Sísifo: un manual para superar la derrota
Hermann Alvino
Sísifo es la madre a quien la naturaleza le ha arrebatado el hijo en el vientre, le ha nacido muerto, o, siendo niño o adolescente, un accidente se lo lleva para siempre, y ahora ella deberá ser inmensamente fuerte para desear un nuevo embarazo.
Sísifo es el comerciante a cuyo negocio las circunstancias han arruinado, y ahora, ya pobre, deberá comenzar todo de nuevo.
Sísifo es el estudiante que llega al final del curso, y por alguna razón deberá repetirlo en el período siguiente, sabiendo de antemano todo su contenido.
Sísifo es quien ha tenido cáncer, para descubrir al cabo de cierto tiempo que el mal ha vuelto, y deberá repetir el largo proceso de operación y terapias posteriores, sabiendo por todo lo que habrá que pasar nuevamente.
Sísifo es la persona que ha perdido su pareja, o se ha separado de ella, y ahora deberá reconstruir su vida afectiva sabiendo todo los ritos que tendrá que repetir.
Sísifo es el deportista (… y la deportista, si deseamos utilizar el lenguaje leguléyico chavista…), que luego de años de preparación para ganar en su disciplina se lesiona en la víspera, o pierde en el último instante de la competencia, para repetir todo el proceso de preparación, sabiendo cuanto sudor le costará ponerse de nuevo en forma.
Sísifo somos todos: todos los seres humanos que en las miles de circunstancias de nuestras vidas, hemos dado el mejor de nuestro esfuerzo para algún proyecto existencial y luego verlo hecho humo, sea por nuestros errores, por la maldad ajena, o por mala suerte, y así sentir un intenso y doloroso vacío en nuestras entrañas, un escalofrío en el espinazo, y unas infinitas ganas de no seguir viviendo, solo con pensar en el camino que hay que volver a andar para quedar en el mismo lugar donde habíamos comenzado antes de nuestra desgracia.
Sísifo es la tentación de entregarnos a la pereza eterna y a la desesperación.
Sísifo, al igual que ninguno de nosotros, tampoco era un santo: tenía un montón de defectos y había cometido muchas faltas, y cuando Zeus envió a la muerte para llevárselo de una buena vez, Sísifo fue tan astuto que logró apresarla, con lo cual, durante varios días nadie pudo morirse, haciendo con ello inútiles las batallas porque nadie moría en ellas. Al final por supuesto, la muerte fue liberada para seguir sus correrías por la humanidad y Sísifo también fue muerto y enviado al Tártaro a cumplir la condena eterna de repetir la faena de subir a pulso un enorme peñasco por una larga y empinada cuesta, para que éste caiga al suelo una vez llegado a la cima.
Pena aparentemente tonta, porque no se edifica nada (parece ser que los trabajos forzados para usar mano de obra barata en edificaciones aun no estaban de moda, al menos entre los dioses del Olimpo), pero más sutil y cruel de lo que parece, porque en eso justamente consiste el castigo: en la inutilidad del esfuerzo, y con ello, luego de repetirlo muchas veces, llega la desesperación, que es justamente la peor de las penas para la raza humana, porque nos arrebata la esperanza, nos quita el sentido que le hemos dado cada uno de nosotros a nuestras respectivas vidas, o, en alguna de sus etapas, a un proyecto en particular.
Esa es la misma desesperación que la derrota electoral quiere meternos en el alma, al intentar convencernos de que nada de lo que hagamos puede erradicar al chavismo de nuestras vidas.
Sísifo representa el paradigma del cambio, que viene y barre con todo lo que creíamos tener bajo control y nos pone de nuevo en nuestro modesto lugar, para (eventualmente, si somos lo suficientemente fuertes) recomenzar a tejer con el hilo de la esperanza la red de nuestra ilusión, vanidad, ambición, amor, riqueza, éxito, o lo que creemos sea nuestra razón de vida.
Sísifo, en fin, representa esa relación de amor y odio que tenemos con el tiempo, porque cuando nos va bien deseamos que éste nunca transcurra, pero cuando la vida nos da una bofetada y tenemos que repetir nuestros pasos por enésima vez, imploramos que se pase lo más rápido posible. Por eso, dicho sea de paso, la precisión casi infinitesimal con que los físicos miden el tiempo nunca tendrá significado, porque el tiempo es un estado mental.
El castigo de Sísifo es el germen de la desesperación, que divide a la humanidad en dos categorías: la de los suicidas, que son aquellos que no son capaces de digerirla y expulsarla, sino que la mantienen en su cuerpo hasta que no pueden resistir más y se quitan la vida, y los condenados a muerte, que somos quienes sabemos que la vida tiene un sentido muy relativo, que sabemos que moriremos algún día, pero que no permitimos que la desesperación se apodere de nosotros por mucho tiempo y la expulsamos de nuestras vidas, aunque sea por unos minutos, mediante la esperanza, con la distracción, con el trabajo, con el placer, y hasta mediante el dolor mismo (tan contradictorios somos los humanos…).
La desesperación además es lo que nos lleva a recordar que la vida, para los creyentes en alguna divinidad o el algún dios si lo prefieren, tiene un doble sentido, uno terrenal y uno trascendente, y cada uno de nosotros se ciñe al dogma que establece cuáles son esos dos sentidos, mientras que la misma vida, para los no creyentes, no tiene sentido alguno: es simplemente lo que es, producto de tantos choques moleculares como estrellas han podido existir en el Universo.
Pero ser creyente, como no serlo, es igualmente peligroso, porque los primeros nunca podrán responder a satisfacción las razones que tienen sus dioses en permitir tanta maldad y crueldad entre los seres que ellos mismos han creado (y, entendámonos, eso del libre albedrío es una trampa de los padres de la Iglesia, porque si se tiene libre albedrío para ser cruel no significa que las víctimas de tanta maldad también lo hayan sido por su propia voluntad). Y los otros, los no creyentes, no tienen a nadie a quien culpar, ni a qué asirse para buscar consuelo: solo se tienen a sí mismos, lo cual es como tratar de curarse con su propia enfermedad.
Es así, lo sabemos, y aun con todo ello unos y otros seguimos adelante, porque sabemos que “la vida te da sorpresas” (parece casi blasfemo citar acá a Pedro Navaja en estas circunstancias, pero la poesía caribeña también es fuente de sabiduría de vida).
Hay cinco reflexiones que pueden ayudar para que mucha gente salga del hoyo cavado el domingo pasado, e intente mitigar un poco el disgusto y desilusión de estos días:
- La primera es que Sísifo sí era culpable de tantas faltas y picardías, mientras que los millones de venezolanos que sufren al chavismo y desean quitárselo de encima no lo son, al menos los de las últimas dos generaciones, que no han hecho nada malo para abrirle las puertas a tanto odio y caos. Esto es, al menos cumplimos con votar, y votar por Capriles.
- La segunda es que el castigo de Sísifo es eterno (todavía debe estar allá abajo, en el Tártaro, arrimándole el hombro a la maldita peñona para verla siempre caer al final, junto a sus gotas de sudor), pero ni Chávez ni el chavismo son eternos. ¡Tranquilos todos pues!, porque siempre sucede algo que trastorna todo y abre una grieta en este techo oscuro para que veamos la luz colarse y así poder caminar con más seguridad a partir de ese momento.
- La tercera es que los millones de desilusionados no son políticos de oficio y es natural que se sientan desorientados; pero si le preguntamos a estos seres extraños que estamos llenos de cicatrices por las derrotas políticas tanto internas y externas, siempre obtendremos un mensaje de esperanza y de voluntad para seguir trabajando. Y eso, con la que está cayendo en todo el mundo con relación a la credibilidad de los políticos no es como para alegrarse, pero irónicamente es muy cierto, porque los políticos de oficio saben que habrá un mañana, que habrá otra oportunidad, y que por ello hay que seguir adelante para que ese chance te pille bien posicionado y preparado para poderlo aprovechar al máximo. Eso se llama experiencia, y hay que hacerle caso, aunque suene difícil, como difícil es que el niño triste escuche a los padres cuando éstos le indican que su descontento ya pasará, que mañana las cosas cambiarán, porque ellos también han sido niños y tienen experiencia en el asunto. Es así.
- La cuarta es que dentro del dolor de tanta familia dividida por el exilio obligatorio, la incertidumbre hacia el futuro y el saber que la cosa irá a peor tanto acá como allá, en lo económico y en lo social, pensemos que hay países con problemas similares pero que además están en guerra, con muertos, heridos, quemados por lanzallamas y bombazos, mutilados, refugiados, destrucción masiva de ciudades, desesperanza total por la inacción de la comunidad internacional, etc.; eso no es precisamente nuestro consuelo de tontos, sino una comparación objetiva de desgracias que nos indica que para nosotros será mucho más fácil salir de esto que para ellos. Lástima por ellos, ojalá ellos fuesen tan menos desafortunados como nosotros, pero de seguro la esperanza que llevan dentro sigue viva y con inmensa fuerza, y ésta sí es una lección que no debe olvidarse.
- La quinta reflexión es que Sísifo, luego de la primera o segunda vez que subió la piedra hasta la cima, y poco antes de llegar al final de la cuesta segurísimo que debía de estar muy ilusionado por la inminencia del éxito, por lo que nos podemos imaginar su disgusto al ver que siempre tenía que repetir el trabajo luego de que la roca volviese a caer.
Sísifo, tan pícaro él en vida, de seguro que lo seguía siendo en el Tártaro, y como no era pendejo ni mucho menos, de haber podido habría construido o conseguido con sus artimañas alguna polea, o una grúa, de esas usadas para subir los bloques a medida que un edificio en construcción va creciendo en altura. O incluso lo que los mecánicos llaman una “señorita”, que es lo que se usa para sacar y/o subir los motores de los vehículos. Lo que pasa es que él estaba prisionero, y no podía ni puede salir nunca de ese sube y baja; para la oposición, esa prisión tiene tres componentes: CNE; ley electoral, y máquinas de votación; y mientras éstos componentes no cambien, nunca se podrá ganar, incluso si miles de chavistas despertasen el día de las próximas elecciones y votasen contra el régimen.
Esos tres componentes entonces constituyen el germen de la desesperación mencionada anteriormente, por ello además de reajustarse uno mismo en serenidad y esperanza, también habrá que ver cómo se cambian esas reglas de juego.
Se dirá que otra vez con la misma cantaleta, pero es que las cuentas no cuadran: no puede ser que Chávez gane Miranda o Zulia, donde desde el referéndum y las elecciones a gobernadores había claramente retrocedido. Eso no tiene sentido, y quienes durante meses hemos mencionado este asunto de la tracalería del CNE nos cansamos de recibir portazos; y al final lo dejamos, y no lo retomaremos, porque sabemos que si la reacción de quienes les toca abordar este asunto no cambia, pues seguiremos perdiendo.
Y es que son demasiadas cosas como para descartarlas para efectos del resultado final. Acá hay una corta lista de asuntos conflictivos que me ha pasado el dirigente mirandino y experto electoral Alberto Mérida: el Registro Electoral, el sorteo de los Miembros de Mesa, las migraciones debido a la creación de nuevos centros, los Coordinadores del CNE mandando en el Centro de Votación, la estación de Información cual cuello de botella, la intromisión del Plan República, el arrinconamiento a los testigos, la ausencia de observadores imparciales, el voto asistido, la extensión de la jornada de votación, el retraso en la entrega de Credenciales, el control de las Juntas Electorales, la tinta indeleble que parece no es tan indeleble en algunas mesas, la operación morrocoy por las máquinas dañadas con largas esperas para sustituirlas, etc., y en especial -digo yo- la existencia misma de máquinas de votación cuando en todo el mundo se hace con papeletas. Sin mencionar la intimidación de todo tipo y el uso de fondos públicos a favor del chavismo, temas ambos perfectamente condenables por parte del CNE.
De manera que si los millones de desilusionados buscan hoy razones para recuperar la ilusión y la esperanza, es bueno que recuerden que ese ejercicio deberá ser premiado por el enorme esfuerzo que deberán hacer los centenares de dirigentes opositores para ser muy firmes frente al régimen y exigir cambios. Porque de no producirse éstos el fracaso será eterno.
Se dirá que un cambio en las reglas electorales no es realista, o que oponerse mediante la no participación sería peor, etc., siendo todo ello también cierto. Pero algo habrá que hacer. Por lo pronto habría que ganar la Asamblea en la próxima elección para renovar parlamentarios y aprobar una ley y procedimientos que garanticen la transparencia e imparcialidad. Es un objetivo a mediano plazo, pero el momento para esa elección llegará y habrá que ganar esa mayoría. Si eso se logra, entonces sí que habrá un sustento real para la esperanza.
Mientras tanto solo queda descansar unos días, leer un buen libro o ver una buena película, desconectarse y esperar a que nuestra mente haga su trabajo. La vida sigue pues.
Fuente: http://vivalapolitica.wordpress.com/2012/10/09/sisifo-un-manual-para-superar-la-derrota/
Ilustración: Ernesto Blanco, http://www.artelista.com/en/artwork/1282417298304847-sisifo.html
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