El hombre que se enfrentó a los intelectuales
Antonio Lucas
Ignacio Sánchez-Cuenca es hombre serio. De los que se ponen a pensar con algo de zarza ardiente. Un cruce de empollón y rebelde dispuesto a prender las sayas de las creencias en las que no cree. Ignacio Sánchez-Cuenca (Valencia, 1966) está sentado en un despacho dibujando dianas mentales contra algunos de los escritores, periodistas o intelectuales que más pitan: Mario Vargas Llosa, Javier Marías, Fernando Savater, Félix de Azúa, Arturo Pérez-Reverte, Javier Cercas, Arcadi Espada y Jon Juaristi, entre otros. Los acusa de palabrones. De viajar por los periódicos con artículos de pensamiento leve. De pensamiento torcido. O de pensamiento confuso. Los tiene por butroneros del decoro de opinar.
Sánchez-Cuenca tiene un ámbito de acción ancho: la Transición, el terrorismo y la violencia, la calidad democrática o la política comparada. Pero desde que estudiaba en la Universidad Complutense (donde también fue titular en Sociología) tuvo una irreprimible vocación por incordiar, como un alcotán de los que asestan picotazos en el costillar del bicho derrotado.
Sánchez-Cuenca, profesor de Ciencia Política, ha publicado un ensayo que tiene algo de coliseo donde trincha a un puñado de articulistas. Hombres (sólo hay una mujer) que suman oleadas de lectores para sus libros y trasladan a tantos de esos seguidores hasta los diarios en los que escriben. Es una bronca entre politólogos y escritores. Carga la bayoneta en unas páginas que tienen tanto de osadía como de ambición aguada. Un manual de desafectos que pudiera ser un cinturón de dinamita, pero con la carga floja y el interruptor algo suelto. La desfachatez intelectual (Libros de la Catarata). Así se llama el trabajo.
Con un cierto Morán Style (Gregorio Morán levantó polvo con su volumen El cura y los mandarines, donde arremete contra parte del star system de la literatura española actual), el profesor Sánchez-Cuenca se pone bravo, pero en el derrote olvida parte de la historia del periodismo español de los últimos 40 años (los de la democracia). En los 80 y 90 se cuajaron columnas y crónicas que no desmerecen de aquellas que (con motivo o sin él) le despiertan alarma. Algunas inflamables de Eduardo Haro Tecglen o Manuel Vázquez Montalbán, entre otros, serían hoy polémicas. Un antecedente interesante que no cita. El columnismo y el periodismo de opinión tiene en estas latitudes una formulación propia. Incluso una arista caprichosa. Distintos son los artículos de fondo, los análisis de especialistas por materias y el frenesí de los politólogos. Pero un escritor con columna observa, ironiza, cabrea, acierta o patina. Su lectura es libre. El acuerdo o desacuerdo, también. Otra cosa son los intereses creados a los que puedan o no servir. Y ahí Sánchez-Cuenca asoma cañón, pero no prende la mecha.
¿El suyo es el libro de un indignado?
Es fruto de una decepción creciente con las intervenciones políticas de nuestros intelectuales más visibles.
¿Cómo define desfachatez?
Contenidos superficiales, poco meditados y poco informados, envueltos en un estilo prepotente y muy tajante. Ofrezco muchos ejemplos en el libro.
Habla de sus damnificados como si fuesen casi una secta.
No creo que sean una secta, si bien muchos de ellos tienen vínculos personales, una afinidad generacional y una evolución ideológica similar. Viajan de posiciones de izquierdismo radical hasta el liberalismo o el conservadurismo actual.
Aun así quedan retratados como un grupo de presión al calor de algunos medios de comunicación...
No creo tampoco que sean un grupo de presión. Pero casi todos ellos mantienen vínculos muy estrechos, casi indestructibles, con los medios de comunicación en los que escriben y que les promocionan.
¿Qué entiende por «buen intelectual»?
No estoy muy seguro, pues hay intelectuales de muchas clases. Pero en el debate político su obligación es elevarse sobre el terreno de las tertulias y la coyuntura, tanto en contenidos como en forma, aportar una visión de largo plazo que contribuya a entender el presente, refinar argumentos, sacar lecciones de lo que ha ocurrido en otros lugares y otras épocas, etcétera.
¿Cuáles son sus intelectuales españoles de referencia en este momento?
No sé si debe haber intelectuales de referencia.
¿Qué impresión le merecen Juan Goytisolo y Rafael Sánchez Ferlosio?
Lo siento, pero no los he seguido con suficiente atención como para poder emitir una opinión interesante.
Es curioso que casi todos los aludidos en este libro pertenecen a un segmento ideológico que va de una derecha fuerte a un centro derecha o alternativas mixtas (y todos manifiestamente antinacionalistas), pero no hay articulistas con ánimo de izquierdas.
Me he querido centrar en los escritores e intelectuales que tienen mayor prestigio y reconocimiento en nuestra sociedad, quienes reciben premios y homenajes, participan en los ciclos de conferencias y cursos de verano, tienen abiertas las tribunas de los principales medios de comunicación, publican en las editoriales más potentes... Intelectuales de izquierda que reúnan esas condiciones no se me ocurren. Los intelectuales criticados en el libro fueron muy de izquierdas en su día, pero han evolucionado hacia la derecha y no ha habido suficiente renovación generacional como para que hayan ascendido nuevos intelectuales de izquierda a esas posiciones de gran visibilidad social.
¿El libro viene a desmontar al presunto grupo?
No, más bien es una llamada de atención para que los aludidos eleven el nivel de sus intervenciones. Me parecería una catástrofe que dejaran de escribir en los medios de comunicación, porque tienen talento. Pero esa inteligencia y conocimientos suficientes debería llevarles a refinar algo más sus opiniones. No todo lo que dicen, según parecen creer todos ellos, es digno de respeto.
Habla de la Generación del 98 y del 14, que tuvieron un sentido de catástrofe respecto a España. ¿De verdad ve paralelismo?
Bueno, eso debería decirlo un experto en la materia. Yo hice un acercamiento algo superficial al asunto, pero lo que les vincula es una cierta aproximación moral a la política. Escriben, como tantos hombres del 98, desde el ángulo de la decepción moral. Se consideran tipos de alta moralidad, dueños de unas ideas estupendas, pero que se muestran muy defraudados por la política existente. Ese tipo de actitud es lo que unifica desde hace más de un siglo a nuestros intelectuales. Y creo que eso tiene mucho que ver con que casi todos sean hombres de letras...
¿Es un inconveniente?
En absoluto, tengo un respeto total por las Humanidades. Yo estudié Filosofía, pero sus aproximaciones a la política es individualista. Siempre están en ese tono de «qué lejos queda mi país de lo que a mí me gustaría». Así que como yo me decepciono hago una recusación sin matices del país en que me ha tocado vivir, me lamento, me maldigo por ser español y digo que toda esta caterva de mediocres políticos que están condenando el desarrollo de mi nación deben ser barridos y yo debo empezar la gran regeneración de España en nombre de mis ideales. Eso es superficial y empobrecedor porque no permite alumbrar los problemas concretos ni establecer soluciones. Es un discurso demasiado abstracto y que puede explicar los virajes bruscos que tienen en sus biografías algunos intelectuales de los que hablo: un día se descubren fascistas, al siguiente son demócratas y mañana monárquicos o anarquistas. Es el resultado de esa actitud del «me duele España porque no está a mi altura».
Todos ellos son antinacionalistas y, a la vez, contrarios o en desacuerdo con los Gobiernos de Zapatero. ¿Una casualidad?
Eso los une a todos. Y me parece muy bien, faltaría más. Pero se podrían haber trabajado un poco mejor la crítica. Cuando Félix de Azúa dice tonterías como que Zapatero ha sido el peor gobernante después de Fernando VII resulta sonrojante.
¿Y por qué cree se dio ese desafecto común?
Primero por un efecto biográfico: porque muchos empiezan por la extrema izquierda, pasan a la socialdemocracia en la etapa dorada de Felipe González, se dejan querer por la nueva derecha de Aznar y su proyecto orgulloso de una España fuerte contra el sectarismo nacionalista. Y cuando llega Zapatero les pilla con el paso cambiado.
Cambiado respecto a qué.
Pues que no tienen ninguna complicidad con el tipo de propuestas de Zapatero. Les pone muy nerviosos la Ley de Memoria Histórica. Les saca de sus casillas el proceso de paz con ETA y algunos asuntos más. Esto es bastante evidente. Y ya con la crisis su prestigio se resiente porque entonces no tienen nada que decir, no aportan nada nuevo más allá que apuntarse al regeneracionismo que circula entre juristas, economistas y otros gremios. Lo que a esta gente le pone es el plan Ibarretxe y el procés de Artur Mas. Pero la crisis está muy lejos de sus preocupaciones. De ahí que tanta gente joven pierda la conexión con ellos, no les seducen nada. Yo los veo en franca decadencia. Tienen un estilo anticuado al enfrentarse al debate político. La calidad de sus intervenciones va a menos y luego tienen la piel muy fina cuando se les critica.
¿Asesoró de algún modo a Zapatero como presidente?
Algunos de ellos me han llamado mamporrero del presidente Rodríguez, pero jamás he escrito un papel para ningún Gobierno en España.
Las mujeres no abundan en el libro. Es más, sólo a Edurne Uriarte le dedica unas líneas...
Pues no tengo una buena respuesta para eso... Quizá haya tenido un sesgo inconsciente y no me haya fijado en artículos escritos por mujeres o quizá también sea que las mujeres no adoptan igual el discurso del «machismo discursivo» que señala Diego Gambetta. Tienen opiniones fuertes, pero no la prepotencia estilística de los machos de nuestra esfera pública...
También podría ser que la mayoría de mujeres con espacio de opinión en los periódicos esté más cerca de la izquierda...
¿Pero quién hay en la izquierda (hombre o mujer) que tenga en la prensa el prestigio y la presencia de los autores que yo hablo?
Quizá Juan Goytisolo. Quizá Rafael Sánchez Ferlosio, aunque sea más incalculable en su posición política. Quizá Juan José Millás, al que sólo cita por el lado del «ingenio».
Pero en el caso de Goytisolo no se mete en la política del día a día. Ferlosio me parece muy abstracto. Y respecto a Millás, sí lo cito. No sé si he sido sesgado o no he encontrado el equivalente en la izquierda.
¿Y qué hay de malo en pensar que este país es deficiente en varias cosas?
Es que en ese sentido España es muy pendular. En 2007, un año antes de que comenzara la crisis, la mayoría de las encuestas europeas señalaban que la satisfacción de los españoles con la democracia era más alta que la de los daneses. ¿Teníamos una democracia mejor que la de Dinamarca? Evidentemente, no. Y en cualquier caso, las dificultades que atraviesa España son parecidas de las que atraviesan Italia, Portugal, Grecia o Irlanda. No sufrimos una condena histórica que nos lleva a estar en la cola. Tenemos una opinión excesivamente negativa sobre nuestra clase política, instituciones y nuestra propia producción cultural.
¿El medio aún es el mensaje?
A eso no sé responder.
Fuente:
http://www.elmundo.es/papel/cultura/2016/05/16/5735c351468aeb5e2c8b45dd.html
Cfr.
https://www.youtube.com/watch?v=B-fRrFoKUEQ
Fotografía: http://www.eldiario.es/politica/democracia-crisis-instituciones_0_234126756.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario