lunes, 29 de agosto de 2016

SE OYE AL VENIR

EL NACIONAL; Caracas, 29 de agosto de 2016
Libros: Amos Oz
Nelson Rivera

Hay narradores a los que se escucha venir. Hacen sentir sus pasos a lo lejos. Los hay corteses, que dan un corto merodeo, como Zweig o Turgueniev; los que nunca pierden la ocasión de hacer sonar al mundo (en Conrad, por ejemplo, hasta los silencios resuenan). Otra raza, no la única por supuesto, es la de los narradores repentinos. Autores cuyas historias saltan con la primera frase. Como si la narración impaciente no pudiese esperar por el lector. Bus apurado: cuando pisas el peldaño, el relato ya está en movimiento. Son repentinos Kafka, Chejov y, en muchos de sus magistrales relatos, John Cheever. Hechizan: es tal la impronta y rapidez de sus trazos, que parecen magos. A esa misma categoría pertenece el Amos Oz (Israel, 1939) de Hasta la muerte (Ediciones Siruela, España, 2016).
El volumen lo componen dos novelas cortas. La que abre el libro tiene como título “Amor tardío”. De la primera a la última línea, una catarata: la voz del viejo Shraga Unger, que vive para advertir a sus compatriotas judíos del peligro que la Rusia comunista y bolchevique representa para el judaísmo ruso y para la totalidad del pueblo judío. La suya es una mente en estado de asedio: siente que se acaba el tiempo. Urgido, no escucha. En sus arrebatos de supra conciencia, reconoce que los demás tampoco le escuchan a él. Pero no puede parar, aun siendo testigo de su declive, de su desintegración por goteo. “Ahora, con sesenta y ocho años, solo, sin amar ni ser amado, se me concede una última prórroga para intentar expresar dos o tres cosas. Después me entregaré en paz”.
Por momentos, el palabrerío de Unger se desata. Alcanza picos altos, delirantes. Es un hombre que compendia el miedo acumulado por su pueblo, luego de milenios de persecución. Sin embargo, el paranoico torrente porta otras cualidades. Paréntesis o momentos de ralentización, en los que surgen sutiles observaciones que se aproximan a lo inexpresable. Confesiones, reclamos a la vida,  puesto que “comienzas de pronto a esperar con ansias un esclarecimiento, una aclaración aguda, parece que algo debe, tiene que revelarse, una versión, una combinación vertiginosa, un propósito, pues no es posible que hayas nacido y también vayas a morir sin que te acontezca al menos una aclaración, sin que te ocurra una luz fuerte, sin que te pase algo….”. La manía persecutoria que padece Unger no aplasta en él otras dimensiones: su percepción de que hay una dialéctica eterna de construcción-destrucción; su sensación de la cotidianidad que se carcome a sí misma; su advertencia –dirigida a sí mismo y al mundo– de que el terror a las inmensidades puede conducir a la pérdida de la razón.
La segunda narración, más breve, se llama “Hasta la muerte”. Su tono impone: mesura, precisión, cierta majestad. Año 1096. Desde Aviñón, Guillaume de Touron, un señor de la nobleza, encabeza una cruzada que se pone en marcha rumbo a Tierra Santa. Son tiempos donde la fe salva o mata, bajo las formas más aberrantes de tortura. Los creyentes, así como esperan las señales de Dios, temen a las brujas y al mal. Tiempos donde la cruz se trocaba en espada.
“El señor cabalgaba sobre su yegua Mistral sin prisa. No se trataba de moderación, tampoco de la calma que sigue al martirio, sino de un lento avance en horizontal a lo largo de los caminos”. La extensión de la ruta, los peligros que acechan, la reaparición constante de lo desconocido. Guillaume de Touron es un hombre silencioso e implacable. El largo camino hace inevitable la aparición de lo inesperado. El miedo se instala. Se sospecha hasta de los propios cruzados. Quizás haya algún infiltrado del mal. “Miraba a sus hombres. A cada uno de ellos, sus gestos y sus movimientos al comer, al reírse, al dormir, al cabalgar. ¿Tiene sentido buscar en la esfera sensible? ¿Qué es judío en un judío?”.
Hay empresas que los hombres acometen, destinadas a causar dolor a sí mismos y a los demás, quizás porque una vez iniciadas, se pierde para siempre el coraje de volver atrás. Empresas de la fe extrema. “A menudo, Guillaume de Touron pronunciaba un extraño sermón, repetitivo y febril, en el que pedía a sus hombres que lo amasen, que se amasen los unos a los otros, que amasen a los caballos que agonizaban de frío, que amasen su propia sangre y su propia carne porque su sangre no era su sangre y su carne no era su carne”.

Fuente:
http://www.el-nacional.com/opinion/Libros-Amos-Oz_0_908309315.html
Cfr.
http://lbarragan.blogspot.com/2010/08/oz-en-escena.html

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