EL NACIONAL, Caracas, 29 de septiembre de 1998
A contracorriente
Juan Liscano
Escribí un libro vistoso por la carátula y las ilustraciones sobre, o más bien, contra la revolución tecnológica, que algunos venezolanos -no muchos- leyeron. El título lo decía todo: Nuevas Tecnologías y el Capitalismo Salvaje (Fondo Editorial Venezolano, 1995). Creo que esa obra mía, contentiva de dos textos anexos, "El triunfo del Liberalismo Salvaje" por Vilma Petrásh más el estudio y exposición clarísimos de las teorías de Rupert Sheldrake, por Rowena Hill, profesora en la universidad de Mérida, escritora, autora de traducciones notables de poemas vachanas de la India y de Legado de Sombras, ratifica mi posición frente a los desarrollos del industrialismo, expresado torpemente en 1938, en textos de poemas imprecatorios.
El libro antes mencionado es mínimo aporte crítico al voluminoso pero disperso conjunto de juicios sobre los efectos de la revolución técnica, traída por la corriente del desarrollo materialista, empírico, triunfante desde la imposición gradual del racionalismo, del positivismo, del ateísmo, del economicismo, etc., frutos directos o indirectos de la Reforma y del movimiento filosófico empírico que la culminó.
Los procesos de desarrollo y evolución lenta o a saltos, de nuestra especie, tema consustancial del pensamiento humano, han resultado vertiginosos, indetenibles, productores de hundimiento y catástrofes ecológicas, sociales, culturales, de las que escaparon sólo quienes optaron por la vía de trascendencia religiosa, espiritual y psíquica.
Alcanzados los 80 años y pico, tales reflexiones opacan muchas motivaciones, hasta ayer, vividas con intensidad, aunque siempre en yuxtaposición con la vivencia religiosa, la posibilidad de ascenso del alma, el rechazo al materialismo codicioso de ganancias diversas: dinero, poder, fama, liderazgo, entre otras. Ciertos principios inculcados en la infancia permanecieron respetados por mí.
Asumí una posición a contracorriente cada vez más radical, hasta entrar en oposición abierta con el discurrir del tiempo. Expresé en mi obra poética esa oposición y las valoraciones contrarias con demasiada claridad para insistir en ellas. Mi derrota es completa. El brutal desarrollo capitalista industrial y las tecnologías afines no sólo triunfaron sino impusieron una globalización asfixiante, toda en provecho del puñado de dueños que rigen el mundo. La democracia fue absorbida por ese desarrollo unilateral y perdió sus contenidos sociales y morales. La ética fue olvidada en el crecimiento monstruoso de las cosas y ganancias, en lo que va de los dos siglos últimos, y un mundo de totalitarismo disfrazado de progreso, diversión, libertad, trabajo, invenciones mecánicas, electrónica dominada y usada para los más diversos fines, se apoderó del planeta. Si bien los procedimientos de dominio son los mismos, tienden las oposiciones entre "dueños", a posibles enfrentamientos bélicos de total efecto destructivo.
Un pensamiento minoritario e individualista se abre camino, sin embargo, en la apretada red informativa y comunicativa dominada por los dueños, y acumula sus críticas en todas las lenguas y lugares. Si la ensayista francesa Viviane Forester denuncia en forma vibrante, la desocupación imperante, un argentino fallecido hace poco, deja como última obra, el legado de Juicio ético a la revolución tecnológica (Acción Cultural Cristiana, Madrid, 1994). En Estados Unidos, en Inglaterra, en Francia, se puede oír el vocerío de los indagadores y denunciantes de las aberraciones técnicas en curso. Pero los dueños de todos los medios formadores de opinión, desde el espectáculo hasta la dieta consumista, gracias a la publicidad y a la propaganda, siervas de los amos que la pagan, mantienen un sistema que, día a día, por causa de la automatización, suplanta al trabajador por máquinas electrónicas, lo cual aumenta la ganancia de las agobiadoras corporaciones y transnacionales. El presupuesto de esos emporios de dólares o yenes, destinados a lo social y cultural, educativo y referente a la salud, es ínfimo dentro de las cifras de negocios, especulación, derivados, agregados monetarios y financieros, en gran parte asociados con el negocio más productivo del planeta: el cultivo, mercadeo y tráfico de drogas. Este negocio y los tóxicos tratados ahora químicamente, multiplicados, resulta una consecuencia de la última guerra mundial. La degeneración que producen anuncia inquietantes episodios caóticos del más próximo futuro.
Ya no hay organización alguna que modere el crecimiento neocapitalista. El marxismo fue absorbido por el comunismo soviético y éste se derrumbó solo, por carencia de ética, de productividad otra que la belicista, de ambiciones particulares de la dirigencia. El hundimiento misterioso del imperio soviético no ha sido estudiado. En cambio sobran, desde los más diversos puntos de vista, el humano y ecológico, el científico y religioso, el ético y social, la crítica sistemática del nuevo orden postulado por Reagan, Thatcher, Bush, en la década del 80 al 90, pero en realidad fomentado por la expansión intrínseca del neocapitalismo apoyado en la tecnología electrónica, y favorecido por el fracaso del comunismo, carente de valores universales de esencia ontológica, moral y metafísica.
Ilustración: Daniel Vázquez Díaz.
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