viernes, 23 de mayo de 2014

POSTAL (2)

El Nacional - Lunes 14 de Febrero de 2005     B/10  Cultura y Espectáculos
Para Alejandro Rossi siempre “vale la pena batallar”
El escritor, nacido en Florencia, Italia, pero con fuerte raigambre en Venezuela desde su niñez, confirma su contundente presencia literaria con la reedición de sus Cartas credenciales, un libro tan singular como entrañable. Un gran preámbulo para su llegada al país en abril, cuando recibirá en la UCV el doctorado honoris causa junto con Rafael Cadenas y José Balza
RUBÉN WISOTZKI

“Siempre aspiro a la paz, pero cuando la logro, que no es por lo general con frecuencia, me aburro un poco con ella”
Cartas Credenciales de Alejandro Rossi Fundación Bigott Caracas, 2004
Llama la atención cómo un país como Venezuela, tan dado a la alegría –a pesar del juicio de los agoreros y alicaídos, según unos; de los realistas y sensatos, según otros–, es capaz de ocultar entre sus pliegues alguna de sus mejores sonrisas.
Como ejemplo está el hecho de que poco o nada se celebró la reedición de Cartas credenciales, del escritor Alejandro Rossi. Publicado por primera vez en 1999 por la editorial Joaquín Mortiz, a mediados del año pasado el sello La Bigotteca, de la Fundación Bigott, tuvo a bien el reeditarlo.
Lo bueno es que la alegría no tiene, por los momentos, fecha de vencimiento. Y en lo que respecta a la literatura, al menos en el caso de Rossi, no hay quien dude que la alegría tiene la eternidad asegurada.
Por eso la llamada a su casa, en Ciudad de México, donde reside, es un poco de sol en medio de las lluvias.
–Hay libros que, por encima de otros, se intuyen como indispensables para sus autores y, al mismo tiempo, condicionados por una urgencia extrema. Así se percibe éste. ¿Nos equivocamos?
–Tiene usted razón. Hay un conjunto de autores que están en el horizonte del libro y me urgía escribir acerca de ellos. Cartas credenciales fue escrito a lo largo de varios años y, como usted verá, son artículos diferentes y para ocasiones diferentes. No sé cuál es el más viejo de ellos, pero creo que el libro recoge trabajos míos de los últimos 10 años. Quedaron otros artículos por fuera, tengo todavía muchas cosas que no se han publicado y es posible que si hubiese otra edición de Cartas credenciales, a lo mejor podría agregarlas.
–Cuando lo entrevistamos en 2001, aquí en Venezuela, nos confesó que estaba tratando de escribir “un libro mayor”, a pesar de ser un escritor, según sus propias palabras, de brevedades.
¿Continúa ese sueño?
–Claro que sí. De hecho, ese libro mayor está casi concluido y está en la etapa difícil y larga de la corrección.
–¿Verá luz este año?
–Que sus palabras me traigan buena suerte. Usted sabe cómo son esas cosas. Uno las nombra y después se demoran. Yo espero que el libro esté corregido a mediados de año y el resto se lo dedicaré a esperar que salga.
La vida sin recetas –Volvamos entonces a éste que es una realidad: en el primer texto asegura que “quedan los rituales privados para alejar la angustia y alcanzar un descanso precario”.
Apiádese por favor de los otros mortales y confiese al menos uno de esos rituales, el más insignificante al menos.
–No, no puedo. Sepa usted que esos rituales obedecen a conductas profundamente neuróticas. No tendrían, además, aplicación para otras personas. Esas son invenciones privadísimas para salir de ciertos trances, de ciertos males psicológicos personales. No son recetas para otras personas. Y déjeme confesarle, sí, que esas recetas nunca sirven. Son falsos remedios. Lo único que sirve es alejarse de los problemas. Por fortuna, la vejez me ha calmado un poco y ya no necesito tantas mañas y rituales para ayudarme a vivir.
–Ya que menciona usted la vejez, y apegados a esa declaración en la que afirma no poseer una estrategia de vida, ¿cómo se sitúa ante la última gran recta de la vida frente a la palabra? ¿Hace más ligera la carga en estos días?
–Hay una sensación de que en algo ayuda, hay una sensación de que, de alguna manera, el juego ya está hecho, y que por consiguiente uno ya no se proponer modificarse a sí mismo demasiado, que hay que jugar con las armas que uno tiene, y que esas no mejorarán, sino que empeorarán. Hay, por lo tanto, una mayor falta de tensión. Y una, digámoslo aquí, mayor libertad. Ya no hay tantas angustias, da uno con una mayor distensión, y quizás, sí, todo esto ayude a escribir.
–Podemos coincidir también en que las únicas recetas que ayudan hoy en día son las de la cocina, ¿no?
–Sí, aunque en estos últimos años también me he vuelto más austero en la cocina. (Risas) –Pero no en la literatura, afortunadamente.
En la crónica que le dedica a su encuentro con Jorge Luis Borges nos brinda un final excepcional. Usted, siguiéndolo en la calle a distancia, en la noche, después de una conferencia dada por el autor de El sur , “asombrado en el fondo de que las cosas fuesen así, tan simples y tan enigmáticas, un hombre camina por la calle. Yo todavía lo sigo”. ¿Todavía lo sigue?
–Sí, todavía lo sigo. El seguir a Borges es una de las constantes de mi vida. Es algo inamovible.
Su obra me acompaña todo el tiempo. Para mí, su rigor estilístico y su rigor imaginativo son toda una lección.
La paz en batalla –De Juan Nuño, su amigo y otro de sus referentes intelectuales, ha dicho que era más feliz en la guerra que en la paz. ¿Qué nos dice de usted: la guerra o la paz?
–Sí, Nuño disfrutaba de la batalla, de la polémica, de la discusión.
Eso habla de su talento y de su vitalidad, tan necesaria esta última para Venezuela en esos años. Yo, por mi parte, siempre aspiro a la paz, pero cuando la logro, que no es por lo general con frecuencia, me aburro un poco con ella. Y entonces se crea un vacío que me hace volver a la batalla. Vale la pena batallar. Batallar no necesariamente es un llamado a la guerra. Batallar significa entrar en discusión con la vida, entrar en discusión con los semejantes, con los amigos, batallar es estar en la confluencia de las decisiones, en la confluencia de las cosas que ocurren. Y las cosas que ocurren no son necesariamente políticas. Son las aventuras de la vida, las aventuras de las amistades, las aventuras intelectuales.
Todo eso implica actividad, compromiso y movimiento. Ninguna de estas cosas tienen que ver, para mí, con la paz. Quizás tenga yo un concepto equivocado de paz.
–¿Y por qué no define aquí la paz con sus palabras?
–Yo veo la paz como un señor sentado mirando el cielo, con el alma pura y limpia, lleno de tranquilidad. Es una imagen que me agrada, pero la siento un poco vacía.
–¿Cuál es la última batalla que recuerda haber dado?
–A ver, a ver. La última batalla la debo haber dado ayer, leyendo. Sí, fue ayer, imagínese, estaba leyendo La Ilíada y me estaba imaginando algunas cosas. Nunca se sabrá si salí airoso de ese compromiso.
–Por lo menos salió vivo. –No sé cuán vivo quedé, pero sí sé que quedé con ganas de seguir. (Risas) –En Aquí , donde explica por qué vive en la capital mexicana, deja colar una aseveración contundente:
“... cada vez me importa menos la realidad exterior”.
¿Por qué?
–No sé si esa frase me la aplicaría en estos momentos. Lo que quiero decir es que no me importan ciertos acontecimientos que parecen muy importantes, muy dramáticos, muy aparatosos, que ocurren todos los días. Estoy pensando en que hay una cantidad de ajetreos en la realidad que desaparecen y que, en definitiva, no tienen ninguna importancia. Prefiero mantenerme alejado de cosas como ésas.
–Como hombre de pensamiento y palabra, díganos: ¿qué debemos mejorar los seres humanos?
–Esa es una pregunta de sabio chino. (Risas) No me considere así, porque creo que lo voy a desilusionar con mi respuesta. Pero, en fin, ayudaría si fuésemos más tolerantes.
–¿Eso deben saber, por encima de todos los saberes, los niños hoy en día?
–Ay, déjeme decir lo que no deben saber, no lo que deben saber: los niños no deben saber cómo lastimar a otros.
Venezuela, realidad emotiva
Las solapas, así como son inútiles en los trajes, tienen a veces un valor particular en los libros. El de Cartas credenciales, para aquellos jóvenes que no sepan de las complejas raíces de alguien tan importante como Alejandro Rossi, es iluminador.
De padre italiano y madre venezolana, el escritor, como ya se dice en el sumario de la nota, nació en Italia, pero se educó filosóficamente en México, Alemania e Inglaterra. Hoy, dice la solapa, es ciudadano mexicano.
Lo que no se apunta, fiel al rigor de ese tipo de textos, es la relación amorosa que tiene con Venezuela desde siempre y en esta entrevista ratica:
“Venezuela es una realidad inmensamente presente en mi vida. Y en la actualidad de mi vida. Venezuela es una realidad emotiva para mí, es una realidad constitucional para mí. Venezuela no es un helado que me gusta más o me gusta menos. Venezuela forma parte de mi visión de la vida”.

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