Luis Barragán
El proyecto socialista que continua su amargo curso en medio de la crisis humanitaria que generó, jamás fue elementalmente explicado y, menos, discutido entre los propios propulsores. Incluimos la participación decisiva del sector militar que, inevitable, se realiza a sí mismo en una economía rentística a la que paradójicamente no le alcanzan ni alcanzarán los ingresos petroleros.
La sola revisión del conocido y muy completo repertorio bibliográfico de Rafael Ramón Castellnos (“Hugo Chávez y la Revolución Bolivariana”, El Perro y la Rana, Caracas, 2010), nos permite constatar la muy escasa o inexistente reflexión que la corporación castrense ha suscitado en una dirección del Estado que dice inspirarse en el marxismo. Excepto las reiteradas consignas propagadas por el extinto mandatario, propias del empuje populista que puso siempre de relieve la inspirada marcialidad de Bolívar, agotando la versión guzmancista al extremo, o uno que otro panegírico editado por el gobierno o Vadell Hermanos, es notable el deliberado desinterés por abordar la materia.
El marxismo ornamental que los asfixia, dizque legitimando la prolongación de una dictadura que destella con la yunta cívico-militar, es el que mejor conviene, por cierto, a los críticos del imperialismo yankee que les contenta haber fundado la sujeción con el neoimperialismo chino. E, igualmente, les conviene el panegírico exasperante que los releva de cualquier consideración innecesaria sobre la naturaleza y alcances de la institución armada, conformes con la cátedra que se imparte en las academias militares sobre una supuesta doctrina militar de exacto cuño chavista.
Los estudios de Trotsky sobre el fenómeno militar, reseñados por Isaac Deutscher, encaminados a predecir algunos de los aspectos que se realizaron con la primera guerra mundial, lucen como un dato remoto y extravagante para los devotos del actual régimen. Y para qué hurgar en las fuentes leninistas, pues, les basta con recrear doctrinariamente – si fuere el caso – la etapa de infiltración de las Fuerzas Armadas que impulsaron desde la década de los sesenta del XX, ya consumada,, sin necesidad alguna de recordar al invasor de Machurucuto, la confrontación del PCV con los Castros en 1967, la pacificación o cualesquiera otras circunstancias que obliguen a la discusión.
Una rápida revisión de la hemerografía y de los propios debates parlamentarios en la última década y media, corrobora los enunciados. Y, además, existen demasiados intereses creados favorables a una versión mágico-religiosa del sector militar que, acaso, con el Arco Minero de Guayana, olvidando al Esequibo, sabe o sabrá de una ventajosa incursión como la lograda por sus pares brasileños con el Amazonas o chilenos con el cobre.
29/08/2016:
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