lunes, 22 de octubre de 2012

DE UNA BREVE EJEMPLIFICACIÓN

El paseo de Canache y Lepage
Luis Barragán


Parlamentarios jubilados, Carlos Canache Mata y Octavio Lepage se apersonaron en el Instituto de Previsión Social que queda en el centro de la ciudad capital. Luego de las diligencias, literalmente se aventuraron a regresar por las avenidas y calles que, por mucho tiempo, no andaban a pie.

La persona que nos contó el atrevimiento, compartió la inmediata calificación de riesgo que hicimos, estimando que el menos reconocible es uno, porque ya no luce las gafas de toda la vida, mientras que el otro, incluso,  encargado de la presidencia de la República en los dramáticos días de la transición institucional que concluyó Ramón J. Velásquez, lo es más por las facturas que le han jurado.  Huelga comentar que no tenemos vínculo político e ideológico con ambos y, mucho menos, amistad personal, por lo que nos sentimos – digamos – autorizados a extendernos en un trío breve de comentarios.

Por una parte, sobre todo en el caso de Lepage, éste ha sido acusado por la muerte injusta y cobarde de Jorge Rodríguez, el padre del psiquiátra del Comando Carabobo, pero que sepamos, mediante un proceso sobrio y confiable, no recae sentencia penal condenatoria sobre sus hombros ya ancianos, añadiendo que, muy probablemente, el deceso lo produjo el miserable y hasta incontrolado mecanismo de una burocracia policial que escapaba de los designios del más alto funcionariado.  Atención, no lo estamos exceptuando o eximiendo de antemano,  aunque sabemos de una inmensa satanización política que ha sido práctica y mensaje del actual régimen por largo años, con sobradas víctimas, que empañan y generan desconfianza hacia los medios de prueba que los imputen, jamás exhibidos como tampoco se ha hecho convincentemente con el presunto magnicidio y ni siquiera con la enfermedad presidencial. Valga la coletilla, habría que también meditar en torno a los consecutivos actos terroristas ejecutados desde la década de los sesenta que, hasta incumplimiento o desconociendo a sus naturales mandos guerrilleros, por suerte del otro incontrolado mecanismo, dieron muerte e hirieron a no pocos inocentes, cuyos culpables igualmente se acobijaron en la Política de Pacificación, y ahora están previamente absueltos y canonizados por la vigente Ley de Desaparecidos (etc.).

Por otra, ha sido tan inmensa la satanización que hay personas que no deben andar distraídamente por estas calles que amobló muy bien la telenovela de Ibsen Martínez, desconocida la libertad de tránsito en la propia y vigente Constitución de la República, debido a la amenaza de un inmediato linchamiento al ser reconocidas por los fanáticos que desean hacer tan particulares méritos, como nunca antes había acaecido en Venezuela. Y, por qué negarlo, con el apoyo de las mismas autoridades públicas, frente a todas las personas que se atrevan a la menor discrepancia pública con el gobierno nacional y su cabecilla, por anónimas que sean.

Finalmente, presumimos que una revolución ha de superar lo que había, pero no encontramos a cuadro, dirigente o líder alguno que sea equivalente a Lepage y a Canache Mata, quien – por cierto – jamás fue ministro, circunstancia que asombraría al analista de la riqueza y complejidad del ya antiguo juego político que ahora vuelca su atención sobre la miseria y simplicidad del que ocupa al oficialismo. Podemos citar otros nombres en los más variados ámbitos partidistas, sociales, gremiales, técnicos, etc., pero – lo conversaba semanas atrás con Susana Peñaloza y Max Guerra – nos ha sorprendido la experiencia, la destreza política y la profundidad de los planteamientos de ambos adecos cuando revisamos los viejos artículos de prensa, declaraciones y actas parlamentarias, además, remontadas las postrimerías de los años cuarenta con un joven que después dirigió clandestinamente a su partido, independientemente de toda adscripción política e ideológica.

Perdonemos, pero hagamos justicia. Y ésta, para que lo sea, tiene por fundamental requisito la verdad que se manifiesta con la hondura, objetividad, fiabilidad y limpieza que una sociedad de derechos humanos demanda, no precisamente la que vivimos. Opositor alguno, disidente alguno, puede andar libre y despreocupadamente por las calles ibsenianas o marcelrocheanas, antes  empedradas con las mejores intenciones.

Finalmente, habrá tiempo de reformular la antigua tipología de Marta Sosa,  actualizándola en un contexto de angustiosa pre-modernidad.  Por lo pronto,  hay quienes sienten nostalgia de los ausentes candidatos secundarios y terciarios.


Fotografía: Portada. Resumen, Caracas, nr. 46 del 24/09/74.

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