El seguimiento exige disponibilidad total
Marcos Rodríguez
Para poder entender el sentido del evangelio de hoy es preciso recordar que están en camino hacia Jerusalén. Jesús advierte a esa multitud que le seguía alegremente, de las dificultades que entraña un auténtico seguimiento. Les hace reflexionar sobre la sinceridad de su postura. Sólo en el contexto del seguimiento de Jesús, podemos entender las exigencias desorbitadas (preferirle a la familia, cargar con la cruz, renuncia a todo), que nos propone.
Hace unos domingos, Jesús decía al joven rico: Si quieres llegar hasta el final... Hoy nos dice: si no piensas llegar hasta el final, es mejor que no emprendas el camino. Si no eres capaz de concluir la obra, no es que te hayas quedado a la mitad, es que has fracasado. Una casa a medio hacer no sirve para nada.
Ni siquiera Jesús te exige que seas cristiano, pero si decides caminar con él, no hay más remedio que dejar de caminar en otras direcciones. Nuestra limitación nos impide caminar en dos direcciones a la vez.
Una de las interpretaciones equivocadas de este radicalismo, es entender el mensaje como dirigido a unos cuantos privilegiados, que serían cristianos de primera. Jesús no se dirige a unos pocos, sino a la multitud que le seguía. Pero lo hace personalmente. “Si uno quiere...” La respuesta tiene que ser también personal y adulta.
No hay pues, cristianismo a dos velocidades; una la de los clérigos, y otra la de los laicos. Esta visión, no puede ser más contraria al mensaje de Jesús. Todos los seres humanos estamos llamados a la misma meta.
No se trata de machacar o anular el instinto (es lo que se ha predicado con demasiada frecuencia) Sería una tarea inútil porque el instinto es anterior a mi voluntad y escapa a su control. Se trata de que el instinto no sea doblegado por la voluntad, torciéndolo hacia un objeto distinto del suyo propio.
Como seres humanos, debemos comprender que el fin que el instinto quiere garantizar, aunque es bueno en sí, no es absoluto. Fin último sólo hay uno. Todos los demás serán penúltimos, es decir, medios. De este modo, la tendencia instintiva seguirá ahí y cumplirá su objetivo, pero la última palabra la tendrá la parte específicamente humana, es decir, el conocimiento y la voluntad.
Tres son las exigencias que propone Jesús:
1ª.- Posponer a toda su familia.
2ª.- Cargar con su cruz.
3ª.- Renunciar a todos sus bienes.
Las tres se resumen en una sola: disponibilidad total. Sin ella no puede haber seguimiento.
No es fácil entender bien lo que Jesús propone. La manera de hablar nos puede jugar una mala pasada. La radicalidad absoluta tiene una explicación. En una lengua que carece de comparativos y superlativos tiene que valerse de exageraciones para expresar la idea.
Lo notable es que se haya mantenido la literalidad en el texto griego, que dice “misei” = odia, aborrece, ten horror. También se ha mantenido en latín que dice simplemente “odit” = odia. No podemos entenderlo al pie de la letra. Fijaos que también dice “...incluso a sí mismo”.
Ni debemos entenderlas al pie de la letra, ni podemos ignorarlas. Son como los famosos “koan” del zen. Tienen que hacernos trascender la racionalidad y meternos por el camino de la intuición. Fallamos estrepitosamente cuando queremos comprenderlas racionalmente. La verdad que quieren trasmitir no es una verdad lógica, sino ontológica. Por mucho que nos exprimamos el coco, no podemos entenderla con la razón, pero podemos indicar por donde van los tiros.
Para la primera exigencia la clave está en la frase: “…incluso a sí mismo”. El amor a sí mismo puede ser nefasto si se refiere al falso yo que desemboca en el egoísmo. Ese falso yo tiene también su padre y su madre, sus hijos y hermanos.
El amor a la familia puede ser la manifestación de un egoísmo amplificado, que busca la potenciación del individualismo y la seguridad de los “yoes”. Lo que se busca en ese amor es que mi egoísmo quede garantizado, sumado al egoísmo de los demás miembros de la familia. Ese yo ampliado es mucho más fuerte y asegura mejor el interés del pequeño yo de cada uno.
En realidad al yo ni se le puede amar ni se le puede odiar. Simplemente se identifica uno con él por creer que es su verdadera identidad. Apoyando tu existencia en algo falso, falseas toda tu vida y la malogras.
Por lo tanto, no se trata de comparar el amor a Dios (Jesús) y el amor a los miembros de nuestra familia. A Dios no se le puede amar más o menos, porque no es objeto directo de amor.
El seguir a Jesús está basado en el amor. Pero el amor que nos pide no está reñido con el verdadero amor al padre o a la madre. Si el seguimiento es incompatible con el amor a la familia es que está mal planteado. El amor que nos pide el evangelio está más allá del que nace del sentimiento, pero no estará nunca en contra. Seguir a Jesús nos enseñará a amar más y mejor también a nuestros familiares.
Otro problema muy distinto es que ese seguimiento provoque en los familiares la oposición y el rechazo, como le pasó al mismo Jesús. Entonces no se puede ceder a las exigencias del instinto, porque está maleado. El tema del rechazo está más ligado a la aceptación de la cruz que al amor a la familia. Si los familiares, muy queridos, te quieren apartar de tu verdadera meta, está claro que no puedes ceder por un amor mal entendido, aunque eso cause un verdadero dolor.
El hombre alcanza su plenitud cuando despliega su capacidad de amor, que es lo específicamente humano. Este amor no puede estar limitado, tiene que llegar a todos. Por eso el profesar un verdadero amor a una persona, no puede condicionar la entrega a otros. Si un amor impide otro amor, es que no es verdadero amor evangélico.
Cargar con la cruz hace referencia al trance más difícil y degradante del proceso de ajusticiamiento de un condenado a muerte de cruz. El reo tenía que transportar él mismo el travesaño de la cruz. Jesús va a Jerusalén precisamente a ser crucificado. No olvidemos que los evangelios están escritos mucho después de la muerte de Jesús, y la tienen siempre presente.
Está haciendo referencia a lo que hizo Jesús, pero a la vez, es un símbolo de todas las dificultades que encontrará el que se decide a seguirle. Una vez emprendido el camino de Jesús todo lo que pueda impedir seguir adelante hay que superarlo cueste lo que cueste.
En cuanto a la tercera exigencia, “renunciar a todos sus bienes” no es nada fácil entenderla para nosotros hoy. Recordemos que a los que entraban a formar parte de la primera comunidad cristiana se les exigía que pusieran a disposición de la comunidad todo lo que tenían. No se tiraban por la borda los bienes. Solo se renunciaba a disponer de ellos al margen de la comunidad. El objetivo era que en la comunidad no hubiera pobres ni ricos, sino que todos tuvieran las mismas posibilidades de acceder a lo que se consideraba de todos.
Hoy sería imposible llevar a la práctica este ideal de desprendimiento. Pero podemos entender que la acumulación de riquezas se hace siempre a costa de las carencias de otros seres humanos, hoy tendríamos que descubrir que lo que yo poseo, puede ser causa de miseria para otro ser humano. En realidad se trata de elegir entre las seguridades que da la posesión de cualquier bien o alcanzar mayor grado de humanidad.
El seguimiento de Jesús no puede consistir en una renuncia, es decir en algo negativo. Se trata de una oferta de plenitud, no de renunciar a nada. Mientras sigamos hablando de renuncia, es que no hemos entendido el mensaje. No se trata de renunciar a nada, sino de elegir lo mejor para mí. No es una exigencia de Dios, sino una exigencia de nuestro verdadero ser.
Jesús vivió esa exigencia. La profunda experiencia interior le hizo comprender a dónde puede llegar el ser humano si despliega todas sus capacidades. Esa plenitud fue también el objetivo de su predicación. Jesús nos indica el camino. Ni siquiera su familia tenía una importancia decisiva. “¿Quién es mi madre y quienes son mis hermanos? Los que hacen la voluntad de mi padre…” Al joven rico: Una cosa te falta... En otra ocasión: ¡Qué difícil le va a ser entrar en el reino de Dios, al que pone su confianza en el dinero!
En cuanto a las dos parábolas, El cálculo que nos propone Jesús es que no se puede repicar e ir en la procesión, cosa que estamos intentando nosotros a todas horas. Queremos ser cristianos, pero a la vez, queremos disfrutar de todo lo que nos proporciona la sociedad de consumo. Queremos lo mejor para el espíritu, pero sin renunciar a nada de lo que el cuerpo nos pide. Eso es imposible. No tenemos más remedio que elegir. Preferir el hedonismo a la plenitud de ser, es un error de cálculo.
Las parábolas quieren decirnos que se trata de la cuestión más importante que nos podemos plantear, y no debemos tratarla a la ligera. Es una opción vital que requiere toda nuestra atención. Nuestro problema hoy es que somos cristianos sin haber hecho una clara opción personal.
Radicalidad no quiere decir rigorismo. El mismo Jesús dijo que su yugo era suave y su carga ligera. La radicalidad nace de dentro, de la libertad, una vez conocido lo que es verdaderamente bueno para mí, la voluntad no tiene problema alguno para elegirlo. El rigorismo llega de fuera, nace del miedo y nos hace esclavos. Por abandonar la radicalidad de la opción, la Iglesia se ha visto obligada a reforzar el rigorismo. ¡Así nos luce el pelo!
Meditación-contemplación
“Sí alguno quiere venirse conmigo...”
Jesús no impone nada, simplemente propone.
Las condiciones no las impone él:
son exigencia de la misma naturaleza humana.
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Elegir lo que es mejor para mí por convicción personal,
nunca puede ser renuncia o sacrificio.
Sólo si me muevo por programación externa
renunciaré a aquello que sigo creyendo que es mejor.
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Sólo el verdadero conocimiento, la iluminación, la sabiduría
puede llevarme a una búsqueda de los bienes definitivos.
Mientras no alcance esa luz, andaré dando tumbos.
Descubierto el tesoro, todo lo demás pierde valor.
Fuente:
http://www.feadulta.com/anterior/Ev-lc-14-25-33_MR-C.htm
Cfr.
José Enrique Galarreta: http://www.feadulta.com/anterior/Ev-JE_59_lc-14-25-33.htm
Ilustración: http://lyngenkirke.no/index.php?option=com_content&view=article&id=75:korsberingen&catid=35:innventar&Itemid=57
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