sábado, 10 de agosto de 2013

DILEMA

EL NACIONAL - Martes 06 de Agosto de 2013     Opinión/7
Dos mundos de vida
ALEJANDRO MORENO

De lo que vengo exponiendo en esta serie de artículos, a partir de prolongada investigación empírica, se deduce queen Venezuela coexisten en el mismo espacio geográfico, antropológico, económico, social y político dos mundos-de-vida, otros entre sí, externos el uno al otro, cuya otredad está definida por una distinta práctica primera de la vida, que hasta ahora nunca se han encontrado en comunicación comprensiva y productiva. Desencuentro estructural que ha producido sin embargo, muy pocos episodios de encontronazos precisamente por la manera de ser de uno de ellos, el que vive, y en el que vive, la gran mayoría de la población, al que he llamado mundo-de-vida popular, dada su constitución como mundo relacional y por lo mismo abierto a la interacción y el encuentro. El otro, el mundo-de-vida moderno, vivido a su manera y no muy integralmente, como ya he señalado, por un sector reducido de nuestra población, que es además el que ejerce las funciones de dirigencia, el sector de las élites, por su misma estructura existenciales cerrado a la comunicación profunda con el otro pues concibe su modernidad como la única realización plena del proyecto "natural" de humanidad de modo que cualquier otra forma de vida no puede entenderse sino como un grado inferior de avance hacia ella o como una desviación anormal del buen camino.
Sucede que en Venezuela, como en cualquier otra sociedad, son las élites las que elaboran los discursos sobre el pueblo, sean ellos académicos, culturales, políticos o de cualquier otro género. Así, inevitablemente, el sentido, los códigos y las claves de comprensión son modernos, esto es, externos y otros a él, de modo que esos discursos, en los cuales reside el conocimiento admitido sobre el pueblo, difunden una ficción que poco o nada tiene que ver con su realidad y sobre ella elaboran políticas, proyectos y programas que no pueden ser sino de intervención o, lo que es lo mismo, de invasión e imposición por muy dulcificadas que estén las técnicas. Esto es particularmente significativo entre nosotros, una sociedad en la que dos mundos coexisten pero no tienen en común lo fundamental, el sentido, que les da identidad. En otras sociedades, la mayoría de las europeas, por ejemplo, la diferencia entre pueblo y élites será de posibilidades económicas, de educación, de hábitos, incluso de lenguaje, pero no de sentido, lo cual presenta problemáticas muy distintas.
Cuando aquí se enfatiza la distinción, se habla de hendidura entre uno y otro mundo y de la no licitud ética de cualquier tipo de imposición por bienintencionada que sea, hay siempre quienes concluyen en la imposibilidad de comunicación y por lo tanto de progreso si el mundo­de-vida popular ha de ser tan radicalmente respetado. No comprenden que ese mundo, a diferencia del moderno, no tiene tendencias al enfrentamiento y la exclusión sino a construir tramas relacionales abiertas al entramado de lo distinto tanto como de lo semejante y para eso sabe negociar fuera de toda rigidez. Los bienes de la modernidad, como cualquier otro bien, son apetecibles también para el pueblo el cual negocia permanentemente para servirse de ella e incluso servir a sus instituciones pero sin negociar su identidad resignificando todo lo moderno en su propio sentido. Una modernidad instrumental, tanto en lo material como en lo cultural, puede perfectamente ser incorporada al sentido popular y funcionar en términos de progreso y avance. Es cuestión de aprendizaje, no de trasformación radical de todo un mundo.
Nuestras élites más o menos modernizadas siempre han pretendido esto y han fracasado, fracasan y fracasarán.
¿Dialogarán?

Ilustración: Ugo.

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