EL NACIONAL - LUNES 23 DE MARZO DE 2009 ESCENAS/2
Escenas
Palabras sobre palabras
Letras
Editar a Pushkin
Francisco Javier Pérez
Grande de la literatura universal, grande de la literatura rusa, grande de la literatura del siglo XIX, grande de las artes de la palabra, poeta por encima de todo otro rasgo encantador de su figura, su espiritualidad apasionada y su gesto de nobleza verbal llenan todos los siglos de la literatura rusa. La brevedad de su vida se prolonga como un reclamo hasta los días presentes. Su muerte absurda significa el remordimiento de un tiempo, el de una época, el de una sociedad.
Su nombre y su estampa no dejan de asociarse y de recordar a Byron, el cojo, y a Larra, el suicida. Sus versos han comprometido obras de literatura y música, siendo las últimas las que pactan su definitiva comprensión. Están allí, favorecidas por el crecimiento poético que les aporta el sonido, Ruslán y Ludmila, Boris Godunov, El Zar Sal- tán y Eugenio Oneguin, en la rubricación inmensa de Glinka, Moussorsky, Rimsky-Korsakov y Tchaikovsky.
En latitud cercana, Sergio Pitol no deja de rendirle homenaje en la sapiencia eslava que inunda cada página de su narrar y ensayar, como si se pensara que ser padre de una literatura es como ser el padre de todas las literaturas. El paso de Pushkin por la escritura venezolana no resulta tan perceptible, aunque son muestras generosas la gestión de didáctica de su poesía en las escuelas de letras de otro tiempo (pues las de hoy casi lo han postergado; una proscripción más por ignorancia que por saña).
En cuenta de la gloria de su pasado y del pasado de su gloria entre nosotros, vuelve Alexander Pushkin en Poemas (El perro y la rana, 2007), una selección y cotejo de Verónica Spasskaya sobre un conjunto de traducciones que firman Juan Luis Hernández Milián, Alfredo Caballero Rodríguez, Sonia Bravo Utrera y Antonio Álvarez Gil. Son sesenta páginas y sólo sesenta páginas dedicadas a la libertad, al amor, a la belleza, a la naturaleza, a las torturas de la vida belicosa, a la metáfora de cada invierno, a la poesía y a la gloria, asuntos todos que a este escritor le interesaron y que a partir de él comenzaron a interesar. Oigamos a este Pushkin venezolano: "Cuando por el placer y el amor aún embriagado/ ante ti silenciosamente arrodillado/ mirándote pensaba: amada, tú eres mía,/ tú sabes que ansias de gloria no tenía;/ que me aparté del mundo cual anacoreta,/ hastiado ya del vano renombre del poeta/ y exhausto de tormentas para nada escucho/ el zumbido de elogios y los reproches muchos" (Desear la glo- ria); "La perversión por el Poder/ por las tinieblas sin virtud/ celebra el Genio de la Esclavitud/ y la maldita gloria por doquier" (Libertad); "¡Adiós, carta de amor! ¡Adiós! Ella lo ha ordenado/ ¡Cuánto he demorado! ¡Cuánto mi mano ha vacilado/ en entregar al fuego toda mi alegría!..." (Carta en el fuego); "Vivo cerca, Ovidio, de los acantilados/ a donde tus dioses tutelares desterrados/ trajiste dejando luego tus cenizas" (A Ovidio); "¡Basta! ¡No sacrifiques, soñador,/ tu libertad a ellas, que las cante/ el engreído joven elegante/ creyéndose que es un ruiseñor!" (Con- versación del librero con el poeta).
Este editar a Pushkin, entonces, resulta proverbio de una intención que pronto arribará a nuestras playas verbales. Frías palabras que nacieron para inventar el calor entre los hombres.
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