comenzaron a reemplazar a los matutinos programas televisivos de opinión. A lo sumo, se tomó por “discusión ideológica” la entera maldición moral del pasado inmediato y la sistemática descalificación de los justos y pecadores que lo legaron.
Un recurso antiguo, a juzgar por la intensa y aún perdurable campaña que hicieron los Castro contra Fulgencio Batista, a quien también convirtieron en fuente de todos los males. Empero, tampoco logra explicar la miseria, esclavitud, segregación, desesperanza, injusticia que reciben las nuevas generaciones de cubanos como una resignada tradición.
En la Venezuela de los días que corren, siéndolo paradójicamente, el madurato no logra resucitar ese pasado útil para sus denuestos. Para colmo, el actual régimen presume de una superioridad ética y moral que, simplemente, no tiene y, cada vez que se aventura a despotricar del resto de la humanidad, se pone en evidencia
Ilustración:http://www.anhelos-y-esperanzas.com/2011/09/el-movimiento-26-de-julio-y-su-lucha.html
12/09/2016:
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