Inmigración
Luis Barragán
En el presente siglo, el país recibió una fuerte inmigración que nadie explicó y, mucho menos, el gobierno. No obedecía a una política sistemática, como la que se implementó a mediados del XX, o a la atracción natural que ejercimos en los tiempos de las muy generosas bonanzas petroleras, surgiendo – poderosa – la sospecha de un jugoso negocio de legalización, propio de un miserable tráfico de seres humanos que, en nuestro caso, no equivale a gesto alguno de xenofobia, pues, en última instancia, todo un motivo de orgullo, nuestro país siempre fue un referente de hospitalidad y desprendimiento.
Por estos años, nos percatamos de una cada vez más numerosa presencia de chinos que, por cierto, prontamente, adquirieron nuestros gestos y modismos, comprobando una sorprendente facilidad para la adaptación y supervivencia. No sólo adquirieron pequeños y medianos locales comerciales, en los más variados renglones, en pueblos y ciudades, sino que, nos antojamos, exhibían relaciones de trabajo que muy poco abonaba al cumplimiento de la específica ley.
Alguna vez, quisimos imaginar una interpretación marxista de Domingo Alberto Rangel, pues, semejante a lo ocurrido con las otrora grandes inversiones estadounidenses, las de China en nuestro país se traduciría también en la multiplicación de empresas concesionarias, importando ejecutivos y trabajadores capaces de realizar una amplia mercadería proveniente del país natal. Sin embargo, tan cauteloso el neoimperialismo asiático en un país hundido por la crisis humanitaria, tales inversiones se convirtieron en asombrosos e improductivos empréstitos y, al disminuir la presencia de sus agentes en Venezuela, imposibilitados de traer – incluso – la vistosa bisutería o los fuegos artificiales que nos deleitaban, ya ha aumentado el cierre de locales y van quedando sólo aquellas familias tentadas por el mestizaje y una definitiva estabilidad existencial.
Entre las cifras más curiosas que pueden citarse, Héctor Valecillos Toro da cuenta de una situación anómala respecto a la inmigración: “… Si se atiende al número de extranjeros naturalizados entre el 2004 y el 2006, puede estimarse que en los últimos veinticinco años deben haberse residenciado en el país entre 4,5 y 5 millones de personas, cifra realmente impresionante y difícil de justificar sobre la base de (supuestos) requerimientos de personal por parte de la economía (…) Para bien o para mal, la inmensa mayoría de ellos fueron ya naturalizados (violando abiertamente la ley, como es sabido) y con seguridad permanecerán entre nosotros como otros venezolanos más”. Calculada la naturalización “express” de 3,5 millones de extranjeros, rápidamente contrasta el dato con los 350 mil – principalmente – españoles, italianos y portugueses que recibimos entre 1945 y 1957 (*).
Desactualizadas deliberadamente las estadísticas oficiales, hemos sabido que buena parte de la inmigración masiva del presente siglo, no se encuentra en Venezuela aún muy antes de la debacle económica y social, porque – sencillamente – la transitó para sufragar a favor del régimen en las ya viejas oportunidades que le ofreció, sirviendo el pasaporte de su novedosa nacionalidad para pivotearse fundamentalmente hacia Europa. Todavía recordamos la anécdota de una venezolana amiga, residenciada desde hace más de veinte años en Barcelona (España), quien se tropezó con una familia de “connacionales” que aseguró que la prole había nacido en la Clínica Concepción Palacios de El Silencio, en Caracas.
Venezuela fue y debe ser siempre el generoso hogar para recibir a quienes deseen habitarla y vivirla, como si hubiesen nacido en esta tierra, como ha ocurrido con los viejos inmigrantes - de este u otros continentes - de una venezolanidad que enorgullece y conmueve, ya de varias generaciones. Caso muy distinto al abuso del largo gobierno del siglo XXI que, además de explotar una terrible veta comercial, tampoco da cuenta de las centenares o miles de personas que pueden tener o tienen antecedentes terroristas, por no citar los espacios bajo dominio de las fuerzas irregulares del vecino país.
Los triunfos plebiscitarios de Chávez Frías también se explican por los votantes pasajeros que, valiéndose de las circunstancias, siguieron de largo hacia otros países después de cumplido el acuerdo o contrato. Lo peor es que, trastocados en emigrantes, se cuelan estadísticamente en una diáspora sufrida y sentida de compatriotas, como jamás la habíamos tenido en todo nuestro historial republicano.
(*) “Crecimiento económico, mercado de trabajo y pobreza. La experiencia venezolana del siglo XX”. Ediciones Quinto Patio, Caracas, 2007: 33 s., 49.
Composición gráfica: Julio Pacheco Rivas ("con el perdón de Cristóbal Rojas"), tomado de Facebook.
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