EL NACIONAL, Caracas, 8 de enero de 2015
Las revoluciones de Mariano Picón-Salas (A cincuenta años de su partida)
Tomás Straka
En su artículo del pasado domingo, Elías Pino Iturrieta recordaba a Mariano Picón-Salas con ocasión de los cincuenta años de su fallecimiento. Hacerlo en el contexto de la crisis económica, institucional y moral que tortura a los venezolanos es, además de un acto de justicia para con una vida y una obra singularmente meritorias, un ejercicio que puede aportar claves para salir de nuestro atolladero. Dentro de los hombres y mujeres que a partir de la década de 1930 se empeñaron en hacer de Venezuela un país más libre, más educado, más sano y mejor alimentado, pocos pueden ofrecer un inventario de realizaciones como el intelectual merideño. Durante esos treinta años fundamentales que fueron de la apertura de 1936 a su muerte en 1965, supo moverse en aguas tanto o más procelosas que las actuales, logró entenderse con casi todos los bandos en disputa, trabajó día y noche como funcionario escrupuloso, como escritor y como político; y superó toda clase de adversidades para legarle al porvenir una abultada bibliografía que hoy es reconocida en toda América Latina e instituciones con las que revolucionó diversos ámbitos de la vida nacional. A ponderar todo lo que este esfuerzo representa desde la hora (y, como acaso él hubiera dicho, deshora) actual, es a lo que se dedican las siguientes líneas.
La revolución en la cultura
Para 1936, cuando regresa a Venezuela después de más de una década en Chile, Picón-Salas es un hombre que ve con precaución a los extremismos revolucionarios. Su periplo en el Partido Socialista chileno (en el que no se inscribe por razones de nacionalidad), así como su pasantía como fugaz triunviro en la rectoría de la Universidad de Chile dentro de la crisis del país austral que condujo a la igualmente de fugaz República Socialista chilena de 1932, lo habían prevenido de las “tomas del cielo por asalto”. Ello, sin embargo, no obstó para que liderara reformas que a la larga terminaran siendo verdaderas revoluciones copernicanas en la vida de Venezuela. Comencemos con la última de ellas.
Cuando la muerte lo sorprende el 1° de enero de 1965, Picón-Salas estaba en la víspera de la última de sus grandes empresas, por demás emblemática de todo lo que había sido su vida: la creación del Instituto de Cultura y Bellas Artes (Inciba), que con los años se convertiría en el famoso Conac (Consejo Nacional de la Cultura) y finalmente en el Ministerio de la Cultura. Con ello la política cultural del Estado subía a un peldaño inédito y superior a todo lo que se había hecho hasta entonces en Venezuela. Es algo en lo que venía pensando un grupo de intelectuales y que, probablemente, dio su primer paso con la fundación, también por Picón-Salas, de la Revista Nacional de Cultura en 1938, y que por lo tanto debe asociarse con el esfuerzo general por modernizar y democratizar a Venezuela. De una actividad artística restringida a las heroicas iniciativas individuales, muchas veces rociada de bohemia y mucho alcohol, y casi siempre condenada a la pobreza; o al entretenimiento de niñas-bien que tocaban piano y hacían acuarelas por razones de etiqueta, se pasaba a los sistemas de museos, a las bolsas de trabajo, las becas en el exterior, a la Cinemateca Nacional y a un impulso inusitado para las orquestas que entonces funcionaban en el país, y que en una década ya se traduciría en el Sistema que hoy es orgullo nacional. Naturalmente, fue una política llena de claroscuros, el Estado sponsor siempre genera sospechas, incluso entonces, cuando becaba a muchos de sus enemigos políticos, acaso para pacificarlos, y las bolsas de trabajo terminaron manteniendo a no pocos escritores que bebían bastante más (y a veces bastante mejor) de lo que escribían. Pero se trata de problemas que surgieron a partir de la revolución copernicana que marcó el Inciba, y que evaluada desde cualquier criterio representó un avance con respecto a lo que había antes.
Como pocos Picón-Salas sabía de qué se trataba el cambio. Su biografía dice mucho de lo que era vivir como intelectual en Venezuela (y en general en Latinoamérica): o tener varios trabajos para comer, por ejemplo numerosas horas de clase y colaboraciones de lo que sea, escritas sin demasiado entusiasmo, para los periódicos que estén dispuestos a pagarlas; o andar a la caza de un cargo diplomático o de cualquier otra índole en el gobierno; o estar ante la incertidumbre de los exilios. Los tres platos los probó, abundantemente, en su vida, y si algún éxito tuvo él, así como todos los que detentaron el poder a partir de la década de 1960, fue el de garantizar cargos razonablemente pagados en las universidades o estipendios de otra índole para que la literatura (y en general las artes) en Venezuela dejaran de ser un oficio de “hombres cansados”, como lo llamó Arturo Uslar Pietri, es decir, de autores que se ponen a crear después de sus trabajos de ocho a cuatro. También fue un éxito que los creadores, en general, dejaran de tener miedo por lo que decían, componían o pintaban. Por supuesto, hay manchones en el panorama, sobre todo visto desde lo que ocurrió a partir de la década de 1990: para quienes no conocimos la vida de los “incibados” (como llamaban a los creadores becados por el Inciba, sobre todo ex guerrilleros pacificados) o nos preguntamos cómo hacían los miembros de la República del Este para sufragar tanto whisky, aquello nos parece insólito. Nuestros sueldos y nuestros afanes, en muchos casos, se parecen más a los de los años treinta, cosa que habla bastante del desmoronamiento general en el que estamos, así como de las falencias de aquel sistema que impidieron consolidarlo a largo plazo.
Sin embargo la mayor parte de lo construido ha sabido resistir (a veces mejor, como las orquestas, a veces peor, como los museos) y en todo caso sentado las bases de una producción intelectual que en conjunto constituye un legado y una oportunidad para retomar la senda en el porvenir.
La revolución pedagógica
A Picón-Salas le debemos, además, la profesionalización de la docencia y en general de las humanidades en Venezuela. Para 1936 el país estaba ansioso por modernizarse y democratizarse. Ansioso, confundido, exaltado. Unos querían empujar las cosas hacia una revolución radical, otros soñaban con encausarlas con “calma y cordura”, otros planificaban un programa de reformas a gran escala. Pero casi todos coincidían en que había que crear instituciones, impulsar la salud pública, democratizar y, para darle sostén al proyecto, fomentar la educación de las masas y crear esos nuevos profesionales y técnicos, tan urgentes como inexistentes en todas las áreas, que habrían de construir a la nueva Venezuela. A eso vino Picón-Salas desde Chile con un currículo impensable para el venezolano promedio: se había graduado de profesor de Historia en el Pedagógico de la Universidad de Chile, donde remataría su formación como doctor en la misma disciplina. Venía además con fama de socialista (aunque ya mucho más moderado de lo que se pensaba), y de tener algunos trabajos publicados que en su patria no habían circulado. En Venezuela tiene, además, dos amigos que despuntaban y al mismo tiempo marcaban los dos extremos entre los que se movería: uno lo es desde la infancia, Alberto Adriani, con sus ideas corporativista y su sueño de una Venezuela agraria y próspera; otro que lo contacta desde la órbita del socialismo, Rómulo Betancourt. La lectura del “Plan de Barranquillo”, que éste le manda, le dejó una impresión que no lo abandonaría el resto de su vida, convirtiéndose, en adelante, en un cercano colaborador suyo (llegó incluso a ser su secretario de la Presidencia).
En la Organización Venezolana (ORVE), militan los tres. No obstante, mientras Betancourt se distancia del gobierno y termina en la clandestinidad, Adriani y Picón-Salas obtienen cargos. Desde el de Inspector del Ministerio de Educación, el segundo impulsa la creación del Instituto Pedagógico, para el que logra la contratación de las dos famosas “misiones chilenas”. Con ellas y el nuevo instituto, no sólo nace una nueva profesión en Venezuela, la de docente (descontando los normalistas para la primaria, en los liceos daban clases personas venidas de cualquier profesión, más o menos improvisadas), sino que se comienza a estudiar de forma sistemática carreras con alguna especialización en humanidades (castellano, literatura, latín), ciencias sociales (historia, geografía) y ciencias naturales (biología, química, matemática). Otra revolución copernicana que le debemos a su empeño. De momento, sin embargo, estar entre las dos aguas le resulta imposible. Termina renunciando al Ministerio de Educación y a sus clases en el Pedagógico y acepta, por la siguiente década, cargos diplomáticos.
Para 1946 está Betancourt en la presidencia y de nuevo Picón-Salas en Venezuela. Se vive lo que todos, comenzando con el gobierno, llaman una revolución, por lo que es llegado el momento de aumentar la apuesta que ya había adelantado con el Pedagógico. Así propone (y logra) la fundación de la Facultad de Filosofía y Letras (hoy de Humanidades y Educación) de la Universidad Central de Venezuela. Nuestro país se había quedado muy atrás con respecto al resto de la región en esta área. Nuestra universidad seguía siendo una copia algo incompleta del modelo napoleónico, por lo que sólo formaba para ejercer profesiones liberales. No había investigación, por lo menos no de forma sistemática, y quienes escribían o enseñaban sociología, historia o filosofía solían ser abogados o médicos más o menos autodidactas en el campo, es decir, una situación similar a la de los liceos.
Nombrado primer decano de la facultad, se encargará de reunir en ella a los mejores talentos del país, muchos de ellos del Pedagógico, así como de contratar en el exterior especialistas encargados de formar a los filósofos, licenciados en letras, en historia, geografía y, más tarde, en educación y artes. También procuró becas para que algunos bachilleres destacados pudieran formarse en el exterior y así, algún día, encargarse de las cátedras. Como en el ínterin se había vinculado con la academia mexicana, desde ella trajo algunos republicanos españoles como Juan David García Bacca y Eugenio Imaz. Cuando en 1948 los militares dan un golpe de estado, ya es una figura lo suficientemente conocida como para convertirse en uno de los primeros scholars venezolanos: logra sobrevivir varios años dictando cursos en el Colegio de México, la Universidad de Columbia y la de Río Piedras.
El panorama de sus libros
La Facultad de Filosofía y Letras, el Pedagógico y el Inciba hubiesen bastado para garantizarle a Picón-Salas lugar en la historia. No obstante, así será de importante lo que escribió que en la actualidad su vida de funcionario, diplomático y político sólo es conocida por los especialistas que se aventuran a estudiar su biografía. Su obra es tan abundante y significativo que escapa de los límites de este artículo, pero como resulta imposible comprender su liderazgo intelectual sin este aspecto hay, al menos, que ofrecer un panorama de sus trabajos fundamentales.
Aunque comenzó escribiendo algunos cuentos y novelas, sus trabajos de narrativa en la actualidad interesan nomás que a algunos estudiosos muy especializados. Hay consenso, por el contrario, en considerarlo en un maestro de la ensayística, al lado (o por encima) de Uslar Pietri, Enrique Bernardo Núñez y Augusto Mijares. La necesidad de responder a las urgencias de su hora, sus compromisos y preocupaciones políticas, la demanda de las revistas y periódicos que lo solicitaban y en ocasiones le reportaban un ingreso extra (llegó a dirigir el “Papel Literario” de El Nacional), le hicieron escribir muchísimo. Su libro Comprensión de Venezuela (1949), es considerado un clásico del género (así como en general un clásico de las letras venezolanas). Recogido junto a otros ensayos en Suma de Venezuela (1966), que deja listo antes de morir, puede dar una buena idea del conjunto de sus trabajos.
Pero no solo ensayos escribió nuestro personaje. Sus apuntes para la cátedra en ocasiones se tradujeron también en trabajos importantes. De hecho, el que es, de lejos, su libro más famoso, De la conquista a la independencia: tres siglos de historia cultural latinoamericana (1944), en buena medida respondió a sus inquietudes de maestro. Producto de años de lecturas, clases y conferencias produjo, tal vez sin proponérselo, lo que hoy todos consideran una obra fundamental de la historiografía hispanoamericana. Suerte de gran mural de las letras de la región, el resultado fue un ensayo de comprensión global de su alma y sus esperanzas. Basta colocar el nombre en cualquier servidor de la Internet para comprobar hasta qué punto todavía genera admiración y discusión, hasta dónde se sigue usando en muchas universidades latinoamericanas y estadounidenses (en 1962 se tradujo al inglés con el título de A cultural history of Spanish America, from Conquest to Independece). Dicho sin rodeos: ningún otro historiador venezolano ha logrado producir hasta el momento un trabajo con un impacto similar en el exterior.
Podrían citarse otros trabajos importantes producidos al vivac de la cátedra, como Problemas y métodos de la historia del arte (1933) o el ineludible Formación y proceso de la literatura venezolana (1941), pero Picón-Salas se distinguió también en el género de las memorias, donde produjo textos como Viaje al amanecer (1943) y Regreso de tres mundos (1959), y de los relatos de viajes, que en su caso eran verdaderos ensayos de interpretación cultural, como Intuición de Chile (1935), Preguntas a Europa (1938) y Gusto de México (1952). Fue un biógrafo que publicó verdaderos best sellers como su Miranda (1946) o Los días de Cipriano Castro (1955), libro con el que se abordó por primera vez una etapa que aún generaba polémicas en Venezuela. Al final de su vida se convirtió en un pensador preocupado por la crisis civilizatoria del mundo moderno, la Guerra Fría y la amenaza nuclear, como puede leerse en Crisis, cambio y tradición (1955) y en Hora y deshora (1963).
La lección vital de ciudadanía
En conjunto, la de Picón-Salas no fue una obra que no se produjo en la tranquilidad de un cubículo universitario, sino en el torbellino de las luchas políticas, de los exilios, de los aprietos económicos de profesor de liceo o de profesor contratado por un semestre que no sabe qué hará en el siguiente. Una obra redactada en el tiempo que dejaba la edificación de un país, la fundación de instituciones, el debate de presupuestos y nóminas, las zancadillas y los vaivenes de la política. Hubo, eso sí, buenas temporadas como diplomático, a veces en destinos muy apetecibles, que acaso compensaron los años de presión. En conjunto demuestra que sí se pueden hacer grandes cosas en medio de las tormentas. Que el compromiso ético y político con la ciudadanía puede rendir frutos y a la larga vale la pena. Tal vez mientras hacemos cola para conseguir un kilo de harina pan, penamos para encontrar una medicina que no se encuentra en ningún lado (y en la que se nos puede ir la vida), tenemos el carro parado por no conseguir una batería o nos enteramos que atracaron a un amigo o familiar (¡a otro más!), puede ser útil este referente moral e Intelectual. También lo puede ser para quienes se marchan del país tratando de rehacer su vida en el exterior, como él lo hizo varias veces. La rabia y la indignación pueden traducirse en creación perdurable. Seguir la lucha por sus valores es el mejor homenaje que podemos hacer a los cincuenta años de su muerte.
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