Ox Armand
Disculpen la banalidad pero me parece ilustrativa. Con mucha frecuencia vemos a los grandes y medianos dirigentes de la oposición con una indumentaria curiosa. Costosas camisas o guayaberas, prohibitivas para los más modestos, con el símbolo de sus partidos cuidadosamente bordado a un lado del pecho y, vanidosamente, al otro, con su nombre y un torpe complemento: “diputado”, “concejal”, “alcalde”. Se deja constancia del rango dirigencial y como pieza propagandístca ambulante, de la organización de la cual son prominentes voceros. De un exquisito corte y tela, en algunos casos, no hay sarao, rueda de prensa y quizás una pijamada, donde la ostentación marque también una diferencia adquisitiva al lado del humilde militante o del simple espectador. Trato de comprender el asunto. A lo mejor es la moda impuesta por los gladiadores más distinguidos del régimen, los que exhiben su cara vestimenta roja-rojita como empleado de un ministerio o ministro, activista de calle o diputado, digna de imitación. No se compadece la sifrenería con un gobierno que dice lidiar con los pobres y tampoco con una oposición que (pareciera lógico) está fuera del gobernó y (Ludwig Wittgenstein por delante) se supone que está pelando bolas. pelando bolas. pelando bolas.
Fashionados los dirigentes, la estética de los partidos está por el suelo con la excepción de los sets de prensa. Uno visita sus sedes y parecieran surgidos de los recordados años sesenta del siglo pasado con su afán de propagandizar los interiores. Líder popular, pero eso sí (a falta de Clement que antes los distinguía con una distraída formalidad), con clase aún en la ropa de ocasión. Camisas, chaquetas, guayabera y ¿medias? Elegantes a toda prueba, pues.
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