Una gesta de solidaridad
Luis Barragán
Apartando la mera retórica de ocasión, el procaz lenguaje del poder
establecido tiene una muy precisa correspondencia con sus acciones. Quizá
irremediable, invoca la paz y hurga en el sentimiento religioso cuando más le
conviene, privilegiando las más infundadas agresiones verbales y físicas que
abonan a un quebrantamiento de los elementales valores que cultivamos los
venezolanos.
Emplea cualesquiera medios de difusión disponibles, pretendiendo imponer
aquellos principios que, ya dudosos, por siempre, traiciona. Una intensa labor
de propaganda y publicidad, lo explica, creyendo esconder el hocico de una
crueldad apenas comprobada por la
represión de calle.
Cierto, el régimen estudia el momento más adecuado para acabar con la
definitiva interconectividad en Venezuela, sabiendo de los peligros que le
representa la veloz transmisión de testimonios, videos y fotografías que
evidencian su naturaleza, pero – colegimos –
no menos lo es que aún obtiene algunas ventajas para sus campañas sucias
de confusión o todas las que ayudan al terrorismo psicológico que ejerce. Por
lo demás, el suyo es un gobierno de 140 o menos caracteres, pues, necesitando
dejar constancia de su existencia, la paja
y el pajazo digitales, en la acepción
más exacta de los venezolanismos, se convierten – dirán – en una ventaja
comparativa: además de la enfermiza variedad de mensajes de auto-exaltación, ¿cómo
haría la ahora ex – cancillerísima para divulgar la premiación de una réplica
de la espada del Libertador con la que Maduro Moros la consagra como punta del
liderazgo emergente en el partido de gobierno?;
o ¿de qué modo dejaría diaria constancia Padrino López de su inalterable
adhesión, competido por sus pares con el fulgor de las intrigas palaciegas?
Entre los valores que ha intentado quebrar el socialismo, está el de la
inmediata, sentida e, incluso, arriesgada solidaridad de los venezolanos. Mil
veces superado, procuró hacerlo en medio de la tragedia del estado Vargas,
prohibiendo el desprendido y masivo auxilio que recibieron sus habitantes, por
cierto, nada trivial, emblematizado por los motorizados de los más diversos
sectores sociales que, desde Caracas u otras localidades cercanas, trataron de
llevarles medicamentos y alimentos a los
más desasistidos, desamparados y débiles, fuesen o no familiares; y ha
saboteado sistemáticamente la ayuda humanitaria que, proveniente o no del
exterior, destinada a hospitales u hospicios mismos, lo desautorizan
moralmente. Valga agregar, quisieron hacer de la ayuda que los funcionarios del
metro caraqueño dispensan a los discapacitados, un sello muy propio de la
presente dictadura, suspendiendo pronto la
campaña gráfica en los vagones, pues, simplemente, fue una característica de
toda la existencia de la empresa transportista, en un ambiente más ordenado y
confiable para el mismo empleado, desde los tiempos del aborrecible capitalismo de sus baratas invenciones
Revisamos entristecidos, con el corazón arrugado, el video que comprueba el
cobarde asesinato de David Vallenilla al pie de la base militar de La Carlota, y de nuevo apreciamos que la
solidaridad es un valor todavía en pie en Venezuela. Al apenas recibir la
descarga del militar que manchó su uniforme de sangre ajena y orín propio,
corrieron los otros escuderos o guerreros con la gallardía, la voluntad y el coraje de rescatarlo, arriesgando
sus propias vidas.
Observamos cuando – instintivamente – uno de los jóvenes, Richard, cubierto
con la bandera nacional, trató de distraer al agresor con la difícil acrobacia
del momento, mientras que otros llegaron a David para sacarlo de esta
circunstancia del pavimento enardecido y, a la vez, un fotógrafo sorteó el
disparo que no le llegó. Y esto, quizá porque el otro nervioso disparador apostaba
por un diferente objetivo, quizá porque el otro sensato disparante prefirió
perforar el aire, quizá porque – en definitiva - se trataba de un disparate
bélico del que no sabemos cómo quedó estampado en el Libro Diario o de
Novedades, afianzando la peregrina tesis del ataque al centinela.
La solidaridad del instante y de todos los millones de instantes
posteriores, alcanza a los padres de la víctima, aunque sorprendan sus
declaraciones en reclamo de la amistad y de la afinidad política con el
ocupante de Miraflores. Aparentemente, ambos dan la espalda a un instinto
primario y natural, al librarlo de toda responsabilidad, acaso esperanzados en
un castigo inmediato e implacable, sin atisbar al chivo expiatorio que desencajaría todo el sistema represivo, pues,
la teatralidad tiene ya sus límites; acaso, asiéndose al único trozo de madera
en el violento remolino de un río que destrozó la barca que los llevaba,
dándole alguna razón de la travesía.
Consultada rápidamente a través de las redes, Clara Márquez Ávila tuvo la
amabilidad de orientar nuestras inquietudes, aunque – obvio – no arribó a
conclusiones tajantes, pues, una profesional de la psicología tan seria y
competente como ella, subraya que nunca los ha tratado ni parece planteado
hacerlo. Es
probable que los padres de David aún se encuentren en una fase de negación de
la pérdida, podrían incluso sentirse culpables por no impedir que fuese a las
marchas, reivindican la tolerante relación con el hijo políticamente
discrepante, entre otras de las posibilidades que ejemplifican un hecho nada
excepcional, por desgracia.
De apelar a la amistad invocada, los hechos desmienten toda bondad del
socialismo en curso, pues, por más que David haya crecido en un hogar que lo
adhiere, las realidades lo llevaron a la calle en demanda de las libertades que
niega, al precio de su propia vida. Él y sus compañeros, con un extraordinario
espíritu de cuerpo, renunciando a las vanidades que también nos sofocan,
auxiliándose en los minutos más terribles, dibujaron una gesta de la
solidaridad que mantenemos en pie los venezolanos, incluso, con el dolor de sus
padres que aflorará con fuerza, tarde o temprano. Y, mientras tanto, el asesino
quedará solo, reclamando – algo distinto – la complicidad de los que le huirán
en todo lo posible.
26/06/2017:
Fotografía: La primera, Carlos Garcia Rawlins; y, de las otras, todavía no tenemos la certeza del nombre del (os) autor (es).
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