Culto a la simplicidad
Luis Barragán
Lunes, 11 de junio de 2001
- I -
Creímos haber aceptado o asimilado la complejidad de un conjunto de soluciones a los problemas igualmente complejos al principiar la década de los noventa, por lo que respecta a su concepción, diseño, implementación y calificación de los cuadros decisores. Pareció emerger, desde el fondo del célebre paquetazo perecista, como una dramática y definitiva lección, la imposibilidad de correr la arruga mediante las fórmulas acostumbradas, fáciles y portátiles, meramente afianzadas por la divisa petrolera. No obstante, las sucesivas consultas electorales confirmaron la creencia en un gobernante cuya única prestancia ética era garantía suficiente para desterrar la corrupción administrativa o en otro de una voluntad inquebrantable para barrer al viejo liderazgo, como si fuese suficiente a los fines de alcanzar la felicidad reclamada.
Se dice de un acontecimiento revolucionario que los hechos desmienten brutalmente: la economía sigue alfilerada a los mercados internacionales del crudo, generando cada vez más desempleo; el CNE ha profundizado una tradición de triquiñuelas, presuntamente olvidados que un 28 de mayo fracasó como nunca antes se había visto; perdidos dos preciosos años tras la increíble reivindicación del Seguro Social, intentamos otro sistema de seguridad social sin la menor interpelación en torno al rechazo de una ley sancionada en 1998, al parecer, escasamente distante de la proyectada por el oficialismo; el incremento de la delincuencia dice autorizar a los escuadrones de la muerte, acentuado el horror carcelario; la situación de la administración de justicia la conocemos todos, mientras el proyecto educativo nacional insiste en un estatismo anacrónico o el contralor intenta siempre pasar agachado. Y es que un pequeño ejercicio de comparación con los diagnósticos y propósitos reiteradamente divulgados, permiten no sólo constatar el contundente fracaso de una gestión, sino apreciar que el afán voluntarista, afincado en la gentileza de los estereotipos y la indefinición de un modelo alterno de desarrollo, no bastan.
Dos años y medio sirven para aliviar, al menos, los problemas fundamentales encaminados hacia retos cualitativamente diferentes. Ofrecieron un milagro, súbito y concluyente como todo el que se respete, con la derrota del bipartidismo, pero las cosas empeoran y no otras que las de siempre. Una abierta conflictividad con la iglesia católica o los medios de comunicación social, fuertemente condicionada la institución armada, no los relevará de una realidad harto complicada, por muy buena disposición litúrgica que tengan.
El culto a la simplicidad, propio del mesianismo, también exhibe correspondencias alarmantes: al lado de los que aseguran que Chávez resolverá cuanta vicisitud exista, dificultada cada vez más la conjugación en tiempo presente, encontramos a los que proclaman que algo semejante ocurrirá sin el barinés. Es decir, si el uno liquidó todos los obstáculos que le impedían alcanzar una utopía jamás esbozada, al otro -vulgar desconocido- le será más fácil vencer un solo obstáculo.
El revanchismo, dándole continuidad a un modo de concebir la historia, no nos hará libres. Tampoco pavimenta el camino hacia la prosperidad y la equidad.
Tanto devarío no puede alcanzar carta de ciudadanía. Le corresponde a la oposición democrática y plural encontrar salidas también democráticas que legitimen sus esfuerzos y rompan con un culto sobreviviente a tantos dramas.
- II -
El oficialismo va perdiendo la calle. Lejana ya su victoria decisiva de diciembre de 1998, cuando plenaba las plazas y avenidas, hoy le toca replegarse.
Ciertamente, las multitudes batían las banderas tras el comandante en escenarios de los que también supo – no lo olvidemos- el antiguo régimen. Después, intensificado el empleo de los medios audiovisuales, el relevo lo tomó una turba tarifada que, al parecer, se cansó de cumplir los turnos impuestos por el celebérrimo proceso constituyente. Y para el Día del Trabajador del 2001, el presidente Chávez no se atrevió a marchar con los escuálidos seguidores que lo fueron a buscar a palacio.
Por segunda vez, el gobernador del estado Miranda, Enrique Mendoza, recorre la ciudad capital con una fuerza incomparablemente superior a las marchas que el gobierno nacional ha sufragado y publicitado. Temas concretos le han ocupado, esta vez los escandalosos niveles de inseguridad personal y la reforma del COPP, de la cual, por cierto, discrepo, y la anterior, la amenaza de desmembramiento de la citada entidad federal.
Tamaña movilización de una región del país, con motivos fundados, recurso excepcional cuando hay demasiada sordera oficial, en nada abona al reiterado esfuerzo del gobierno por “arriar” a la gente hasta la Plaza Caracas o de La Candelaria, agravando cada vez más los costos, incluso políticos, gracias a un curioso cuadro dirigencial. Este, sin suficiente experiencia, deslumbrado por la inicial victoria electoral, simplemente creyó en el eterno señorío de las calles y, además, que el compromiso político del venezolano únicamente pasaba por los mítines.
El reencuentro de los venezolanos con la política, reiventándola, espera. Y no cabe en el libreto de los mal llamados “bolivarianos”.
- III -
Está pendiente un examen sereno y objetivo de los llamados “cuadros pensantes”, propios y periféricos, exhibidos por los partidos conocidos. Tenemos acá un primer contraste con los que ya estamos conociendo, pues, aquéllos generalmente partieron de un determinado diagnóstico de la realidad sin hacerse reos de las consignas de ocasión, prestos a un debate que –luego- supo de una fatal flaqueza para retratar la crisis padecida, mientras éstos son el resultado de la explosión anómica de 1998, escaseando el sólido testimonio intelectual, supeditados a la voluntad presidencial.
“Política y partidos modernos en Venezuela. Las nuevas tendencias” de Gehard Cartay (Fondo Editorial Nacional / José Agustín Catalá, Editor, Caracas 2000), ilustra al dirigente político que no teme desenvolverse en el campo de las ideas con una clara vocación pedagógica. Traza el itinerario histórico, político e ideológico de las organizaciones ciertamente relevantes de nuestra contemporaneidad, con un lenguaje paciente: los jóvenes, principales destinarios, urgen de una adecuada versión, fundada e imparcial, de lo que ha ocurrido –y ocurre- con tan vital institución, como la ofrecida por el autor, a fin de contrarrestar el cómodo e irresponsable balance en boga que tiene, por estelar efecto, el de crear desconfianza hacia el hecho público, no otro que el edificado sobre una irreprimible diversidad de experiencias y pareceres.
Partiendo de la larga noche gomecista, audita las luces y sombras del Partido Comunista, Acción Democrática, COPEI, MAS y MVR, pasando por otras expresiones ya desaparecidas o que luchan por no desaparecer, ofreciendo las pistas a otras que pugnan por ocupar los espacios presuntamente deshabitados al caer la tarde. No obstante, en los capítulos referidos a la crisis de los partidos históricos y a los desafíos planteados para darle curso a los grandes problemas y posibilidades (XII y XIII), se anuncia un futuro ensayo que ojalá encienda la polémica desde una perspectiva más trascendental que el empeño banalizador del oficialismo.
El bosquejo en cuestión enuncia los rasgos positivos de la estabilidad institucional, la descentralización y las realizaciones concretas en salud, educación, infraestructura y movilidad social, al lado de los negativos como la corrupción, la caída del salario real, el deterioro de los servicios públicos, la pobreza y la miseria, sin ceder un milímetro ante las leyendas negra y dorada que pesan sobre los famosos 40 años. Considera el escepticismo generalizado, la indiscutible responsabilidad del bipartidismo, el descrédito, desactualización y conservadurismo del liderato político, la ausencia de ideas y programas, al igual que la omisión, comodidad o cobardía de las élites alérgicas a la política, como razones suficientes para la insurgencia de otro tipo de liderazgo, mesiánico, militar, demagógico, populista, primario, ideológicamente indefinido, que ha permitido el retorno de los factores derrotados en la década de los sesenta.
El natural enfoque descriptivo de la obra, cuenta con la sensatez de una postura que le concede equilibrio. Militante socialcristiano, Cartay muestra la vitalidad de un quehacer que no tiene equivalentes en las organizaciones más recientes. Y, por ello, constatamos que muchas de las críticas vertidas en la actualidad tienen por orígen las que se desprendían del ejercicio democrático de los años precedentes e, incluso, gracias a los “cuadros pensantes” que todavía transitan provechosamente la imprenta.
Concluye en la necesidad de relanzar a la democracia, señalando el reto que está planteado en el campo energético (173s.) y otro de innegable gravedad que se expresa en la “severa distorsión de valores y formas de comportamiento colectivo, a causa de la tradicional abundancia de divisas”. Y no hay sorpresa alguna: “La Venezuela pospetrolera ha comenzado a aparecer ante nosotros como una evidencia de lo que siempre temimos y frente a la cual no fuímos capaces de prepararnos” (171).
Tinta útil para un debate del que nadie puede huir. Volver a la noche es algo más que un desatino.
Fuente: http://www.analitica.com/va/politica/opinion/1359357.asp
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