lunes, 26 de mayo de 2014

UNIVERSAL

EL NACIONAL, Caracas, 12 de febrero de 1998
El redescubrimiento de América
Jesús Sanoja Hernández

En Humboldtianas, volumen que reúne artículos y crónicas de Arístides Rojas, recopilados y publicados por Eduardo Rohl, aparece la figura del barón en diferentes momentos y espacios, y acaso haya sido ese libro el mayor reconocimiento que entre nosotros se le haya hecho al ``nuevo Colón''. Humboldt llegó a Caracas al finalizar el siglo XVIII y la abandonó al iniciarse el siglo XIX, cuando emprendió viaje hacia el Orinoco, vía los llanos, para, luego de tocar en San Carlos de Río Negro, seguir hasta la desembocadura del canal de Casiquiare en aquel tramo donde se comunica la cuenca amazónica con la del Orinoco. Fue exploración, no en busca de El Dorado, como las de los conquistadores y aventureros del siglo XVI, incluido Raleigh, sino de la verdad científica, en él no exenta de deleite estético.
De vuelta por la ruta fluvial llegó a Angostura el 13 de junio de 1800, y de allí continuó hacia Cumaná, por El Pao, Cachipo y Nueva Barcelona. Humboldt y Bonpland (en cuyas relaciones por cierto, Ibsen Martínez incursionó a través del recurso teatral) culminaron su expedición por donde la habían comenzado, por ``la primogénita del Continente''. No conocieron, pues, el encuentro del gran río con el Caroní, ni mucho menos la maravillosa deltaica que llevaba las aguas del Orinoco al mar.
La visión de Humboldt -y específicamente la de Venezuela- fue muy distinta a las de Gilij, Gumilla o Caulín, y no sólo por su formación científica, sino porque ya la literatura de viajes se había visto penetrada, en Europa, por el espíritu de investigación y el inventario tan propios del expansionismo de fines del XVIII y comienzos del XIX. Mary Louise Pratt, en su breve ensayo, ``Humboldt y la reinvención de América'' sostiene que ``desde una perspectiva global, los viajes de Humboldt por América y sus escritos coinciden con una coyuntura particular de la expansión capitalista europea donde termina la fase marítima de la exploración y comienza la interior, ``tierra adentro''.
Hasta 1804 Humboldt y Bonpland estuvieron recorriendo territorios americanos. En 1805 el sabio alemán se encontró con un joven venezolano en París ``a quien le abrió los ojos sobre las tareas que le esperaban en Sudamérica. La palabra independencia parecía flotar en el ambiente, y Humboldt opinaba que el futuro estaba ya maduro'' (Christian Herner).
Bolívar no desoyó la advertencia y mientras Humboldt escribía incansablemente los volúmenes del Viaje..., él se preparaba para emprender, también incansablemente, la empresa liberadora. En la Angostura que el alemán había visitado en los días de la Gobernación de Inciarte, aquel Bolívar, diecinueve años después, pronunciaba el discurso que se constituiría en la pieza clave de su pensamiento político. El Orinoco devolvía su curso, mientras cerca del Caroní -el río por Humboldt no avistó- Piar había sellado con éxito la campaña de Guayana.
Fue Bolívar quien llamó a Humboldt el segundo descubridor del Nuevo Mundo. De este no sólo dejaría el mayor y más logrado de los documentos con su extensa relación científica, sino que guardaría cierta memoria para la ciudad avileña, a cuya cima (la Silla de Caracas) habían ascendido él y Bonpland el 2 de enero de 1800. Humboldt se conmovió cuando supo del terremoto que en la semana santa de 1812 asoló a la ciudad.
Acosta Saignes debió explicar cierta vez por qué Humboldt aparecía en una pequeña colección dedicada a relatar vidas de ``los más ilustres venezolanos''. Simplemente era un sabio universal y su Viaje... destacaba cómo ``uno de los libros clásicos de la cultura venezolana''. ­Palabras inobjetables! Viajar con Humboldt (y Bonpland) es redescubrir, en el túnel del tiempo, a las regiones equinocciales, desde entonces materia de las ciencias más que de la crónica y la fábula.

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