NOTITARDE, Valencia, 4 de agosto de 2013
El peligro de las riquezas (Lc.12,13-21)
Joel Núñez Flautes
El evangelio de este domingo nos presenta la escena de un hombre que estaba en litigio con su hermano y le pide a Jesús que intervenga, como juez, para que su hermano reparta equitativamente la herencia con él. Ante tal posición, Jesús no toma parte, porque no vino a ser juez en las cosas materiales, sino que pronuncia una sentencia: “Cuídense de toda clase de avaricia” y esta frase, junto a la parábola del rico insensato, se convierte en el mensaje que Jesús quería transmitir a sus seguidores y también a nosotros, acerca de relativizar las cosas materiales frente al valor que debe tener el Reino de Dios en la vida de un cristiano. No se trata de entrada que ser rico o poseer bienes materiales sea negativo, el peligro está en que apeguemos el corazón a las cosas pasajeras de este mundo y olvidemos valores trascendentales y que perduran en el tiempo, como el amor, la disponibilidad, el servicio, la generosidad, la fraternidad, el compartir. Porque la práctica enseña que la avaricia y la codicia hacen que la persona se olvide de los demás, del prójimo y se vaya encerrando en un círculo vicioso que a la larga le trae intranquilidad, vacío, tristeza, inseguridad, amargura e insensibilidad. Por supuesto, hay que diferenciar la codicia de una legítima aspiración a asegurar el futuro, de aspirar a una vida mejor, a tener lo suficiente para vivir, pero de allí a caer en la tentación del dinero y dejar de lado los bienes espirituales es la advertencia que Jesús nos hace.
En la parábola, Jesús, deja ver el camino de la avaricia sintetizado en el egoísmo, en el disfrute sin compartir con los hermanos, especialmente con los más necesitados; el pensar que se es dueño absoluto del mundo y de la vida y olvidarse de Dios de quien viene y procede todo; peligro frecuente de las riquezas. Es la idolatría del dinero o las riquezas.
El evangelio nos advierte que este mundo es pasajero, que al final del camino debemos dar cuenta a Dios de las obras que hayamos hecho a lo largo de nuestra vida. Llegará un momento que todos tendremos que rendir cuentas al Señor y se trata en fin, que en lo mucho o poco que tengamos sepamos vivir la horizontalidad; es decir, la solidaridad y compartir con los hermanos, y la verticalidad, traducida en la relación amorosa con Dios de quien recibimos todos los bienes.
Dios quiere que todos su hijos vivan bien, que progresen, que tengan una vida digna; pero sin caer en egoísmos, competencias y durezas de corazón.
La segunda lectura de este domingo deja claro dónde está el equilibrio: “Aspirad a los bienes de arriba”; porque se sobreentiende que los bienes de este mundo, lo necesario para vivir es algo que busca satisfacer cualquier ser humano; por eso, lo que no debemos olvidar son los valores del cielo, lo que asegurará la vida futura; vida eterna que no se garantiza con cosas materiales, sino con obras de fe, esperanza y caridad.
Lamentablemente el mundo de hoy tiene su propia “predicación”, pudiéramos llamarlo la “doctrina del mundo postmoderno”; todos los días se predica consumismo, materialismo, afán de riquezas a costa de lo que sea y por encima de quien sea, están la tentación y la práctica institucionalizada de la corrupción que “desangra” a países como el nuestro y hace que existan más pobres, más miseria, mayor atraso y marcadas diferencias de clases. Lo que importa en la sociedad consumista es el tener por encima del ser; ya no se valora al otro por lo que es: Persona, hijo de Dios, ser humano, sino por lo que tiene y quizás hay muchos que tienen en lo material, pero en calidad humana y cristiana les falta mucho por andar o quizás por comenzar. La sociedad postmoderna, lamentablemente, produce muchos “ricos insensatos” y toda serie de codicias, lucha de poder, de placer, de inmoralidades, de desórdenes de todo tipo. En medio de esta cultura, y es la advertencia del evangelio de hoy, debemos saber diferenciar entre necesidades reales (comer, vestir, tener vivienda, educación, formación, descanso, vacaciones, deporte, convivencia, relaciones sociales) y necesidades ficticias sin las cuales para muchos no hay vida (exagerado lujo y confort).
Unas preguntas clave que quedan para meditar: ¿Qué me llevaré de este mundo al final de mi vida? ¿Estoy invirtiendo en amor a Dios y al prójimo para garantizar la vida futura? Recordemos lo que dijo Jesús: “Donde está tu tesoro, allí está tu corazón”.
IDA Y RETORNO: Hoy nuestros seminaristas de Valencia terminan las misiones en la parroquia San Juan Apóstol de Negro Primero. Agradezco de corazón a toda esa comunidad parroquial la hospitalidad y las atenciones para con los futuros sacerdotes de nuestra Arquidiócesis que estuvieron llevando el mensaje del evangelio a los diferentes sectores de esa querida y joven parroquia. Que Dios les bendiga y recompense con muchos frutos espirituales y los ayude en sus necesidades. Quiera Dios que de esa parroquia surjan muchas vocaciones sacerdotales, religiosas y laicales. Pidamos al Señor que nos regale santos sacerdotes.
Domingo XVIII del tiempo ordinario
Lc 12, 13-21
Luis Alemán Mur
Uno del pueblo dijo: Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia.
Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?
Guardaos de toda clase de codicia
Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado ¿de quien será?
“Uno del pueblo dijo: Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia”. Detrás de esta petición se esconde un desenfoque radical de las relaciones entre lo divino y lo humano. A Jesús se le considera un Profeta con poderes divinos y se le ruega que utilice esos poderes para arreglar los conflictos propios de los hombres. Es juego sucio recurrir a Dios para que solucione los desajustes y embrollos de nuestra sociedad.
“Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?” La misión de Jesús no es suplir el trabajo de los jueces, ni de los gobernantes, ni la de los superiores en el orden civil o religioso. Es falso, falsísimo que los jueces, gobernantes, superiores civiles o religiosos, representen las decisiones u opiniones de Dios. En cualquier escalafón de la complejísima sociedad humana, los que deciden suelen hacerlo sin tener en cuenta o si conocer los puntos de vista lejanos de Dios.
“Guardaos de toda clase de codicia”. La codicia de tener o ser más no entra dentro del diseño de Dios. La codicia aleja, no acerca a Dios. La codicia destroza y hunde al hermano. La codicia de unos pocos empobrece a muchos. Detrás de nuestras crisis sociales, siempre está la codicia de unos pocos contra unos muchos. O la codicia de algunas naciones hunde a muchas naciones.
“Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado ¿de quién será?” No es revelación. Es verdad constatada. Es verdad encontrada. No es verdad del científico. Es verdad del humilde. Es la necedad comprobada. Ese tipo de verdades evidentes es el más difícil de descubrir y aceptar. Pues resulta que las verdades evidentes y más imprescindibles son las más simples y las más cercanas a los humildes.
Contra la insensatez
José Antonio Pagola
Cada vez sabemos más de la situación social y económica que Jesús conoció en la Galilea de los años treinta. Mientras en las ciudades de Séforis y Tiberíades crecía la riqueza, en las aldeas aumentaba el hambre y la miseria. Los campesinos se quedaban sin tierras y los terratenientes construían silos y graneros cada vez más grandes.
En un pequeño relato, conservado por Lucas, Jesús revela qué piensa de aquella situación tan contraria al proyecto querido por Dios, de un mundo más humano para todos. No narra esta parábola para denunciar los abusos y atropellos que cometen los terratenientes, sino para desenmascarar la insensatez en que viven instalados.
Un rico terrateniente se ve sorprendido por una gran cosecha. No sabe cómo gestionar tanta abundancia. “¿Qué haré?”. Su monólogo nos descubre la lógica insensata de los poderosos que solo viven para acaparar riqueza y bienestar, excluyendo de su horizonte a los necesitados.
El rico de la parábola planifica su vida y toma decisiones. Destruirá los viejos graneros y construirá otros más grandes. Almacenará allí toda su cosecha. Puede acumular bienes para muchos años. En adelante, solo vivirá para disfrutar:”túmbate, come, bebe y date buena vida”. De forma inesperada, Dios interrumpe sus proyectos: “Imbécil, esta misma noche, te van a exigir tu vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?”.
Este hombre reduce su existencia a disfrutar de la abundancia de sus bienes. En el centro de su vida está solo él y su bienestar. Dios está ausente. Los jornaleros que trabajan sus tierras no existen. Las familias de las aldeas que luchan contra el hambre no cuentan. El juicio de Dios es rotundo: esta vida solo es necedad e insensatez.
En estos momentos, prácticamente en todo el mundo está aumentando de manera alarmante la desigualdad. Este es el hecho más sombrío e inhumano: ”los ricos, sobre todo los más ricos, se van haciendo mucho más ricos, mientras los pobres, sobre todo los más pobres, se van haciendo mucho más pobres” (Zygmunt Bauman).
Este hecho no es algo normal. Es, sencillamente, la última consecuencia de la insensatez más grave que estamos cometiendo los humanos: sustituir la cooperación amistosa, la solidaridad y la búsqueda del bien común de la Humanidad por la competición, la rivalidad y el acaparamiento de bienes en manos de los más poderosos del Planeta.
Desde la Iglesia de Jesús, presente en toda la Tierra, se debería escuchar el clamor de sus seguidores contra tanta insensatez, y la reacción contra el modelo que guía hoy la historia humana.
http://www.luisaleman.es/evangelio.htm
Ilustración: Matías O.
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