domingo, 4 de mayo de 2014

PLACA

De un murosónograma
Luis Barragán 


Referido en otras ocasiones, el régimen ha intentado la construcción de un imaginario social propio de los años sesenta del siglo anterior.  Se tiene por debate ideológico, un eufemismo de los centenares que nos explican, un promontorio de  citas y consignas propias de la Guerra Fría que dicen actualizarse con la invocación de autores más o menos recientes y, para ello, basta con la lectura atenta de las cartas, oficios y demás comunicaciones oficiales del Ejecutivo Nacional remitidos al Legislativo, añadidos no pocos discursos de los mandamases en el hemiciclo.
Pocos días atrás, Jonathan Benavides orbitó en las redes sociales la fotografía de un muro en la UCV que presume de la audacia de sus trazos: “La humanidad sólo será libre cuando el último capitalista penda de las tripas del último burócrata Mayo ’68 Barricada”.  Además de retrotraernos a eventos de un reconocido impacto en la ya remota Europa, cuyo estudiantado dijo sublevarse moral y políticamente, aunque distante de lo que todavía ocurre en este lado del mundo, remitiéndonos a viejas novelas como “La vida exagerada de Martín Romaña” de Alfredo Bryce Echenique (1981), coloca el acento en la flagrante extemporaneidad que nos aqueja.
Así como quedamos congelados en el tiempo respecto a la tecnología de la transportación y de las comunicaciones, por no citar los retrocesos del paladar, igualmente ocurre en el mundo de las ideas.  El atraso en el modelo de los automóviles y móviles celulares, consumiendo alimentos de mera supervivencia, dizque portadores de las más elementales calorías, guarda correspondencia con el dramático déficit de una literatura ya imposible de importar, quebrada la posibilidad de generarla y editarla endógenamente, según el término oficial.
Lentamente, nuestras librerías cierran y las que todavía se mantienen, se ven forzadas a los precios astronómicos que las circunstancias imponen. No llega la bibliografía actualizada en los diferentes campos del saber y del sentir, sumadas las revistas especializadas que antes colmaban nuestras estanterías, resignados a las noticias que la infopista pueda dispensarnos mientras que llega la definitiva censura – directa e indirecta – al medio.
Las más encendidas polémicas que autorizan la producción editorial en otros lugares, incluida la aparición de narradores que marcan una pauta, ya los sentimos ajenos, extraños y curiosos. Los anaqueles cada vez más están desabastecidos de los autores clásicos que, sorprendentemente,  abaratados en otros mercados que son tales,  constituyen otro indicador fiable de la pobreza que hemos ganado en los últimos años.
Las bibliotecas públicas y privadas tienden a exponer las piezas enfermas debido a las escasas adquisiciones que se permiten, aunque la basura propagandística abulta todas las instalaciones del Estado.  Y esto ocurre deliberadamente, a juzgar – por ejemplo – por la sede de lo que décadas atrás fue la Biblioteca Nacional.
En efecto, cada vez que nos dirigimos a nuestro lugar de trabajo, observamos el local ubicado frente a la fachada sur del Capitolio Federal, entre las  esquinas de La Bolsa y San Francisco. Ahí, funcionó por largo tiempo la histórica sede bibliotecaria sucedida, en los tiempos de Virginia Betancourt, por la exitosa, actualizada y concurrida Biblioteca Pública Central de Caracas; y, hoy, desalojados dos o cuatro años atrás los damnificados que albergó, apenas logramos mirar al fondo un espléndido espacio vacío que acuna todo  el deterioro de la impune indiferencia oficial.
Entre las prioridades gubernamentales, no hallamos divisas para las letras. Por cierto, prioridades que no saben de una rendición de cuentas, pues, solicitan ahora la más mínima factura de los gastos viajeros al más y menos pintado, pero quedan entre los escombros del misterio la debacle de CADIVI.
Nada debe extrañar que una pared universitaria exhiba tan trillada leyenda, porque nuestras querellas públicas están demasiado adoloridas por el atraso, destacando infame y desvergonzadamente el discurso del poder. A nuestras acrecidas indigencias, agreguemos la censura imperceptible que el socialismo rentístico ha logrado: la de las ideas que sean convincente y sustancialmente tales.
Hace poco, intentamos obsequiar un ejemplar de Haruki Murakami que no hallamos en la sucursal ni el resto de las sucursales de la cadena de librerías donde lo adquirimos dos años atrás, agotado también un estupendo autor reciente como Fedosy Santaella.  Las perspectivas no lucen promisorias, pues, en el caso que el japonés vuelva a importarse o el venezolano a reeditarse, los precios serán siderales, por no mencionar a otros novelistas afines y ya francamente desconocidos. Valga la acotación, ambos no encabezan la lista de adquisiciones de las bibliotecas públicas y quedará lejano el recuerdo de haber leído a Umberto Eco y  - por entonces, carísimo -  “El péndulo de Foucault”  en la ya remota Biblioteca Nacional, cuando no había aterrizado en las mejores librerías de la ciudad, o las obras al día de Ednodio Quintero, Eduardo Liendo y José Napoleón Oropeza, ofrecidas por el referencista de la sala como una magnífica noticia de sus aficiones literarias.
Lo más sorprendente de “El hombre que amaba a los perros” de Leonardo Padura (2009), reside en la búsqueda de los libros que escribiera y se escribieran sobre Trotsky en Cuba. Toda una hazaña, incurrió en ciertos hallazgos arqueológicos renunciando de antemano a las novedades biográficas prohibidas y francamente desconocidas en la literal isla caribeña.
El muro de la universidad comprueba el cretinismo de las ideas políticas que ventilamos, cada vez más aislados. Suerte de murosónograma, lo peor es que nos deleite el anacronismo.

Fotografía: JB, 04/14 (UCV, Caracas).
http://opinionynoticias.com/opinionnacional/19104-de-un-murosonograma

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