domingo, 22 de marzo de 2015

ALGO BANAL

Fashion dirigencial
Ox Armand


Disculpen la banalidad pero me parece ilustrativa. Con mucha frecuencia vemos a los grandes y medianos dirigentes de la oposición con una indumentaria curiosa. Costosas camisas o guayaberas, prohibitivas para los más modestos, con el símbolo de sus partidos cuidadosamente bordado a un lado del pecho y, vanidosamente, al otro, con su nombre y un torpe complemento: “diputado”, “concejal”, “alcalde”.  Se deja constancia del rango dirigencial y como pieza propagandístca ambulante, de la organización de la cual son prominentes voceros. De un exquisito corte y tela, en algunos casos, no hay sarao, rueda de prensa y quizás una pijamada, donde la ostentación marque también una diferencia adquisitiva al lado del humilde militante o del simple espectador. Trato de comprender el asunto. A lo mejor es la moda impuesta por los gladiadores más distinguidos del  régimen, los que exhiben su cara vestimenta roja-rojita como empleado de un ministerio o ministro, activista de calle o diputado, digna de imitación.  No se compadece la sifrenería con un gobierno que dice lidiar con los pobres y tampoco con una oposición que (pareciera lógico) está fuera del gobernó y (Ludwig Wittgenstein por delante) se supone que está pelando bolas. pelando bolas. pelando bolas.

En un país de vacas flacas, muy flacas, el gobierno se da lujos en materia de propaganda y publicidad, copando los muros. La oposición no apela a los recursos más humildes y artesanales. Es distinto hacerse conocer en el medio urbano, por lo que cualquier aspirante a una diputado que sea respetable debe invertir en las nadas baratas vallas y demás gigantografías que, innecesarias, porque se impone el radio-bemba, se ven en pueblos y caseríos más apartados como si emparaguaran las carreteras. Un toque de urbanidad en el medio rural, se dirá. Por supuesto que están las franelas estampadas, baratonas y masivas, pero es el oficialismo el que las tiene apartadas, encargándolas  de antemano. Podría uno de estos augustos dirigentes del gobierno y de la oposición, exponerlas al exponerse. Vale decir, promover su propio nombre con un medio modesto. Pero no, lo importante es el status dirigencial, la delicada bordadura de su suprema vanidad, que se convierte en prestancia publicitaria.

Fashionados los dirigentes, la estética de los partidos está por el suelo con la excepción de los sets de prensa. Uno visita sus sedes y parecieran surgidos de los recordados años sesenta del siglo pasado con su afán de propagandizar los interiores. Líder popular, pero eso sí (a falta de Clement que antes los distinguía con una distraída formalidad), con clase aún en la ropa de ocasión. Camisas, chaquetas, guayabera y ¿medias? Elegantes a toda prueba, pues.

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