Luis Barragán
La diferencia entre el elector de 1998 y el de 2017, está simbolizada por el precio del Losartán Potásico de cien miligramos. Ahora, esperando nuevo aviso, a 49 mil bolívares la cajita que debe leerse 49 millones de bolívares, mientras que el pasaje mínimo para el transporte público a cien bolívares ha de entenderse como cien mil bolívares. El viejo elector podía sufragar puntual, limpia y transparentemente hasta para incurrir en un garrafal error histórico, pero el novísimo ni siquiera lo es al desconocérsele el derecho de sufragar, imposibilitado de enmendar pacíficamente la plana.
El elector promedio del siglo XX fue más saludable, pudiendo alcanzar la debida atención médica y obtener los medicamentos necesarios, eligiendo una de varias marcas, a precios razonables, pero el del XXI está rifándose la vida, pues, las divisas que le hacen falta, aunque paga sus impuestos – por lo menos - diariamente a través del IVA, tienen un destino incierto, porque del presupuesto público lo único que sabe es del anuncio de nuevas adquisiciones de armamentos. La hipertensión, una enfermedad crónica que se ha hecho común, por no citar las otras, aventurados con cualquier epidemia, constituye un delito por el cual – adelantada la sentencia – cumplimos una pena que tampoco está contemplada en ley alguna con excepción a la de la gravedad inherente a todo proyecto totalitario que se empina sobre nuestras caídas.
El califato biométrico de la Venezuela post-rentística en el que nos hemos convertido, marca sobradas distinciones con la centuria pasada. Bastará indagar sobre las mínimas condiciones existenciales para constatar no sólo una regresión en los niveles de vida tan inconcebible como inaceptable, sino la pérdida galopante de las libertades públicas y la comprensión misma de la paz, hoy adulterada por el chantaje sistemático de un régimen que está dispuesto a una guerra civil para permanecer, como si no fuésemos ya víctimas de ella.
El califato que registra con insigne morbo la data de todos los venezolanos, convertidos en reos de oposición, ha trazado el camino de su pronta desaparición. Insostenible, demuele todo lo que encuentra, añadida la deliberada destrucción del ingreso real, el robo descarado de los dólares que el petróleo y el masivo endeudamiento reportaron y reportan, prendida una gigantesca lavadora para satisfacción de narcotraficantes y terroristas internacionales.
En esta comarca de los comunistas empedernidos que engañaron al elector de 1998 y, descubiertos, menos permitirán que lo haya en 2017, ni la más modesta pastilla para el hipertenso arterial que ha generado, aparecerá, pues, las divisas les pertenecen para engordar las cuentas hábilmente abiertas en la banca foránea y, descaradamente, complacer sus propios antojos personales. El dólar ha muerto y con él, miles de venezolanos en las calles por obra del hampa ordinaria y de la organizada que aceita sus armas bajo el amparo de un Estado meramente nominal e indiferente por la suerte de los que ha enfermado, además, desnutriéndolos.
06/02/2017:
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