lunes, 26 de agosto de 2013

SENTIR LO QUE NO SE VE

La invisible pobreza radical
Luis Barragán


Castigándonos con una de las más prominentes confusiones, las estadísticas oficiales celebran la superación de la pobreza en sus distintos niveles. Intuimos que forzando las ecuaciones, el gobierno nacional nos fustiga con una versión idílica de las realidades, aunque el desabastecimiento de los insumos básicos, por citar un renglón apenas, lo desmiente.

Socialismo rentístico, al fin y al cabo, genera y transforma los más disímiles estratos sociales que procura atar con esa vaporosa, pero contundente noción de la pretendida yunta cívico-militar que ni siquiera, según el canon, puede sincerarse como una alianza obrero-campesina. A propósito de la fallida discusión del Proyecto de Ley Orgánica de Cultura, atentando contra las más elementales expectativas que hoy nos interpelan sobre la propia existencia de una opinión pública, por lo menos, organizada y combativa como existió una década y media atrás, no hubo una acabada y convincente definición oficialista de sus sujetos sociales, escondiéndose en la consabida, demagógica y retrasada fórmula del llamado poder popular.

Si mal no recordamos, con el rigor teórico del caso, en una ya vieja publicación, Roberto Briceño-León detectó 18 clases sociales al calor de las recordadas bonanzas,  y, luego de los más extraordinarios ingresos petroleros de estos años, sumado al gigantesco e impune endeudamiento, parece lógico un nuevo proceso de modificación de sectores, valores y relaciones. No obstante, imperando los más asombrosos estereotipos, el poderío estatal sin precedentes, es el partero de unas nuevas minorías en pugna que, únicamente, coinciden en el decidido proyecto de premodernización del país, pues, no por casualidad, en la citada discusión – incluso – la postmodernidad fue la gran ausente.

Y tampoco es casual que, en los cambios que sufre el culto a la personalidad del anterior, legitimando el que abrirá las puertas para el actual mandatario, haya un manejo muy particular de la pobreza que sufrió en su infancia y adolescencia. Luce obvia la pregunta sobre la padecida por otros sectores sociales, porque – por una parte – no sería tal cruel como la versionan, siendo hijo de una pareja de maestros, hasta donde entendemos, y – por otra – no sólo pudieron sostenerle en la exigente Academia Militar, así como darle educación universitaria al resto de la prole, sino que – por lo menos, reconocida una rápida movilidad social – el padre de Chávez Frías fue un alto funcionario del gobierno copeyano del estado Barinas.

Puede decirse que, en medio de esa pugna abierta o soterrada, directa o indirecta por alcanzar una cuota de la renta internacional, perdemos la idea misma que compartimos sobre la pobreza y, por obra de la intensa e implacable maquinaria publicitaria y propagandística oficial, la más cruda, brutal y reveladora, la han invisibilizado. Acaso por demasiadas veces vistas, imponiéndose la costumbre y el cansancio, tampoco encuentran cupo y asombro las gráficas más dramáticas de la reinante injusticia social, reforzado el interés gubernamental por solaparlas u olvidarlas, excepto sea ocasión para inaugurar un servicio de cable-tren o algo parecido que igual las tapa.

Nos antojamos de los escasos registros de esa pobreza radical, como no ocurría – por lo demás – en las francas dictaduras militares, por ejemplo,  la de Pérez Jiménez que, a pesar de nuestras diferencias, reconocemos, hizo la revolución del calzado en Venezuela y protegió – adelantándose a la CEPAL – a la industria en la etapa final de su gestión, ,por lo que no temía a la exposición de la niñez más empobrecida con sus alpargatas, prometiendo el ascenso que realmente se disparó luego de 1958. Hoy sentimos que hay una interesadísima distorsión y manipulación de la pobreza que enmascara la existencia, el celo y empuje de esas nuevas minorías, dándonos una interpretación heroica que diga legitimar la que real y novedosamente hay, con el infaltable Estado que habrá de remediarla sin fecha cierta.

Fotografía: Niños de Ciudad Tablitas. Billiken, Caracas, nr. 1081 de junio de 1951.

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